Cuando comenzamos un negocio, o cuando creamos algo como un libro, un producto o un servicio, todos queremos ser ORIGINALES. Lo escribo en mayúscula porque sé que esa es la prioridad (no una de las prioridades, sino LA prioridad), convencidos de que esa sola característica, por sí misma, nos va a garantizar el éxito y la preferencia de los clientes.

Ser ORIGINALES se convierte en una obsesión, y más si este es nuestro primer negocio, nuestro primer libro, nuestro primer producto, nuestro primer servicio. Queremos que ese hijo tenga nuestro ADN, sea distinto, sea único, sea fácilmente reconocible en el mercado. Que no haya riesgo de que se lo confunda con otro, ni siquiera que se lo compare.

Es una obsesión que nos lleva a invertir tiempo, dinero y recursos para alcanzar ese objetivo, a veces más de lo necesario, a veces por encima de nuestras capacidades. Lo más triste (e irónico) de esta situación es que cuando esa creación ORIGINAL sale al mercado, el público la compara con artículos existentes y echa por tierra la obsesión.

Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

No te obsesiones con la idea de ser diferente, de ser original.

¿Sabes por qué ocurre eso? Principalmente, porque desconocemos la variedad de significados que tiene la palabra originalidad. Nos quedamos con el más común, con el que más nos conviene: “Dicho de una obra científica, artística, literaria o de cualquier otro género: que resulta de la inventiva de su autor”. Pero, hay más acepciones.

La definición que acabo de mencionar es la segunda contenida en el Diccionario de la Lengua Española (DLE). La tercera reza: “Dicho de cualquier objeto: que ha servido como modelo para hacer otro u otros iguales a él”. Y la sexta: “Que tiene, en sí o en sus obras o comportamiento, carácter de novedad”. Hay diferencias, sutiles, pero claro que las hay.

Si nos remitimos a esa obsesión por la ORIGINALIDAD es porque escogimos la segunda acepción. Sin embargo, el mismo diccionario nos da más opciones que desechamos y, por eso, enfrentamos problemas y nos llenamos de malestar e inconformidad. Porque nos cuesta entender (¿o aprender?) que podemos copiar un modelo, modificarlo, mejorarlo.

Sí, esas son opciones válidas. De hecho, el mundo de los negocios nos ofrece varios claros ejemplos de productos o servicios que habitualmente atamos a un nombre, a una marca, que no fue el origen. Hace unas semanas, publiqué la nota 5 exquisitas lecciones del gestor de McDonald’s, muestra de esa realidad que desconocemos o no aprovechamos.

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Las redes sociales se crearon en el siglo pasado, pero solo a mediados de los 2000 se popularizaron.

La empresa fue fundada por los hermanos Richard (Dick) y Maurice (Mac) McDonald’s, pero fue Raymon Kroc (Ray Kroc) el que la transformó en el gigante que hoy conocemos. ¿Qué hizo? Tan pronto pudo asumir el control de la empresa, le dio su toque y, gracias a su conocimiento y experiencia, le metió en las grandes ligas, le amplió los horizontes.

Innovación pura, una de las posibilidades de originalidad. ¿Te das cuenta? No hay que ser el primero, no hay que ser el creador, no hay que ser obsesivamente diferente al resto: basta con ofrecer justamente lo que el mercado requiere, con darle solución al problema de los clientes. Eso es algo que, sin duda, los emprendedores deberíamos aprender.

Porque nos evitaríamos problemas, dolores de cabeza y pérdida de tiempo, recursos y dinero. Y a lo mejor obtendríamos ganancias, y reconocimiento, y podríamos darnos la vida que ansiamos en vez de estar peleando con el mercado, enceguecidos por una obsesión. Veamos otros ejemplos que seguro te van a aclarar la mente.

Ejemplos de originalidad

Las redes sociales, tal y como hoy las conocemos, existen al menos desde la segunda mitad de los años 90. Es decir, cumplieron 20 años. En 1995, TheGlobe.com les permitió a sus usuarios personalizar sus experiencias en línea a través de la publicación de contenido y, sobre todo, la interacción con otras personas con intereses afines.

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Google, el rey de los buscadores, surgió en 1997, cuando esta herramienta ya estaba posicionada.

Dos años más tarde, AOL (American On Line) puso en marcha su servicio de Instant Messenger (mensajes instantáneos), otra faceta de la tecnología que hoy nos atrapa. Sin embargo, para muchos de quienes están presentes en las redes sociales, estas surgieron cuando se creó Facebook, más exactamente cuando esta se popularizó.

Fue ya en el siglo XXI, en 2003, que apareció Friendster, la primera conexión en línea de amigos reales, que sumó 3 millones de usuarios en los tres primeros meses. Le siguió MySpace y en 2004 conocimos Facebook, la creación de Mark Zuckerberg, que como sabemos se creó para conectar a los estudiantes de la Universidad de Harvard.

El mérito de Facebook fue haber ofrecido justo lo que la gente, especialmente los jóvenes, buscaba. Y no cesa de evolucionar, de mejorar, de crecer. En 2006 llegó Twitter, con sus 140 caracteres, y ganó otra importante porción del mercado y en 2010 fue el turno de Instagram. Todas han transformado el concepto de redes sociales, ninguna fue la original.

Otro ejemplo: cuando hablamos de buscadores en internet, pensamos en Google. Eso, a pesar de que existen Yahoo, Bing, Ask, Blippex, DuckDuckGo o Archive Wayback Machine, entre otros. Los buscadores fueron una consecuencia de la creación de la web y, como las redes sociales, llegaron para suplir las necesidades de estudiantes universitarios.

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No te obsesiones por ser original: imprímele a tu producto tu ADN.

La historia cuenta que fue por allá en 1994 que surgió la primera versión, la de los buscadores jerárquicos o arañas, que buscan páginas de acuerdo con su contenido. Se denominaba WebCrawler y su creador fue Brian Pinkerton, estudiante de la Universidad de Washington. Un año más tarde, lo vendió AOL y en 1996 lo adquirió Excite!

Lycos, Excite!, AltaVista, Yahoo!, Inktomi y HotBot, algunos de ellos verdaderos dinosaurios de la red, antecedieron al gran señor Google, que apareció en 1997. Fue el proyecto de investigación de Larry Page y Sergey Brin, en la Universidad de Stanford. La utilización del algoritmo Open Directory, que filtra los resultados, lo convirtió en el rey.

No fue el primero y, de hecho, cuando comenzó era prácticamente igual a los demás. Sin embargo, su estructura y su arquitectura, que facilitan búsquedas precisas, lo pusieron en el primer lugar y, por eso, muchos creen que fue el pionero. Google aprovechó los avances tecnológicos, mejoró lo que existía y hoy es el dictador más querido de la web.

Cuando estás en la etapa inicial de tu negocio, inclusive, cuando estás en la fase de creación de tu negocio (tienes una idea y quieres cristalizarla), no te obsesiones por ser ORIGINAL. Mira a la competencia, analízala, estúdiala, desmenúzala, y toma lo que creas que te sirve. Luego, adáptalo, modifícalo, combínalo, conviértelo en un mejor producto.

Recuerda: para ser exitoso basta con ser ORIGINAL, según la tercera y sexta acepciones del término. No es indispensable ser el pionero, sino la solución perfecta. La originalidad consiste en el toque personal que tú les imprimes a tus obras, ese ADN único, así que enfócate en esa característica se convierta en una oferta irresistible para el mercado.