Incertidumbre y ansiedad. Preocupación e inseguridad. Transcurre el tiempo en medio del confinamiento y las noticias que nos llegan cada día no son alentadoras; de hecho, contribuyen a que estas sensaciones se incrementen: las cifras de contagiados y de víctimas mortales asciende sin cesar y las medidas adoptadas por las autoridades en todo el mundo de poco o nada sirven.

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Pasan los días y también se terminan la creatividad y la buena onda para lidiar con niños que no están acostumbrados al encierro, que no son conscientes del riesgo que se corre afuera y cuyo espíritu de libertad se resiste a estar confinado. Es necesario hablarles muchos, explicarles cómo es la situación y tratar de que acepten de buena gana que las medidas son para su protección.

Incertidumbre y ansiedad. Preocupación e inseguridad. Aunque he pasado antes por momentos difíciles, aunque tengo formación como sicólogo que me brinda herramientas de las que una persona común y corriente carece, para nadie es fácil esta situación. Procuro verla con ojos positivos, constructivos; intento extraer el aprendizaje que esta etapa encierra, pero no es fácil.

Mantenerme ocupado, concentrado en mi trabajo, es la mejor terapia, sin duda. Amo lo que hago y me encanta hacerlo todos los días, de ahí que no signifique un sacrificio o un esfuerzo adicional en el confinamiento. Y disfruto mucho también este tiempo con mi familia: ver crecer a mis hijos, conocerlos mejor, compartir todo mi tiempo es algo que, estoy seguro, agradeceré por siempre.

La clave está en el control de las emociones, que en esta circunstancias suben y bajan con rapidez, como si estuviéramos en una interminable montaña rusa. Estamos felices preparando el desayuno con la familia y, de pronto, una noticia nos arrebata la calma. Es, entonces, cuando nos invaden la incertidumbre, la ansiedad, la preocupación y la inseguridad. Y las siempre molestas preguntas.

Sí, esos interrogantes que nos atormentan, que provocan que nuestra mente se llene de pensamientos negativos y destructivos. Y ese, debes saberlo, es el peor escenario: es cuando perdemos el control de nuestros actos y decisiones, cuando quedamos a merced de un agente externo. Son momentos en los que la vida nos exige reaccionar con vigor, con determinación.

Hace unos días, un amigo de hace muchos años me envió por correo electrónico una información que, lo confieso, me ha servido mucho. Se trata de un artículo relacionado con el libro Los cuatro acuerdos toltecas, escrito por el conocido autor y conferencista Miguel Ángel Ruiz, una autoridad en temas de espiritualidad. Esa ha sido su obra más vendida, con casi 4 millones de ejemplares.

Los toltecas fueron un pueblo nómada que vivió en México entre los siglos X y XII y que finalmente se asentaron en la zona que ahora abarcan los estados mexicanos de Tlaxcala, Hidalgo, Ciudad de México, Estado de México, Morelos y Puebla. Allí, la sociedad se dividió en dos grupos: el privilegiado (jerarcas, militares, sacerdotes y funcionarios) y la clase servil (trabajadores).

Si bien se antojan muy sencillos en el papel, llevarlos estos cuatro acuerdos a la realidad suele ser un poco más complicado. En todo caso, te digo que es algo que vale la pena: es lo que podríamos llamar sabiduría popular, surgida de las experiencias de aquellos que no tenían conocimiento formal, pero en cambio estaban estrechamente conectados a la mayor fuente de saber: la Tierra.


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El objetivo de los cuatro acuerdos es que aprendas a tener una vida plena de abundancia, una vida propia.


Surgidos de la sabiduría popular del pueblo Tolteca, que habitó en México entre los siglos X y XII, los cuatro acuerdos que formula el reconocido autor y orador Miguel Ángel Ruiz son una poderosa herramienta que nos ayuda a enfrentar esta crisis y a construir nuestra mejor versión.


¿Sabes cuáles son esos cuatro acuerdos? Acá te los relaciono:

1.- Sé impecable con tus palabras

2.- No tomes nada como personal

3.- No adivines, ni supongas

4.- Haz siempre lo máximo, lo mejor que puedas

Sencillos, ¿cierto? El problema, porque siempre hay un problema, es que si somos honestos debemos reconocer que con ellos nos ocurre como con los propósitos de Año Nuevo: tan pronto se extinguen las luces de la celebración, el entusiasmo se esfuma por completo y nos quedamos en la formulación. Y con la frustración, claro. O damos unos cuantos pasos y luego nos rendimos.

No cabe duda de que, si aplicáramos estos acuerdos, nuestra vida sería más sencilla y, en especial, más feliz. Tendríamos más abundancia, más tranquilidad y, por supuesto, erraríamos menos. Pero, así como el sentido común es el menos común de los sentidos, con estos cuatro acuerdos toltecas nos quedamos en la enunciación y no pasamos a la etapa de la implementación, la importante.

Ahora, entonces, veamos cómo es posible aplicar estos acuerdos toltecas en tu vida:

1.- Sé impecable con tus palabras. Las palabras, lo sabemos, tienen poder, mucho poder. Tanto para construir como para destruir, algo que comprobamos todos los días en las situaciones más sencillas. Cuando Ruiz se refiere a impecable el mensaje que nos quiere transmitir es que seamos conscientes de las palabras que emitimos para que luego no se vuelvan en nuestra contra.

En situaciones como esta del confinamiento, lo sé, estamos muy expuestos a dejarnos dominar por las emociones y, quizás inconscientemente, explotar en el momento menos adecuado, con la persona menos adecuada. Y después lo pagamos y de nada vale el arrepentimiento. ¿Por qué? Porque el daño ya está hecho y la herida tardará en sanar, y quizás también queden cicatrices.

Se trata, lo que nos propone Ruiz, es respirar y pensar antes de reaccionar por instinto, de medir el alcance de las palabras, de ser prudentes cuando abrimos la boca o escribimos. Procura erradicar la comunicación negativa y tóxica de tu vida y dedica más tiempo a escuchar que a hablar. Enfócate en lo positivo, en lo constructivo, en el aprendizaje que incorpora el momento.

2.- No tomes nada como personal. Esta es una de aquellas piedras con las que tropezamos una y otra vez, y otra, y otra más. Nos cuesta aceptar la realidad y, por las creencias limitantes que nos grabaron en el cerebro cuando éramos niños y que nosotros mismos hemos reforzado de adultos, pensamos que hay una confabulación en nuestra contra, que el universo conspira para incomodarnos.

Por supuesto, no es así. Todo lo que ocurre en nuestra vida, absolutamente todo, depende de las acciones que ejecutamos, de las decisiones que adoptamos. Entonces, es fruto de la causalidad (causa-efecto), no de la casualidad. Nos sentimos víctimas por el miedo, porque nos domina el ego y porque cargamos con frustraciones y emociones que no hemos sabido, ni podido gestionar.

Deja de darle poder a factores externos para que controlen tu vida. Entiende que cada situación tiene un propósito y, sobre todo, un aprendizaje valioso. Y es una elección propia asumirla con ánimo constructivo o permitir que te contamine. La vida es maravillosa, riega bendiciones sobre ti cada día y si te enfocas en lo negativo perderás la oportunidad de disfrutarlas, de aprovecharlas.


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La cultura tolteca es rica en mitos y leyendas populares que aún hoy están muy arraigados.


Los cuatro acuerdos son verdades simples que, irónicamente, son difíciles de implementar en la vida real. Sin embargo, si aprendemos a actuar de manera consciente y controlada, si evitamos que las emociones y las creencias nos dominen, podremos construir una vida más satisfactoria.


3.- No adivines, ni supongas. Las famosas películas mentales que nos montamos todo el tiempo son la mayor fuente de preocupación, de desdicha, de frustración. Imaginamos una realidad que solo existe en nuestra mente y reaccionamos como si fuera verdad. Luego, nos estrellamos contra todo y contra todos y pretendemos desconocer qué ocurre, queremos eludir la responsabilidad.

Adivinar y suponer la realidad, querer acomodarla a nuestra conveniencia es la mayor fuente de problemas para el ser humano. Somos manipuladores compulsivos, de manera consciente o inconsciente, no sabemos medir las consecuencias de nuestros actos. Estos son impulsos que, en todo caso, podemos controlar para que no nos mortifiquen, para llevar una vida más tranquila.

La forma más sencilla y efectiva para eludir este problema es preguntar más y responder menos. Creemos que sabemos todas las respuestas, pero no es así. Pregunta, sé paciente y tolerante, no juzgues y no lastimes. Confía en los demás, entiende que nadie es perfecto (incluido tú) y aprende que la vida no es como tú quieres, sino como es. Así de simple. ¡Olvídate de las películas mentales!

4.- Haz siempre lo máximo, lo que puedas. Vivimos en función de los demás, fijamos expectativas muy grandes y después, cuando la vida toma otro camino, nos quejamos, nos sentimos agredidos. Por la educación que recibimos, requerimos la aprobación de otros y, lo peor, actuamos condicionados por la opinión de otros. Así, vivimos agobiados por la idea de ser perfectos.

Y, ya lo mencioné, nadie lo es. Y de eso se trata la vida, precisamente: de aprender a lidiar con nuestras limitaciones, de aprovechar nuestras fortalezas, los dones y talentos que poseemos. Debemos aprender a aceptar el error como vital fuente de aprendizaje en el proceso y que la misión que nos fue encomendada es la de ser parte de un maravilloso proceso de construcción.

Haz lo que amas, lo que te apasiona. Pasa más tiempo con las personas que amas, di no a lo que te incomoda o te resulta tóxico, personas o situaciones. Y no te midas: sé generoso, bríndate al ciento por ciento en cada situación, como si fuera la primera, como si fuera la última. Pase lo que pase, te quedará la enorme satisfacción de haber sido genuino, auténtico, de dar lo máximo.

En un artículo reciente te expresé que lo peor que nos podría ocurrir es que al final de esta crisis, que no sabemos cuándo y cómo va a terminar, nuestra vida sea la misma de antes. No se trata de que hagas un borrón y cuenta nueva, pero sí de que aproveches este período y sus enseñanzas para cimentar una mejor versión. Practicar estos cuatro acuerdos, sin duda, te ayudará mucho.