No solo como sicólogo, sino como ser humano, sé que uno de los temas de conversación álgidos son las benditas fortalezas y debilidades. De las primeras, todos queremos hablar o lo hacemos en cada conversación, aún sin darnos cuenta. De las segundas, ¡mejor ni hablar! No queremos reconocerlas, las minimizamos y, si no hay más remedio, las admitimos a regañadientes.

Recuerdo la época en la que acudía a entrevistas de trabajo. No faltaba el reclutador que hacía la pregunta que a la mayoría los dejaba al margen del proceso de selección: “Hábleme de sus debilidades. ¿Cuáles son sus tres principales defectos?”. Una pregunta, sin duda, mal enfocada porque se asume que esa debilidades son sentencias, algo que es imposible de superar.

Y no es así, por supuesto. Además, lo que en un ámbito puede significar una debilidad, quizás en otros, no. Un ejemplo: uno de los rasgos característicos de tu personalidad es que eres introvertido y, en especial en los ámbitos sociales (reuniones, fiestas, escenarios con público) no te sientes cómodo. Te gustaría ser invisible, que nadie note tu presencia, como si no existieras.

Por supuesto, en esos escenarios ser introvertido puede ser un problema para ti y para quienes están contigo. No te integras, no compartes, no disfrutas. Sin embargo, si eres un contador que pasa la mayor parte de tu tiempo laboral solo en una oficina, que no atiende a los clientes, ser introvertido no será motivo de discordias. No serás ‘el compañero del mes’, pero no importa.

Uno más: porque eres un fanático del fútbol, y querías ser profesional pero no pudiste, intentas que tu hijo recorra el camino con éxito. A él le gusta, por supuesto, porque es un juego, porque es un niño, porque involucra la competencia. Sin embargo, no lo disfruta: a él lo que lo apasiona es la música, quiere ser baterista de una banda de rock y cuando toca se transforma por completo.

El problema, porque siempre hay un problema, es que asumimos las debilidades como algo negativo, como un defecto. Y no es así: se trata solamente de características, de rasgos de la personalidad que, además, por fortuna, pueden modificarse. Todos conocemos a alguien que fue introvertido en la niñez y la juventud y con el paso de los años salió del cascarón y evolucionó.

El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que el diccionario nos dice que vulnerabilidad es aquel que “puede ser herido o recibir una lesión, física o moralmente”. Y, lo peor, como sinónimos nos ofrece términos como débil, delicado, frágil, indefenso, desvalido, flaqueza o inseguro. Entonces, es perfectamente entendible que a nadie le guste verse o sentirse vulnerable. ¡Es terrorífico!

Sin embargo, como suele suceder con otros términos, hay una gran diferencia entre lo que nos dice el diccionario y lo que vivimos en la realidad. O, como se dice popularmente, “del dicho al hecho hay un largo trecho”. Porque, quizás no lo sabes, en sicología la vulnerabilidad no es vista como una debilidad, sino como una potencial fortaleza, si aprendes cómo aprovecharla.

La vulnerabilidad, en términos de sicología, es la capacidad de ser abiertos y honestos con los sentimientos, pensamientos y experiencias. Es decir, contrario a lo que pensamos, se presenta como un recurso útil para el desarrollo y el crecimiento personal. Está ligada a la autenticidad, a nuestra esencia, y nos brinda la posibilidad de mostrarnos tal y como somos, sin temores.

Ahora, ¿qué tal si lo piensas de otra manera? Por ejemplo, que la vulnerabilidad te permite sacar lo mejor de ti, esa fuerza interior que te ayuda a superar las dificultades. Es algo así como un plus de fuerza que surge en el momento adecuado, cuando sentimos que estamos derrotados, pero le damos un vuelco a la situación, la ponemos a nuestro favor. Estoy seguro de que sabes cómo es.

En últimas, y esto bien vale la pena aprenderlo, la vulnerabilidad es un llamado de atención, una de las tantas enigmáticas formas en las que tu cuerpo y tu cerebro, en especial, se comunican contigo. Es, además, una invitación a ir un poco más allá de la superficie, a explorar qué hay detrás de esa situación en la que te sientes vulnerable, a descubrir el superpoder que hay dentro de ti.

Cuando eres un emprendedor, el dueño de un negocio o un profesional independiente que vende un producto o un servicio el riesgo de sentirte vulnerable siempre está latente. Una de sus manifestaciones más comunes es el tristemente célebre síndrome del impostor. Otras son la desconfianza, la falta de empatía, los miedos (en especial, al fracaso) o la negación de los errores.

En la práctica, ese miedo a la vulnerabilidad se traduce en obsesión por la perfección o, peor, en inacción. No actúas porque temes fallar, porque temes que tu círculo cercano te desapruebe, porque temes perder tu dinero, porque temes que la competencia lo haga mejor, porque temes que el mercado no te preste atención. Ves fantasmas al acecho por doquier, ¡es una pesadilla!


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La vulnerabilidad es un llamado de atención para que expongamos el poder interior.


En términos de marketing, la vulnerabilidad provoca que renunciemos a nuestra esencia, que te presentes como algo que no eres, que no seas auténtico. ¿La consecuencia? No podrás establecer el indispensable vínculo de confianza y credibilidad con el mercado y, por lo tanto, te verán como más de lo mismo, como un vendehúmo. Tus miedos te impedirán generar empatía y simpatía.

Entrarás en un círculo vicioso, una especie de tornado que te envolverá y del cual será difícil liberarte. No podrás aprovechar el tesoro de tus dones y talentos, de tu conocimiento y de tus experiencias. Tampoco, el aprendizaje de tus errores. Tropezarás una y otra vez con la misma piedra hasta que desistas, hasta que renuncies a tu sueño. Entonces, ya no habrá vuelta.

Quizás se te antoje un escenario trágico, casi apocalíptico. Sin embargo, por favor, créeme, ¡es real! Lo he visto decenas de veces a lo largo de más de 26 años de trayectoria. He visto cómo personas muy valiosas, que tenían mucho para aportarle al mercado, se malograron. La vulnerabilidad los venció, se enfocaron en sus miedos, en sus defectos, en sus carencias, y lo echaron a perder.

Como sicólogo y como emprendedor puede decirte, con absoluta seguridad, que no existe el negocio perfecto, la marca perfecta, el profesional perfecto. Como seres humanos o como una creación de los seres humanos, todos tenemos carencias o defectos. Que, lo repito para que no se te olvide, no son sentencias definitivas, sino características, rasgos de tu personalidad.

Piénsalo de la siguiente manera: la marca número uno del mercado, cualquiera que elijas, tiene deficiencias o defectos. Y no es para todo el mundo. Lo mismo sucede con el mentor, el líder de una industria, el referente: su condición de número uno, haber alcanzado la cima, no los exime de sufrir carencias. Carencias que, no sobra decirlo, ¡son parte de la esencia de los seres humanos!

Mi invitación es a que reflexiones y te des cuenta de que debes cambiar el chip. ¿Por qué? Porque, a diferencia de lo que te dicen, de lo que nos enseñan, lo que nos hace únicos y especiales no son los defectos, la vulnerabilidad, sino las fortalezas. Superman es un superhéroe no por su debilidad a la kryptonita, sino por su visión láser, su fuerza descomunal y su capacidad para volar.

¿Entiendes? En otras palabras, lo que te define como ser humano, como empresario, como dueño de un negocio, como emprendedor o como profesional independiente no es lo negativo, sino lo positivo. Salvo que tú lo permitas, la gente te recordará por lo bueno y se olvidará de lo malo. Te recordará por el impacto positivo que produjiste en su vida, a pesar de que no eres perfecto.

Regresemos al comienzo: ¿sabes cuál es la razón por la cual los reclutadores te preguntan acerca de tus debilidades o defectos? Habrá casos, sí, en los que quieran hacerte tropezar para justificar el rechazo de tu postulación. Sin embargo, en la mayoría obedece a que quieren que les digas qué es lo que te hace único, lo que te convierte en una propuesta de valor mejor que tu competencia.

Igual sucede con el mercado: no le interesan tus debilidades, sino lo que puedes hacer por esas personas que tienen un problema para el que, eventualmente, tú tienes la solución. La pregunta que las inquieta es aquella de “¿Qué hay aquí para mí?”. Confían en ti y creen en ti porque ven que eres como ellas, es decir, que has caído y te levantaste, que has errado y luego corregiste.

Créeme: las otras personas se enfocarán en tus debilidades, de preocuparán por ellas, solo si desconfían de ti, si no creen en ti, si existe la menor sospecha de que no eres honesto. Las usarán para ponerte a prueba, para tratar de quitarte la máscara y ver tu verdadera cara. Recuerda, sin embargo, que nadie espera que seas perfecto, así que más bien enfócate en tus fortalezas.

Tengo más defectos de los que me gustaría reconocer y de los que, por fortuna, percibe el mercado. ¿La fórmula? Me concentro en mis fortalezas, las potencio, y trato de adquirir nuevas habilidades que me permitan diversificarlas. Y, claro, conozco y reconozco mis debilidades y trato de no exponerme, de no abrir la puerta del universo en el que la vulnerabilidad negativa te consume.

Por último, la estrategia más efectiva para escapar del temor a la vulnerabilidad es rodearte bien. Pertenecer a un grupo o comunidad de personas con sueños y objetivos afines a los tuyos, contar con un mentor que te ayude a evitar los errores que él cometió y te inspire con sus resultados. Y, por supuesto, el aprendizaje continuo, porque los miedos le tienen miedo a la sabiduría…


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