A veces, sin que le encontremos una explicación racional (porque, de hecho, no la tiene), nuestra vida se convierte en un espiral sin fondo. Comienza quizás con un problema laboral, pasa por el rompimiento de una relación, sigue con quebrantos de salud que minan nuestras fuerzas y termina con un descalabro económico considerable.

“El mundo se me vino encima”, pensamos. Los más religiosos apelarán al “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Otros intentarán salir de esa racha yendo a que les lean las cartas o adonde el yerbatero para que les prepare una pócima que extirpe de su cuerpo esos espíritus malignos.

Como se dice popularmente, cada uno mata las pulgas a su manera, es decir, cada uno busca la solución donde cree que la puede hallar. La vida es una mezcla de experiencias positivas y negativas, de alegrías y tristezas, de risas y llanto, de triunfos y derrotas, de éxitos y fracasos. No son solo los extremos, pues también hay grises, matices.

Así es en lo personal, en lo laboral, en lo sentimental, en todas y cada una de las facetas en que nos desempeñemos. Y si luego de cada suceso que vivimos lo anotáramos en una libreta comprobarías que son más los negativos que los positivos. A pesar de eso, no aprendemos a aceptar lo que nos provoca dolor, eso que nos hace tropezar camino de la realización de nuestros sueños.

Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

Creemos que la vida se acaba cuando perdemos algo material, pero no es así.

Es porque el ser humano busca, por cualquier medio, huir del dolor y sus manifestaciones. Peor aún, busca huir de las situaciones en las que el dolor o alguna de sus manifestaciones puedan presentarse. Así, por ejemplo, no vamos al odontólogo, porque tenemos pánico de que sus herramientas nos provoquen dolor.

O nos abstenemos de salir de paseo con los amigos porque les tenemos pánico a las piscinas (piletas) o al mar. Y así, sucesivamente, nos privamos de experiencias que pueden ser gratificantes, enriquecedoras, reconfortantes, porque le tememos a una eventualidad que, valga decirlo, la mayoría de las veces no se da, no se concreta.

Lo único que conseguimos es autosabotear nuestra felicidad, la posibilidad de aprender y crecer. Creemos que, si evitamos ciertas situaciones, también evitamos las posibles consecuencias, y no es así. Es como quedarse en casa por el miedo a sufrir un accidente, a ser víctima de un atraco, a vivir una experiencia negativa en el trabajo, a pelear con la pareja.


Si estás dispuesto a renunciar a algo, que sea solo a vivir preso de tus miedos,
a dejar de luchar por tus sueños y la cristalización de tu felicidad. Renuncia
solo a lo que te impide ser dueño de tu existencia, de tu realización.


Pero, igual, allí nos puede dar un para cardíaco, o podemos padecer una caída, o nos intoxicamos con la comida. La vida es un riesgo permanente, desde que nacemos hasta que morimos, un riesgo permanente. Pero, debes saberlo, es un riesgo que vale la pena correr. Porque es allí, en esas dificultades, que están los grandes aprendizajes.

Sí, en esos momentos es que podemos descubrir de qué material estamos hechos, que estamos en capacidad de superar nuestros límites, que nos atrevemos a prender ese fuego interno que nos impulsa hasta la cima. La adrenalina de enfrentar esos riesgos, además, es el condimento que le da sabor a la vida.

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Con las dificultades, la vida nos invita a abrir las alas y aprender a volar libres…

A veces, sin que le encontremos una explicación racional, nuestra vida se convierte en un espiral sin fondo. Y no la encontramos sencillamente porque no existe, porque la vida es eso: subir y bajar, caer y levantarse. Lo que sucede es que le tenemos pánico a eso que llamamos comenzar de cero, cuando en realidad se trata de volver a comenzar.

Porque, debes saberlo, en este caso el concepto de cero no existe: contamos con conocimientos y experiencias que nos sirven. No te voy a decir que es algo agradable, porque sería mentir, pero no le temas a algo que es natural de la vida, de su proceso: volver a comenzar. Una y otra vez, cuantas veces sea necesario.

Eso que llamamos perderlo todo es una de las vivencias más dolorosas a las que estamos enfrentados, pero no es el fin de la vida. Mientras respiremos, hay otra oportunidad, hay miles de oportunidades; cada día es una oportunidad, miles de oportunidades. Sobre todo, si ese perderlo todo se restringe a objetos materiales, a pertenencias.

No es el fin: es una oportunidad

Si tu mundo se derrumba a pedacitos, si el planeta se te viene encima, si la vida te obliga a conocer su lado más oscuro y desagradable, no te preocupes de más. Nada, ni siquiera esas situaciones, son para siempre. Lo que debemos aprender (que no es fácil, eh), es que la vida nos envía mensajes en lenguajes que a veces no entendemos.

Sí, nos envía señales que no podemos descifrar, en formas que nos negamos a aceptar. Es eso, nada más. No es castigo divino, no es que los astros se alinearon en nuestra contra, no es que nos hacen magia negra. No es que te hayan hecho magia negra o que te hayan rezado, una creencia popular en nuestros países latinos. Es la vida, así de simple.

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A veces, sentimos que estamos atrapados, pero es algo circunstancial, pasajero.

Es la vida que nos pone pruebas con el objetivo de sacarnos de la zona de confort, que nos da un toque de alerta para que entendamos que desperdiciamos los dones y los talentos que nos regaló, que nos dice que estamos dejando pasar la mejor oportunidad de que disponemos, la vida misma.

Irónicamente, aquello de la vida a lo que más le tememos, que es caer en un hoyo profundo y tener que volver a comenzar, es la experiencia más enriquecedora que podemos vivir. Si nunca nos enfrentamos a una situación de esta naturaleza, jamás sabremos de lo que en verdad somos capaces.

Y vivir así, con esa duda, no es agradable, no es justo, es un precio demasiado elevado que no vale la pena pagar. Si aún tienes dudas, si estás dispuesto a vivir con miedos, date la oportunidad de leer los tres beneficios que puedes perderte, las tres formas en que la vida te premiará si te permites el lujo de correr riesgos.

Quizás te das cuenta de que tienes toda la vida por delante y te dan ganas de salir a comerte al mundo, a hacer realidad tus sueños. Vamos, pues:

1) Conocerte – Aceptarte: cuando habitas en tu zona de confort, ni siquiera sabes en verdad quién eres. Una dificultad extrema te permite conocerte, te descubre fortalezas y virtudes que no sabías que poseías, te enseña que los límites están en tu imaginación. Acepta la vida como viene, lídiala, demuéstrale de qué estás hecho y sé feliz, muy feliz.

2) Perderte – Recuperarte: tocar fondo, sentir que todo está perdido, hace que aprecies el valor de lo que tienes, de lo que has construido, de quienes te rodean. Si nunca pierdes nada, nunca aprenderás el valor de recuperarlo, nunca experimentarás la satisfacción de haberte levantado y haber espantado esos espíritus que te atormentaban.

3) Exigirte – Superarte: los seres humanos, todos, desconocemos de qué somos capaces hasta que la vida nos exige, nos pone a prueba. Si te rindes a la primera, no solo jamás sabrás hasta dónde puedes llegar, sino que te niegas la posibilidad de disfrutar lo bueno que la vida tiene reservado para ti. Supérate, quítate las ataduras, libérate.