Para algunos, se trata de una discusión bizantina, de esas que te hacen perder el tiempo y al final no te conducen a ningún lado y tampoco te aportan algo. Para mí, en cambio, no solo es una discusión válida, sino necesaria, una que todo empresario, profesional independiente, emprendedor o dueño de negocio debería sostener antes de dar el primer paso.

Quizás recuerdes que, por allá en 2010, lo que se imponía en internet era sumar seguidores. Así como en el pasado el título profesional, una maestría o un posgrado te abrían las puertas del ámbito laboral, y te permitían ser valorado y respetado, el número de seguidores era un indicativo de esto. La idea, entonces, era acumular seguidores como si fuera una carrera.

Claro, eran los tiempos en los que redes sociales como Facebook todavía no estaban atrapadas en la red del algoritmo y, entonces, tus seguidores podían ver tus publicaciones. Hoy, lo sabemos, es muy distinto: salvo que pagues publicidad, tus contenidos solo serán visibles por aquellos que habitualmente hacen clic en post similares; para el resto serán invisibles.

Si bien nunca he sido obsesivo con aquello de ser famoso, o popular, ni me ha trasnochado la idea de acumular seguidores, hubo un momento en el que en mi página de Facebook tenía más de medio millón. Lejos de las figuras mediáticas, sí, pero sin duda una cifra importante. Que, la verdad sea dicha, poco o nada le aportaba a mi negocio: solo eran seguidores.

Y aquí, por supuesto, bien vale la pena definir qué entendemos por esto. Escuetamente, el diccionario nos dice que es alguien “que sigue algo o a alguien”. Y nos ofrece sinónimos como partidario, adepto, admirador, hincha, simpatizante, amigo, incondicional o discípulo. Es como cuando te gusta la música de Shakira, pero jamás estuviste en uno de sus conciertos.

O, en otro plano, dices ser afín a una corriente política o seguidor de un político, pero el día de las elecciones te vas de paseo, no votas. Esos son los seguidores: personas que están ahí, a tu alrededor, a la espera de que les des algo, en especial algo que sin mucho esfuerzo y, claro, con mínima o ninguna inversión monetaria, les cambie la vida. Son, tan solo, una cifra.

¿Por qué? Porque no comentan tus contenidos, no interactúa contigo y, muchísimo menos, te compran el día que lanzas una oferta. Más bien, ese es el día en que como por arte de magia, como si los hubiera atacado un fantasma, corren despavoridos. ¿Hacia dónde? Hacia otro experto que sacie su hambre de lo gratuito y que, además, les sirva para darse pantalla.

Un día, a pesar de mi experiencia, de mi trayectoria, cometí error de principiante. ¿Qué hice? Alguien me ofreció realizar una campaña publicitaria, por lo que tuve que darle acceso a mi cuenta de Facebook. ¿El resultado? Me la robó y desaparecieron. Sí, el personal y mi cuenta desaparecieron, con todo y los más de 500.000 seguidores. No imaginas lo mal que me sentí.

Por fortuna, mi negocio nunca ha dependido de los seguidores y tampoco está soportado en las redes sociales. Tengo mis propiedades digitales, pero estos otros canales solo los uso como carnada y, también, como vitrina. Entonces, mi negocio no se vio perjudicado de manera alguna y el único afectado, por un par de horas, fue mi ego. Y por ser tan confiado.

Por lo demás, por lo importante que es mi negocio, salí ileso. Apenas unas rasgaduras, nada más. Sin embargo, sé que en este caso soy la excepción que confirma la regla. ¿A que me refiero? A que conozco a muchos emprendedores que colapsaría, ellos, su vida, su negocio, si un día les roban la cuenta en Facebook, Instagram o TikTok, o si pierden sus seguidores.

De hecho, con frecuencia acuden a mí personas que están ilusionadas con la idea de construir un negocio rentable en internet. Pero las alarmas no tardan en prenderse: cuando les pregunto qué hacen, qué venden, y su respuesta es “todavía no sé qué vender, pero tengo XXX seguidores en redes sociales”. Te confieso que siento una descarga eléctrica que recorre mi cuerpo.

Mi premisa es muy sencilla y abiertamente contraria: prefiero tener 10 clientes que me compren un producto de 7 dólares que mil, diez mil o 500.000 seguidores que no compran. Gracias a las estrategias de marketing que puede implementar a lo largo del tiempo, puedo escalar a esos 10 clientes para que me compren más veces y cada vez por mayor valor.

Los seguidores, mientras, estarán ahí, en las redes sociales, como una cifra. No compran, no interactúa, no aportan. Y, lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que tan pronto vean una nueva oportunidad, el siguiente objeto brillante del mercado, te abandonarán sin reparo. Es claro que no los vas a extrañar, así que no hay drama. Están o estuvieron ahí, pero era como si no.


seguidores-o-compradores

Los seguidores se relacionan más con el ego que con los resultados que requieres de tu negocio.


Me quedo con esos 10 clientes que me compran el producto de 7 dólares por dos razones:

1.- La primera, porque levantaron la mano, mostraron interés en lo que les ofrecí y, claro, porque tomaron acción. Ya existe una relación basada en la confianza y la credibilidad y, lo más importante, comenzó el intercambio de beneficios. Ya vendrán nuevos capítulos

2.- La segunda, porque confío en que, como ya ha sucedido antes con otras personas, la vida me dé la oportunidad de ayudarlas más, de otras formas. No solo a solucionar problemas o a satisfacer sueños, sino a cumplir con su propósito y que ellas puedan ayudar a otras

Porque, de esa forma, se establece una cadena invisible, pero poderosa, que finalmente es la razón por la que los emprendedores adoptamos este estilo de vida. Que no es fácil, que a veces es injusto o ingrato, pero que nos brinda satisfacciones y alegrías que no podríamos pagar con todo el oro del mundo. Es la posibilidad de generar impacto positivo en la vida de otros.

Los seguidores son personas que están convencidas de que pueden hacerlo solas. Basta que les des la fórmula secreta de tu éxito, algo así como una poción mágica. Lo que no saben es que se decepcionan cuando se enteran de que esa fórmula secreta es trabajo, trabajo y más trabajo. Porque, repito, quieren alcanzar la cima más alta, pero si los llevas en helicóptero.

Y no solo no tengo esa fórmula secreta que anhelan (más allá del trabajo y las estrategias, de la vocación de servicio), sino que tampoco estoy dispuesto a malgastar mis energías, a sembrar la semilla de mi conocimiento en un suelo árido donde se morirá. Elijo a los clientes que son agradecidos, los que se atreven a intentarlo, a hacerlo, a pesar de sus miedos.

Son personas que, además, aprenden de sus errores y son resilientes. Con ellas comparto valores y principios, un propósito de vida, y la vocación de servicio. Juntos podemos crear sinergias poderosas y provocar maravillosas transformaciones que redundan en beneficios para otros. Esto, no sobra decirlo, es algo que no puedo hacer con los seguidores.

Ahora, una aclaración pertinente: sé que muchas personas, muchos de los que hoy son mis clientes, llegaron atraídos por la posibilidad de aprender mi fórmula secreta. No me conocían o tenían una idea de quién soy y de lo que hago. Sin embargo, a diferencia de los seguidores, apreciaron el valor que les aporto, se dieron cuenta de que tenía sentido estar ahí.

Es decir, lo percibieron como una oportunidad de aprendizaje, entendieron que en solitario no van a llegar a ningún lado y tomaron la decisión de convertirse en clientes. Algunos han avanzado, han crecido sus negocios, han mejorado sus ingresos; otros están en el proceso y, por supuesto, porque no hay fórmula mágica, algunos más permanecen ahí, en stand-by.

Moraleja: los seguidores, los likes, no pagan las facturas. Además, independientemente del propósito de mi vida y de mi vocación de servicio, ni negocio no es una ONG, una fundación o una institución de caridad. Necesito el dinero para darme el estilo de vida que elegí, que me gusta y que, no sobra decirlo, me merezco. Elijo, siempre, los clientes por sobre seguidores.

Sé que esta forma de pensar riñe con la idea (un bulo, por cierto) de que puedes ayudar a todo el mundo, o de que todo el mundo puede ser tu cliente. Es mentira, no puede decirlo más claro y de forma más contundente. Es un cambio de chip que todos debemos realizar en algún momento, porque de lo contrario corremos el riesgo de echar a perder el negocio.

Una última reflexión: tanto en la vida como en los negocios, muchas veces menos es más. Es algo que experimentamos todos los días en diferentes ámbitos. Un buen cliente, créeme, es una pequeña piedra que, con el proceso adecuado, puede transformarse en un diamante. Y lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? La vida recompensará toda la ayuda que tú le brindes.


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