Al abrir los ojos cada mañana, me invade una sensación muy especial. Es la certeza de que mis ganas de vivir, una vez más, les ganaron a esos miedos de dormirme y no despertar nunca más, un temor inconsciente que probablemente tú también experimentes.
Por eso, no dudo de que soy un privilegiado porque tengo una vida feliz y tranquila, una familia espectacular, un círculo de amigos incomparable y salud. No me preocupa demasiado la posibilidad de morir, pues al fin y al cabo sé que es algo que a todos nos llega. Anhelo, por supuesto, que se demore mucho mucho tiempo.
Sin embargo, sí me provoca cierta inquietud la incertidumbre de no alcanzar a terminar mi tarea terrenal antes de que la parca venga y me tome de la mano para emprender ese viaje a lo desconocido. Si como yo eres padre de dos niñas que apenas entran en la adolescencia, estoy seguro de que compartes conmigo esa sensación.
Por eso mismo, cuando dejo la cama y pongo un pie en el piso lo hago con la firme decisión, con la convicción, con la mentalidad de hacer de ese día específico el mejor de mi vida. No sé si el más feliz, pero sí el mejor. No sé si uno lleno de dificultades, pero sí el mejor. No sé si uno en el que gane mucho dinero, pero sí el mejor.
No sé si uno en el que al caer la noche me queden muchas tareas pendientes, pero sí el mejor. Los seres humanos solemos creer que ‘mejor’ significa ‘perfecto’, pero no es así. No, al menos, en la vida real. Porque, por supuesto, la vida misma perfecta. Y la perfección es un estado que tampoco me interesa alcanzar.
¿Sabes por qué? Porque lo asumo como un techo, como un límite, y en mi vida no quiere techos, ni límites. Entiendo cada día como un universo infinito de posibilidades, de experiencias, de aprendizajes, de misterios. Y porque hace unos años, la vida me envió un aviso: sufrí un infarto y le coqueteé a la parca.
No era mi tiempo, afortunadamente, y aquí sigo dando la pelea, luchando porque cada día sea el mejor día de mi vida. Y procuro exprimir esas 24 horas para sentir que fueron 27 o 30 o 36, para sentir que cada minuto que pasé con mi familia fue una eternidad, para sentir que ese día valió la pena porque puede ayudarte a ser tu mejor versión.
De eso se trata, digo yo. De hacer tu mejor esfuerzo para que en el momento en que te acuestes en la cama en la noche y reposes la cabeza sobre la almohada, tengas la honesta certeza de saber que eres una mejor versión que aquella que, 12 o 15 horas antes se despertó. No es fácil, por cierto, y como se trata de un proceso, a veces hay retrocesos.
Sin embargo, enfoco mi mente en lo positivo y renuevo la ilusión para el día siguiente. Es una tarea harto difícil, sin duda, pero quiero completarla con éxito. ¿Cómo lo hago? Mi plan estratégico se basa en tres pilares: educación, acción y mentoría. No pasa un solo día de mi vida sin que aprenda algo.
Y me refiero específicamente al hábito que inculqué de leer libros y reportes, de ver videos de conferencias, de escuchar audios de expertos. Un día sin aprendizaje, para mí, es un día perdido. Y no estoy dispuesto a tolerarlo. La educación, en mi caso, funciona como un resorte disparador: hace que me levante de la silla y emprenda alguna tarea.
Los tres pilares
No una para llenar el tiempo, sino una que derive en un beneficio compartido, para mí y para quienes me rodean, incluidos mis clientes. Por eso, actúo, actúo, actúo. No me quedo pensando, sino que actúo; no lloro sobre la leche derramada del error, sino que actúo; no reparo en el cansancio, ni en lo que aún me falta por hacer, sino que actúo.
Cuando tengo alguna duda, recuerdo el día en decidí tomar acción y convertirme en emprendedor: es uno de los momentos más felices de mi vida. Y ese recuerdo evita que me detenga y, a la vez, me motiva a buscar a quienes me acogieron como un diamante en bruto y me convirtieron en una piedra preciosa (si me permites la comparación).
Mis mentores siguen siendo mi norte, mi inspiración, mi soporte. No puedo decirte que ese es el camino que debes seguir en tu vida, porque cada uno labra el suyo. Puedo decirte con seguridad y con honestidad, sin embargo, que ese fue el camino que me permitió llegar a donde estoy, que me dio la posibilidad de ser mi mejor versión.
Y también puedo ofrecerte mi conocimiento y experiencia como testimonio de que la unión de esos tres pilares (educación+acción+mentoría) pueden conducirte al éxito. Y a la felicidad, por supuesto, que es más importante. Y que es, a mi modo de ver, la recompensa que recibimos cada día por el esfuerzo realizado.
Lo que más me entusiasma, en todo caso, es saber que en este proceso no hay tregua y que cada día, como dije al comienzo, es una oportunidad, un privilegio. No sé cuánto me falta, pero como no sé cuánto tiempo me queda, lucho para que cada día me convierta en mi mejor versión.
Dicen que hay dos que nunca se sacian, el que busca el dinero y el que busca el saber.
Pero esta vez quisiera referirme a la amistad. En este mundo los amigos son de dos clases: uno humilde y sumiso y otro audaz y ambicioso. En el primero podemos confiar y darle toda nuestra colaboración; en el segundo, en cambio, es preciso estar en constante estado de alerta y, según las circunstancias, podemos depositar en él confianza, o cuidarnos de sus daños. Casi siempre las relaciones y la cordialidad entre los hombres no tienen otro objetivo mas que satisfacer cuanto antes un interés, después de lo que el que fingía sumisión y docilidad se torna altanero y hostil.
De otra parte, todos quisiéramos llegar al punto de afirmar, después de una larga y feliz existencia, las palabras de nuestro paisano ex-presidente Alberto Lleras «Sin temor y sin ambición, ya a mi edad no se le teme a nadie, cuando no se le teme a la muerte y en cuanto a las ambiciones, la naturaleza sabiamente las marchita cuando ya no pueden satisfacerse.»