El día después es algo a que todos nos atormenta. Una desagradable sensación que obedece, sin duda, a ese miedo que le tiene el ser humano a aquello que desconoce, que no puede controlar. Y el futuro, el mañana, lo desconocemos por completo, más allá de que vivimos imaginándolo, de que creemos que se va a dar tal y como lo concebimos.
Sucede, por ejemplo, cuando terminamos una relación amorosa. Saber que esa persona ya no está a nuestro lado, que siguió el curso de su vida, que ya no es parte de nuestros planes, de nuestro proyecto de vida, nos llena de incertidumbre. Aunque se trate de una relación tóxica, dañina, nos aferramos a esa persona con tal de evitarnos el dolor.
Sucede, por ejemplo, cuando somos despedidos del empleo en el que llevamos algún tiempo. Un día, sin previo aviso y por unas razones que nos cuesta entender, nos dicen que debemos empacar nuestros enseres e irnos. ¿A dónde? ¿A hacer qué? ¿Y los planes que habíamos trazado, los sueños que habíamos forjado? ¿Qué hacemos con ellos?
Sucede, por ejemplo, cuando sufrimos la pérdida de un ser querido. En especial, si es alguien con quien tenemos un vínculo fuerte y cercano, alguien que forma parte muy importante de nuestra vida. El vacío es inmensamente doloroso y su ausencia nunca se llena, siempre se siente. Es una situación para la cual nunca nos hemos preparado.
Sucede, por ejemplo, cuando enfrentamos grandes dificultades en nuestro negocio, como una quiebra. Tanto tiempo, tanto trabajo, tanto sacrificio, tanto esfuerzo, tantos recursos invertidos en un abrir y cerrar de ojos se van al bote de la basura. Y ahora, ¿quién podrá ayudarme?, pensamos. Nos cuesta conciliar el sueño, pensando en el día después.
A mediados de 2009, a Philip Mulryne le llegó el día después. Luego de una carrera que comprendió 161 partidos oficiales en la Liga Premier inglesa, colgó los botines. Frecuentes lesiones, que lo aquejaron durante varios años, lo llevaron a tomar la decisión. Punto final a una vida que había llevado desde que, a los 14 años, ingresó al Manchester United.
Aunque vistió en 27 oportunidades la camiseta de Irlanda del Norte, su país, Mulryne no fue un jugador destacado. En las filas de los ‘diablos rojos’, al mando del mítico sir Alex Ferguson, entre 1996 y 1998 coincidió con jugadores como David Beckham, Ryan Giggs, Ole Gunnar Solksjaer o Peter Schmeichel, figuras mediáticas y leyendas deportivas.
A finales del año pasado, sin embargo, ocupó las primeras planas tanto de los principales diarios deportivos como también de los religiosos, especialmente, de los católicos. ¿Por qué? A comienzos del mes de julio, se ordenó como sacerdote después de recibir la bendición del obispo de Dublín (Irlanda) Joseph Augustine Di Noia. ¡Increíble!
“Mi vida ha cambiado radicalmente, pero también puedo aportar muchos
de los valores que aprendí como futbolista y usarlos en mi sacerdocio”,
dice el hoy exfutbolista. Ahora juega en el equipo de Dios.
Tras estar durante 17 años en el ámbito del fútbol, al que algunos llaman religión mundana, pasó a las filas de la religión católica, en la orden de los dominicos, y ahora juega en el equipo de Dios. Una transformación insólita, poco habitual, que le permitió descubrir su verdadera vocación y, sobre todo, confirmar que el mejor oficio es servir.
“Siempre fui creyente, pero durante los 13 años que fui futbolista me alejé de la práctica de mi fe, aunque todavía rezaba con regularidad. Creo que Dios me invitó a convertirme en sacerdote. Respondí que sí, sabiendo que su plan para mi vida sería por mi bien y el de los demás. Hace unos años aparecieron los primeros indicios de mi vocación religiosa”.
Tras abandonar las filas del MU sin disputar un solo partido oficial, recaló en el modesto Norwich City, en el que actuó en 161 ocasiones. Después, su carrera entró en el ocaso, agobiado por las lesiones, y entre 2005 y 2008 solo jugó seis partidos con Cardiff City, Leyton Orient y King’s Lynn, de las divisiones menores del balompié inglés. Y se retiró.
“No niego que la vida que ofrece el fútbol me produjo mucho placer. Pero, a menudo estos sentimientos eran fugaces y efímeros. Mi fe y mi vida como sacerdote me brindan una mayor satisfacción y una felicidad que es mucho más que un sentimiento emocional: es la felicidad de saber que Dios me ama y recorre el camino conmigo”, asegura.
En el vestuario, Mulryne tenía fama de ser un tipo simpático, amigable, aunque un poco indisciplinado. De hecho, una vez se voló de la concentración de la Selección y se fue a tomar cerveza. También se hizo mencionar por su romance con la bella modelo Nicola Chapman, que participó en el controvertido reality show llamado Parejas de Futbolistas.
El día después, cuando tomó la decisión de dejar el fútbol, Mulryne se dedicó a las obras sociales. “El tiempo que estuve ayudando a alcohólicos y en un centro para personas sin hogar cambió mi vida. Reconocí en estos hombres rotos a personas que tenían una dignidad tremenda. Me mostraron el egoísmo que existía en mí como futbolista”, dice.
En esa labor humanitaria, Mulryne se dio cuenta de que “cuanto más nos entregamos a los demás, somos más verdaderamente humanos, y recibimos más cuando damos nuestro tiempo para ayudar a los demás. Ver a Jesús en estos hombres, lo que me enseñaron, fue lo que me cambió”, afirma. Entonces, dejó los pantalones cortos y se midió la sotana.
Ingresó al seminario diocesano Saint Malachy, en Belfast; estudió filosofía en la Universidad de Queens y teología en la Universidad Gregoriana y en 2012 se unió a la Orden de Predicadores (dominicos). En 2016 se hizo diácono (el paso previo a ordenarse como sacerdote) y renunció a sus bienes materiales para asumir su voto de pobreza.
De niño, cuando jugaba en el equipo de su parroquia, el St. Oliver Plunket, creyó que su destino era ser futbolista. Allí fue descubierto por los cazatalentos del Manchester United y compartió vestuario con una constelación de figuras mediáticas. Aunque atesoró riqueza y disfrutó la vida como cualquier joven, no encontró la verdadera felicidad en ese mundo.
Dentro de su corazón, había otra pasión que bullía, una que le indicaba que su misión aquí iba más allá de darle patadas a un balón, pasarla bien y darse a los placeres mundanos. Siguió ese camino y encontró su verdadero lugar, uno en el que se siente feliz y, lo mejor, donde puede ofrecer su conocimiento y experiencia al servicio de otros.
“Echo de menos aspectos del deporte como la atmósfera en el club, la
camaradería que hay en un equipo y, por supuesto, el fútbol en sí que me
encanta y aún amo”. Esa disciplina le ayudó a tomar la decisión.
Lo más irónico es que Mulryne sigue vinculado al fútbol: fue nombrado capellán del equipo del Newbridge College, cerca de Dublín. “Las estructuras y el modo de vida disciplinado en el que vivo como religioso me ayudan a centrarme en lo que Dios me ha pedido”, asegura. El día después, ese al que tanto miedo le tenemos, fue el más feliz para Philipe Mulryne.
A veces, cuando llega ese momento, nos agobia el miedo y ese sentimiento nos impide darnos cuenta de que la vida sigue, de que hay nuevas y mejores oportunidades. Es un mensaje que nos dice que vamos por el camino equivocado y nos señala el correcto. Ese día comprendemos que el mejor negocio del mundo es servir a otros…
Realmente admirable, una verdadera muestra de amor y entrega al sacrificar una vida llena de lujos, festines y posesiones materiales. Mas si tenemos en cuenta que muchos buscamos a Dios solo cuando estamos en medio de dificultades y necesidades y solo hasta que estamos otra vez a flote. Me quito el sombrero.