Hay una gran cantidad de hábitos, comportamientos y, sobre todo, creencias que aprendemos en la niñez y la adolescencia y que más tarde, cuando somos adultos, nos damos cuenta de que están mal o, de otra forma, de que no nos convienen. Entonces, nos enfrentamos a una situación que no es cómoda porque nos lleva a cuestionar aquello que pensábamos eran verdades absolutas.
Una de las razones por las cuales esto ocurre es que los hábitos, los comportamientos y las mismas creencias van cambiando con el tiempo, adaptándose a las necesidades de las nuevas generaciones. Que, lo sabemos, son distintas de las anteriores y más en el mundo moderno, en el que la dinámica del cambio avanza a ritmo acelerado y a veces ni nos da tiempo para adaptarnos.
Lo ocurrido en este 2020 es clara muestra de ello. Teníamos una vida a la que, para bien o para mal, estábamos acostumbrados. La sabíamos llevar, por decirlo de alguna forma. De un día para otro, sin embargo, apareció el COVID-19 y nos cambió la rutina, nos obligó a confinarnos por un tiempo indefinido y a adquirir hábitos más saludables y a enfocarnos en el autocuidado.
Luego, después de que pasaron varias semanas y ya nos estábamos acomodando a esas circunstancias poco habituales, nos dijeron que había llegado la nueva realidad y que podíamos volver a la vida de antes, bajo ciertas restricciones y condiciones. Y nos han dado tantas versiones tan distintas la una de la otra que ya no sabemos en qué creer, ya no sabemos cuál es la verdad.
¿Entiendes? La lección es que no podemos dar nada por hecho, nada está sentado sobre piedra, nada es una verdad absoluta. Esta es una premisa que se aplica a la vida y, por supuesto, también a los negocios. Y es justamente por eso que traigo a colación este tema, porque hay una verdad que a medida que pasan los años pierde peso y se transforma, nos llena de incertidumbre.
Nos enseñan a poseer, no a compartir y, por eso, más tarde la vida nos enfrenta al dilema. Además, y esto es un tema bien complejo, nos enseñan a competir. Tenemos que ser los mejores, los primeros, los más populares, los más laureados, en fin. De esta forma, lo único que se consigue es alimentar una mentalidad egocéntrica, egoísta, que nos provoca mucho malestar de formas diversas.
Con el tiempo, esa mentalidad se traduce en dificultades para entablar relaciones, para llevarlas de una manera sana y constructiva, porque siempre pensamos en el YO y nos olvidamos del otro, de los demás. Es una mentalidad frágil, además, porque cada vez que nos llevan la contraria o que no logramos lo que nos proponemos asumimos una actitud de víctimas, nos volvemos reactivos.
Es lo que sucede con muchos emprendedores, lamentablemente. Se lanzan a la aventura de crear un negocio pensando exclusivamente en el dinero, en su provecho, y cuando la respuesta que reciben del mercado no es la que esperaban, entran en cólera. “Es que internet no sirve para hacer negocios”, “Es que me estafaron”, “Es que la competencia está muy dura”, argumentan.
Pero, claro, sabemos que no es cierto. El problema es que se centraron en el egoísmo negativo, aquel que se traduce en problemas, quizás porque desconocen que hay otros dos tipos de egoísmo que son positivos, favorables. ¿Lo sabías? Y créeme que como sicólogo y emprendedor tengo la autoridad para recomendarte que conozcas cuáles son y, sobre todo, los aproveches.
Antes de hablarte de ellos, sin embargo, tengo que decirte que ser egoístas es parte de la naturaleza del ser humano: todos, absolutamente todos, somos egoístas. La diferencia radica en cuánto y, especialmente, en si permitimos que ese egoísmo nos gobierno o, más bien, somos capaces de dominarlo y encauzarlo. Si no lo impides, puede provocarte muchos problemas.
El ser humano, por naturaleza, es egoísta, un comportamiento que además nos enseñan en la niñez. Sin embargo, después la vida nos demuestra que un poco de egoísmo no está mal, siempre y cuando sean del tipo consciente o del altruista. ¿Sabes en qué consiste cada uno?
Por el chip de la supervivencia, por llamarlo de alguna manera, el ser humano piensa primero en sí mismo y, luego, en los demás. Está bien, es algo natural y, de hecho, no puedes evitarlo. Tu cerebro está programado así. Otro factor importante es que el ser humano busca siempre algún beneficio en sus acciones, una recompensa, así sea un acto humanitario o de buena voluntad.
Pretender eludir ese deseo egoísta no tiene sentido, porque es parte de nuestra naturaleza. Como tampoco es conveniente llevarlo al extremo. La idea es que, aunque pensemos primero en nosotros mismos, en nuestros bienestar particular, lo hagamos en función de que redunde en un bien para otros, para la sociedad, que el yo y el nosotros se combinen y se nutran mutuamente.
El que debemos evitar, el que tenemos que combatir, es el egoísmo egocéntrico, que se manifiesta fundamentalmente en aquellas conductas orientadas exclusivamente a satisfacer las necesidades y deseos propios. Lo malo es que cuando conseguimos este objetivo nos olvidamos de los demás, les damos la espalda. No es maldad, sino miedo, muestra de frustraciones y dolor.
En cambio, debemos identificar y cultivar el egoísmo consciente. ¿Sabes en qué consiste? En la convicción de que cada uno es responsable de su vida, de lo que sucede en ella, de lo que hace con ella. Eso significa que todos, absolutamente todos, tenemos la misma oportunidad en la medida en que asumamos el control de nuestra vida y aprovechemos nuestros dones y talentos.
De hecho, son esos dones y talentos los que le permiten relacionarse con otros, ayudar a otros a través de su conocimiento y de su trabajo. El egoísmo consciente nos permite darnos cuenta de que poseemos algo valioso y, además, de que ese algo valioso les puede servir a otros. Entonces, nos damos a la tarea de compartirlo. El ejemplo más claro somos los emprendedores.
Este es el egoísmo que debes implementar en el día a día para velar por ti, por tu salud. Por ejemplo, dándote tiempo para dormir las horas necesarias, para practicar algún deporte, para preparar una comida sana, para disfrutar al lado de quienes amas, para distraerte con tus amigos o tu mascota, para leer o formarte en algún área de conocimiento que te ayude a ser mejor persona y emprendedor.
Cuando eres egoísta de esta manera, tu cuerpo, tu mente, tu negocio y, por supuesto, tus clientes lo van a agradecer. ¿Por qué? Porque solo cuando logras este equilibrio entre lo laboral y lo personal puedes dar lo mejor de ti mismo. Cuando estás sano, cuando eres feliz en lo que haces, cuando te apasiona servir, cuando piensas en el bien ajeno, serás más productivo de muchas formas.
Un tercer tipo es el egoísmo altruista. Sé bien que parece una contradicción, pero no lo es si sabemos que el egoísmo en sí no es bueno, ni malo, y que además es una característica intrínseca de todos los seres humanos. La clave de este egoísmo altruista es que está orientado por la satisfacción de hacerles el bien a otros, de darles a otros lo que poseemos, lo que somos.
Si lo piensas bien, quizás sea lo que te motivó a crear tu negocio, a convertirte en un emprendedor: darles a otros lo que tienes y lo que eres. De esta forma, el bienestar se multiplica. Lo que das tarde o temprano regresa a ti, pero en una dimensión mayor, enriquecido, fortalecido por la gratitud de aquellos que lo recibieron y se beneficiaron. En suma, es un negocio redondo.
Recuerda: no hay verdades absolutas. A todos nos enseñaron a ser egoístas y lo fuimos ciegamente durante mucho tiempo. Sin embargo, si eres un emprendedor y cultivas los otros dos tipos de egoísmo, el consciente y el altruista, no solo serás más feliz, sino que te aseguro que vas a obtener mejores resultados en tu negocio. ¿Por qué? Porque el mejor negocio del mundo es servir…
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