“La vida es lo que pasa mientras estás en el empleo que odias. La vida es más que cumplir horarios de oficina, es más que seguir las órdenes de los jefes. La vida es amar lo que haces, es sentir pasión por tu profesión, es disfrutar de una tarde en el parque en compañía de tu familia”. Y dejó de ver cómo pasaba la vida y decidió vivirla, a full.
En la flor de la vida, en la plenitud de la juventud, un día la vida le envió a Felipe Moyano un mensaje inequívoco. “Yo no sabía lo que era un dolor de cabeza de migraña y un día, en la oficina, empecé a ver culebritas, a la gente con la cabeza deforme. No podía soportar la luz y terminó en la sala de urgencias del hospital, durante seis horas”, relata.
El médico que lo atendió le dijo que sufría un cuadro severo de estrés y que debía tomar una decisión: determinar qué era más importante, si el trabajo o la salud. “Me sugirió que me dedicara a un trabajo que me gustara, que disfrutara, porque así iba a evitar el estrés. Ese fue un clic y entendí que por donde iba no cumpliría mis sueños”, afirma.
Pero, siempre hay un pero, no era una decisión fácil. “Necesitaba el empleo”. De acuerdo con el modelo convencional, Felipe lo tenía todo para ser feliz:
era profesional, ocupaba un puesto destacado en una empresa reconocida y tenía un buen salario. Además, era joven y soltero, así que no había impedimentos para disfrutar la vida. Pero, no era así.
No la disfrutaba, entre otras razones, porque lo que hacía no estaba conectado con los sueños que había acuñado en su niñez. “Quería ser actor, e inclusive estuve en el grupo de teatro del colegio. Me veía en la televisión actuando en telenovelas y haciendo teatro”. Sin embargo, a medida que creció, el sueño se fue desvaneciendo hasta que desapareció.
Luego, se interesó por la historia, impactado por la forma en que Martin Luther King y Nelson Mandela habían conseguido cambiar el rumbo de sus países e inspirar a millones de personas con su ejemplo. “Me identifiqué con esas historias y me di cuenta de que eso era lo que quería, que quería dejar un mundo mejor de lo que yo encontré cuando nací”.
Pero, siempre hay un pero, las vocecitas de la cabeza le decían que no, que mejor esperara otra oportunidad. “Crecí con la mentalidad del empleado y mi objetivo era llegar a ocupar un cargo directivo en una gran compañía. Creía que ese era el propósito de mi vida y que así me iba a hacer millonario”. Entonces, se enfocó en completar el curso.
“Soy feliz con la vida que he podido construir. Todas las experiencias me han
ayudado a ser un Felipe más maduro, más seguro, más empoderado y mucho
más feliz”, asegura. El proceso de aprendizaje, lo sabe, es de nunca acabar.
En efecto, se graduó en Administración de Empresas y luego acumuló posgrados: una especialización en Administración Financiera y un magíster en Gestión de Proyectos y otro en Neuroliderazgo y Comunicación Política. Tras cuatro años como profesional, era el gerente administrativo y financiero de una empresa del sector de los hidrocarburos.
“Había logrado una buena posición y aparentemente tenía una buena vida: a los 25 años, tenía un buen salario y estaba soltero”. El libreto convencional de lo que para muchos es la felicidad. Sin embargo, pronto Felipe descubrió que él no encajaba en ese mundo, que se había equivocado porque había seguido los sueños de su familia, no los suyos.
“Estar encerrado en una oficina mirando número y dando órdenes no era lo que yo quería hacer. A mí me encanta estar con la gente, escuchar a las personas, hablar con ellas, y en mi empleo no lo hacía”. Entonces, empezó a buscar una salida: “Encontré una certificación profesional en ‘coaching’ y me matriculé con mil dudas”. A partir de ahí, su vida cambió.
“Encontré mi pasión, mi propósito de vida”, asegura. Sin embargo, había algo que lo detenía: necesitaba el salario de su empleo convencional. “Apenas me certifiqué, comencé a conseguir clientes y seguí estudiando para tener mejores herramientas. Meses después, renuncié a mi empleo y ahora estoy dedicado a mi negocio”, dice orgulloso, y feliz.
“Nadie se imagina la tranquilidad que sentí cuando pasé mi carta de renuncia. Con ese acto sencillo me quité un gran peso de encima y sentí que volvía a vivir. Ese acto me conectó con la vida, con eso de lo que en realidad se trata la vida, que no es algo distinto a hacer aquello que te hace feliz”. Liberado de ese lastre, comenzó a disfrutar el día a día.
Y, también, a disfrutar los pequeños detalles, esos que nos brindan grandes lecciones y que nos dan grandes alegrías. “Mi primer momento de felicidad como emprendedor fue cuando vi mi logo y mi página web. Era algo que había anhelado durante tres años. Luego, cuando me aprobaron mi primer producto digital, cuando hice mi primera venta”…
Por supuesto, fueron muchos los momentos de incertidumbre, de duda, momentos en los que reaparecieron esas incómodas vocecitas que le decían que tenía que dejarlo todo y volver al empleo convencional. ¿La razón? “No sabía cómo vender mis proyectos, no me había preparado para eso”. Afortunadamente, encontró la solución adecuada y definitiva.
“Superé ese problema educándome, hice varios cursos de ventas. Álvaro Mendoza fue una de las personas que me enseñó sobre las ventas. Uno de sus cursos me cambió el chip y decidí convertirme en vendedor de mi negocio. Cambié las creencias limitantes que había forjado sobre esta actividad”, explica. “Aprendí que las ventas son la sangre del negocio”.
Felipe se estrelló contra un problema de fondo que trunca los sueños de muchos: “No calculé el costo de lo que significa ser emprendedor. Creí que todo era fácil y, lo peor, que no había desarrollado la habilidad de las ventas”. Para su fortuna, halló las herramientas y los conocimientos necesarios para superar este obstáculo y poder cumplir sus sueños.
Hoy, Felipe se define como “un hombre empoderado, seguro de lo que quiere, con una visión clara de su meta y alguien que trabaja todos los días por alcanzarla”. Y aunque ya muchos de sus sueños se cumplieron, hay otros pendientes: “Con mi esposa queremos mudarnos a Estados Unidos y, por otro lado, a mi proyecto de vida le faltan los hijos.
Felipe Moyano nació en Neiva, una ciudad intermedia de Colombia, y eso influyó
en su visión conformista de la vida. Por fortuna, logró despojarse de esas
ataduras culturales y abrió el universo de posibilidades que le brindaba el mundo.
Mientras trabaja en concretar esos sueños, disfruta de ver cómo otros, a los que ha tenido el privilegio de ayudar, cumplen los suyos. “Cada mañana, cuando me levanto, saber que mi trabajo, que mi mensaje, ayuda a otros me hace feliz. Me encanta ver la transición, que llegan siendo víctimas y se convierten en protagonistas de sus vidas y son felices”.
Para Felipe, su mayor logro “es haber empezado mi negocio de la nada. Ser el primer emprendedor de mi familia me llena de orgullo. Inspirar a otros de mi entorno a ser emprendedores me enorgullece. Me falta convertirme en entrenador para certificar a otras personas como ‘coaches’. Trabajo en eso y pronto tendré noticias positivas”, asegura.
La noticia positiva es que Felipe tuvo la valentía de salirse del molde y construyó un nuevo camino. “Valió la pena. Amo lo que hago, lo disfruto mucho y dispongo de tiempo para estar con mi esposa, para viajar. Hay días en lo que tengo que trabajar de más y lo hago sin problema porque soy feliz y porque sé el impacto que tiene en otras personas”.