Anota este nombre y guarda la hoja en un lugar donde no se extravíe: Robert Lowell Stuart. ¿Sabes quién es? No, seguro que no. Y te confieso que yo tampoco había escuchado de él hasta hace unos pocos días. Es que este hombre, de 65 años, radicado en un pueblo llamado Kennebunckport, en el estado de Maine, fue protagonista de uno de los sueños de prácticamente todo ser humano.

Ah, y no una, ¡sino dos veces! ¿Sabes de qué se trata? El buen Bobby, como lo conocen sus amigos, se ganó la lotería dos veces. Increíble, ¿cierto? Habitual comprador de billetes de la lotería, en mayo pasado tuvo el primer golpe de suerte, de muy buena suerte: se ganó un millón de dólares. Cuatro meses después, en septiembre, repitió: esta vez recibió 100.000 dólares.

Si la historia terminara ahí, para mí ya sería algo extraordinario. En una etapa de la vida en la que muchos quieren dejar de trabajar y disfrutar la vida, ganarse más de un millón de dólares en la lotería es más que buena suerte: ¡es toda una bendición! Cuando vi la noticia, lo primero en que pensé fue cómo le cambió la vida a este antes anónimo sujeto que vive en un pueblo de 3.700 habitantes.

Este lugar fue conocido siempre por la tradición pesquera y por la construcción de barcos para la pesca. Sin embargo, fue otro el hecho que le permitió alcanzar notoriedad: allí tiene su residencia de verano el fallecido presidente estadounidense George Walker Bush (1989-1993). Allí recibió a gobernantes de la talla de Margaret Thatcher, la Dama de Hierro inglesa, y Mijail Gorbachov.

Lo más increíble del suceso del buen Bobby es que después de convertirse en millonario continuó su vida como si nada. Es el conductor de una pala mecánica y desde hace 40 años vive en una modesta y estrecha casa rodante, que no piensa cambiar. De hecho, solo le cambió algunos de los vidrios, que se habían roto. ¿Nada más? ¡No, nada más! Sigue siendo el mismo Bobby de siempre.

En una entrevista concedida al periódico Boston Globe, Bobby contó que les dio una parte del dinero, que no especificó cuánto era, a sus tres hijos. Y también dijo que cuando él muera el dinero que ganó pasará a ser propiedad de ellos. Nada de lujos, nada de extravagancias, nada de celebraciones ruidosas. Cuando leí esto, no pude evitar pensar que se trata de un tipo raro.

Sin embargo, después de saber cuáles eran sus explicaciones, me di cuenta de que los raros somos los demás. Te explico: a pesar de ganarse un millón de dólares, Bobby no cambió su vida. Una de las razones es que en 2017, después de una penosa enfermedad, falleció Christine, su esposa. ¿Para qué una casa nueva, si no tiene con quién compartirla? Seguirá viviendo en su remolque.


Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

Este es el viejo remolque en el que vive Bobby Stuart. Y no piensa irse de allí…


La mayor riqueza del ser humano no es el dinero que tiene en el banco o las propiedades y bienes materiales que atesora. La mayor riqueza del ser humano es a quién tiene a su lado, a quién sirve, la forma en que utiliza su conocimiento, sus dones y talentos. Y, sobre todo, la vida que es capaz de construir. Lecciones del bueno de Bobby Stuart, un tipo común y corriente.


Y sin querer queriendo, Bobby soltó otra explicación: es feliz con la vida normal que tiene desde hace muchos años. Se levanta, va al trabajo al mando de una pala mecánica en una empresa de construcción, y después de su turno de 11 horas regresa a casa. ¿Y qué hace? Se recuesta en el viejo, pero aún cómodo sillón de toda la vida, y se pone a ver televisión hasta que se duerme.

También es bastante básico con la comida: sus platos preferidos son las hamburguesas y los hot dogs, como cualquier estadounidense típico. Es que Bobby es un tipo común y corriente, como millones hay en Estados Unidos: su padre era granjero, creció entre establos y campos y le enseñaron el valor del trabajo duro. Vive tranquilo y eso, más allá del dinero, es lo que lo hace feliz.

Lo único que provoca que se salga de la rutina es la carrera de la NASCAR que se realiza en Loudon, una ciudad del vecino estado de Nuevo Hampshire: otro pasatiempo muy norteamericano. ¿Algo más? No, nada más. Son hábitos cultivados hace mucho tiempo y no los quiere cambiar, independientemente de que ahora tiene la posibilidad de hacer lo que quiera.

Y en esto último radica, a mi juicio, la gran lección que nos deja la historia del bueno de Bobby Stuart. Más, en el caso de los emprendedores o de quienes hacemos negocios y que, muchas veces, nos dejamos obnubilar por el dinero que ganamos. Bobby tiene la vida que quiere, la que lo hace feliz, y lo mejor es que la construyó mucho antes de volverse millonario. ¿Entiendes?

Para él, el dinero no era una obsesión, más allá de que confesó que desde hace años tenía el hábito de comprar la lotería. De hecho, luego de ganarse un millón de dólares, no dejó de adquirir su boleto, y así pudo ganar 100.000 dólares adicionales. Pero, no fue por ser ambicioso, sino simplemente porque es un hábito cultivado desde hace años, y no ve por qué abandonarlo.

Lo que más me gusta de la historia de Bobby es que construyó una vida que le gusta sin necesidad de ser millonario, de poseer bienes materiales. Y es tan feliz en esa vida, a pesar de la soledad, que ni siquiera el hecho de convertirse en millonario lo alteró o lo hizo cambiar. A diferencia de la mayoría de los que se ganan la lotería, Bobby no enloqueció, no cambió su vida, no se trastornó.

“Hago lo mismo una y otra vez, no veo por qué tengo que cambiar ahora”, respondió a los periodistas del Boston Globe, que no daban crédito a sus palabras. De hecho, camino de su casa rodante, luego de salir del trabajo, acude cada día al mismo restaurante de siempre y pide lo mismo de siempre. “´No hay alguna razón para que haga algo distinto”, remarcó Bobby.

Te confieso que esta historia me invitó a una reflexión, me invitó a preguntarme cómo es la vida que tengo y si soy realmente feliz con eso que he construido. Y esas, sin duda, son preguntas que cualquier ser humano debería formularse de cuando en cuando. Tras un breve análisis, concluí que, aunque jamás me he ganado la lotería, soy millonario de muchas formas maravillosas.

Mis hijas son la primera de ellas. Mi familia y mis amigos, así como mis colegas y clientes. Y la posibilidad de utilizar mis dones y talentos, mi conocimiento y experiencia, para ayudar a otros. Eso es algo que me llena el corazón de alegría, de la misma manera que a Bobby le gusta ver la televisión sentado en su viejo y cómodo sillón. Es que cada uno decide qué lo hace feliz.

Nunca me voy a ganar la lotería, y no porque tenga mala suerte: es que nunca la compro. Sin embargo, después de conocer la historia de Bobby Stuart creo que en algún momento tentaré a la fortuna, a ver si me sonríe. Mientras, seguiré la lección de este insólito personaje y me dedicaré a disfrutar de la vida que he construido, que es una riqueza más valiosa que millones de dólares…