Estamos en tiempo de aprendizaje. Lo que sucede a nuestro alrededor, el origen de la crisis provocada por el coronavirus, el encierro obligatorio y la incertidumbre por lo que viene son fuente de valiosas lecciones. Y una de ellas es que nadie se salva solo o, dicho de otro modo, que necesitamos de los otros para continuar en este mundo, que debemos protegernos unos a otros.

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Asumimos la vida como una competencia, como si el resto de las personas fueran rivales que vinieron a este mundo a incomodarnos, a retarnos, a derrotarnos. Cada día, cuando despertamos, activamos el modo competencia y salimos a la calle dispuestos a librar la batalla diaria. Nos desgastamos, nos sumergimos en esa rutina que nos consume, que nos acaba lentamente.

Si bien por naturaleza somos un ser social, uno que fue creado para vivir en armonía con los de su especie y los de otras especies, con su entorno, vamos en contravía de ese propósito. Lo hemos visto durante la cuarentena, con cientos de miles de personas que no respetan las medidas, que exponen su vida y, lo peor, exponen a otros. Quizás es porque se creen inmunes al virus.

También vemos con asombro que hay personas que han privilegiado lo material, lo económico, sobre lo realmente importante, sobre lo más valioso que poseemos: la vida. Como sicólogo, puedo decirte con autoridad que ese comportamiento responde a un individualismo extremo, a preocuparnos enteramente por nosotros mismos y despreciar lo que les sucede a los demás.

Sin embargo, por fortuna, el coronavirus, con todo y lo negativo que ha significado, llegó para darnos una gran lección, para darnos la oportunidad de aprender algo que, si lo permitimos, nos va a cambiar la vida para bien. ¿Cuál es el mensaje? Debemos recomponer el camino y volver a la senda que nos dé la posibilidad de vivir en armonía con nosotros mismos, los demás y el entorno.

Si sigues con atención el contenido de calidad que comparto cada semana en mis canales digitales con seguridad me habrás escuchado decir alguna vez que en la vida nada sucede por casualidad. ¡Nada, absolutamente nada! Se trata, más bien, de causalidad, del resultado de nuestras acciones y decisiones. Nos equivocamos, lo pagamos, tal y como lo comprobamos durante la crisis.

Lo que resulta incomprensible es que la crisis nos está dando las respuestas que deseamos, pero no la escuchamos. La ansiedad que nos provoca el encierro, la incertidumbre por cómo será la vida después y la angustia por las dificultades que vamos a enfrentar hacen que nos enfoquemos en lo negativo y perdamos de vista lo positivo. Que está a la vista de todos, de aquel que quiera verlo.

Para mí, lo más significativo de esta incómoda situación ha sido reafirmar el valor de aquellos a quienes tenemos cerca. No solo tu pareja o tus hijos, tus padres y el resto de tu familia, sino también los amigos, los compañeros de trabajo, tus clientes y todas aquellas personas para las que eres importante. Y también nos dimos cuenta de que debemos reordenar las prioridades.

Acá, en estas circunstancias, que levante la mano es que esté libre de pecado. Por eso, te cuento que estoy trabajando para adaptarme a las nuevas condiciones, para estar a la altura de la nueva realidad que nos encontremos una vez termine la crisis. ¿Qué hago? Implemento en mi vida personal valores de la cultura empresarial que, sin duda, me ayudarán a ser mi mejor versión:


Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

Hay un nuevo rumbo, un camino distinto para construir una mejor realidad.


Esta es una de las situaciones en las que aplica perfectamente aquello de “no hay mal que por bien no venga”. El coronavirus ha dejado una estela de muerte, miedo e incertidumbre, pero también trajo consigo valiosas lecciones que nos permitirán construir un mejor futuro.


1.- La tranquilidad. Como mencioné antes, el ritmo frenético de la vida que llevábamos antes de que apareciera el coronavirus nos impide vivir la vida, disfrutar la vida. Por andar involucrados en cuidar lo material, los olvidamos de lo espiritual, de lo que es realmente importante. Por eso, es necesario cultivar la tranquilidad, para reconectar con la esencia, para nosotros mismos.

Cuando tu mente y tu corazón se encuentran en estado permanente de turbulencia pensar se convierte en una tarea harto difícil. Se pierde la claridad, se distorsionan los hechos, se es propenso a tomar decisiones apresuradas. Bajar las revoluciones, entender cuáles son en verdad las prioridades y enfocarnos en aprovechar el momento, en vivir el momento, es la nueva norma.

2.- El conocimiento. Recuerda que, además de la era de la tecnología, vivimos la era del conocimiento, que es la herramienta más poderosa con que contamos para enfrentar estos tiempos difíciles. Conocimiento que, así mismo, es vital en una época en la que nos amenazan la infoxicación, las versiones distorsionadas de la realidad, la sobreinformación sin bases sólidas.

Solo hay dos caminos que podemos transitar en esta vida para aprender: el conocimiento es uno de ellos y la experiencia, el otro. Son complementarios, porque el máximo nivel de conocimiento sin experiencia, de nada sirve. Es la acción, la práctica, la que nos permite aprender de verdad porque nos enfrenta al error, a nuestras propias limitaciones. Conocimiento y experiencia, las claves.

3.- La mentalidad. Quizás nunca en la historia de la humanidad el poder de la menta, la capacidad para controlar la mente, había sido tan necesaria. Solo las mentes más fuertes, las que puedan adaptarse más rápido, las que estén abiertas para enfrentar los cambios que se sucederán podrán afrontar con éxito la nueva realidad. El entrenamiento constante de la mente será una prioridad.

Una de las situaciones lamentable de la crisis fue aquella de ver tantas personas presas del pánico, actuando de una manera casi irracional, dejándose llevar por el impacto de emociones primarias. En adelante, ser conscientes no solo de la nueva realidad, sino de nosotros mismos, será vital para cumplir lo que deseamos. Solo esa consciencia nos dará la posibilidad de ser útiles a los otros.

4.- Ser positivos. Esta es una característica que muchos desprecian o, simplemente, descartan. Dicen que no se puede ser positivos en medio de una realidad tan caótica, de tantas muertes, de tanta desigualdad social, de tantos seres humanos que luchan por sobrevivir. Por supuesto, ser positivo no implica hacer caso omiso de esa realidad, ni mirar para otro lado, ni quedarse quieto.

De lo que se trata es de vislumbrar un futuro distinto, mejor para todos, y con mente positiva darnos a la tarea de aportar cuanto podamos con nuestro conocimiento y experiencia, nuestros dones y talentos, nuestra pasión y vocación de servicio. No es un optimismo necio, ciego, que desconoce la realidad, sino una actitud que nos ilumina para construir aquello que deseamos.

5.- La comunidad. Repito: no estamos solos y no nacimos para estar solos. Nadie, absolutamente nadie se salvará solo. Necesitamos de los demás y los demás necesitan de nosotros. Esa es la gran verdad que quedó al descubierto en esta crisis provocada por el coronavirus. Debemos dejar de competir, de asumir la vida como una carrera de la que al final todos seremos perdedores.

Trabajar por los otros y con los otros es la nueva realidad. No importa cómo lo haces, desde qué lugar lo haces: el impacto de la crisis habría sido infinitamente peor de no haber mediado la solidaridad, el trabajo en equipo, el autocuidado y el cuidado de los nuestros. Es el momento de dejar de pensar en el ‘YO’ y entender que el ‘NOSOTROS’ es la única razón por la cual estamos aquí.

A pesar del altísimo costo que supuso, el coronavirus llegó para darnos valiosas lecciones. Ya dependerá de cada uno aprovecharlas o no. En mi caso, aprendí que los valores que llevan al éxito a una empresa aplican perfectamente para la vida, para alcanzar lo que anhelamos. Por supuesto, me encantará que me acompañes en este nuevo camino, que seamos los gestores de una mejor realidad.