“Eso a mí no me va a suceder, eso solo les ocurre a los demás”. ¿Cuántas veces pronunciaste estas palabras? ¿Cuántas veces escuchaste a alguien decirlas con desparpajo? ¿Cuántas veces fuiste testigo de cómo la vida te enfrentó a ti o a esas otras personas a esa situación que creían que nunca les iba a suceder? La respuesta, lo sabemos, es muchas veces, demasiadas veces, quizás.
Algunos pensarán que es “castigo divino”, otros se inclinarán porque “tentaron al destino” y no faltarán aquellos que digan que fue “mala suerte”. No importa cuál sea la opción que elijas, porque la razón de fondo es que la vida es una caja de Pandora que cada día, a cada momento, nos ofrece sorpresas. Felices unas, desagradables las otras. Simplemente, así es la vida.
Para no ir muy lejos, en los últimos meses, con esta situación de emergencia provocada por el COVID-19, la realidad nos ofreció algunos ejemplos. Los presidentes Donald Trump y Jair Bolsonaro, de Estados Unidos y Brasil, respectivamente, descalificaron públicamente el virus, al que llamaron “una gripita”, pero luego se contagiaron. Tuvieron suerte de curarse pronto.
Bueno, el protagonista de la historia que dio origen a esta nota también pensó aquello de “a mí no me va a suceder”. Eso fue, al menos, lo que confesó Drew Goodall en una entrevista concedida a BBC News, de Inglaterra, su país de origen. ¿A qué se refiere? A lo que pensaba cuando en las calles de Londres veía a los que en Europa denominan habitualmente como los sintecho.
En Colombia, por ejemplo, los llaman habitantes de la calle. “Al menos en mi experiencia, quedarse sin hogar era algo que solo les sucedía a otras personas”, dijo Goodall. “Cuando ves a una persona durmiendo afuera de la estación de metro no piensas ‘Esto me va a pasar’”, agregó. Sin embargo, le sucedió: un día sufrió una crisis emocional y cayó bajo, muy bajo, hasta ser él un sintecho.
Goodall nació en Ipswich, capital del condado de Suffolk, en el oriente de Inglaterra, a orillas del mar del Norte. Creció en un ambiente tranquilo, sin limitaciones, gracias a que sus padres eran los dueños de un pub, un bar inglés. Cuando terminó la secundaria, se fue a Londres con la idea de hacer realidad el sueño que había acuñado de niño: ser un actor reconocido. Lo logró, pero…
En efecto Goodall obtuvo algunos papeles secundarios, mínimos, en algunas cintas. Por ejemplo, en Snatch: cerdos y diamantes, una película dirigida por Guy Ritchie que se rodó en la capital inglesa con la participación de Brad Pitt. Por aquel entonces, año 2000, la estrella estadounidense ya acreditaba varios éxitos en la pantalla grande junto con otras reconocidas figuras.
Luego (2002) estuvo en Un niño grande, en la que el protagonista era Hugh Grant, la megaestrella inglesa, mundialmente famoso por El diario de Bridget Jones, al lado de Renée Zellweger. Parecía que la vida le sonreía a Goodall, pero un pequeño incidente le demostró que no estaba preparado para el éxito y lo mandó a la calle, literalmente. Fue un suceso que cambió su vida, literalmente.
“Mientras colaboraba con mis padres en el pub, me sentía continuamente en el ojo público. Siempre estaba actuando de alguna manera y, por eso, pensé en ser actor. Es lo que siempre quise hacer”, afirmó. Sin embargo, una reseña negativa, a raíz de su participación en la obra de teatro Marat/Sade, que se presentaba en el West End londinense, echó por tierra su carrera y su vida.
Goodall era un joven inmaduro incapaz de aceptar el fracaso y aquella crítica le produjo una grave “crisis existencial. Perdí la confianza por completo. Si no soy actor, ¿quién soy y qué soy?, me pregunté. Yo era la gran esperanza, el orgullo de mis padres, que incluso me hicieron una fiesta en el pub cuando me gradué en la escuela de arte dramático”, relató. El castillo de naipes se derrumbó.
Al sentirse descalificado, Goodall abandonó su sueño, ya no quería volver a actuar. Sin trabajo, entonces, no había ingresos y comenzaron las dificultades. Aunque al principio recurrió a algunos buenos amigos que tenían “sofás disponibles para dormir”, en poco tiempo la situación se tornó insostenible. “Y finalmente, una noche, me encontré sin dónde quedarme y busqué un banco para dormir”.
Con esfuerzo, logró un empleo como repartidor de una pizzería, pero esta aventura duró poco: lo encontraron dormido en el armario de los ingredientes, después de haberse almorzado el pepperoni. De nuevo, de patitas en la calle. Fueron los seis meses más duros de su vida. “Fui atacado dos veces por borrachos mientras dormía y en una de esas ocasiones acabé en el hospital”.
Drew Goodall vivió casi siete meses en la calle, hasta que alguien le tendió la mano y le dio la oportunidad de cambiar el rumbo de su vida. Su empresa, más que un modelo de éxito, es la clara muestra de que el mejor negocio del mundo, y también el más rentable, es servir.
Sin embargo, eso no fue lo peor. “El peor momento, sin duda, fue cuando presencié cómo mi amigo de aquellos días se arrojó al tren”, relató. Esa tragedia, en todo caso, fue algo positivo para él. “Actuó en mí como una epifanía, me ayudó a darme cuenta de que no quería terminar solo y desesperado como él”. Eso lo salvó, pero todavía hacía falta algo más para cambiar su situación.
Y fue, entonces, cuando la vida le hizo un guiño. Un día, uno cualquiera, una persona desconocida se le acercó y le tiró unas libras. Era un hombre de negocios que, conmovido, le brindó un valioso un consejo que, en medio del duelo por el suicidio de su compañero, lo hizo reaccionar. “Hay personas que trabajan limpiando zapatos. Tal vez tú podrías hacer eso”, le dijo aquel hombre.
“Sí, podría hacer eso”, pensó. Con el dinero que recogió gracias a las limosnas de los transeúntes, compró unos cepillos y una lata de betún (pulidor). Y se instaló en una de las esquinas más concurridas del distrito financiero de Londres, a lustrar zapatos. Sin embargo, no era fácil porque esa es una labor prohibida y tenía que cuidarse de que no apareciera la policía y se lo llevara.
Y fue, entonces, cuando la vida le hizo un guiño, otro. Un día, uno cualquiera, mientras lustraba a uno de sus clientes habituales, le comentó las dificultades que había tenidos con las autoridades y esta persona le propuso que trabajara en el edificio donde estaba su oficina y donde, le dijo, iba a encontrar un buen flujo de clientes. Fue el punto de quiebre de la historia de Drew Goodall.
En efecto, eran muchas las personas que transitaban por allí y muchas estaban acostumbradas a lustrar sus zapatos. Poco a poco, su situación económica mejoró y mientras le sacaba brillo al calzado de sus clientes soñaba con volver a actuar. Pero, la vida tenía otros planes para él. Eran tantas las personas que solicitaban sus servicios, que tuvo que recurrir a algunos ayudantes.
Uno de ellos era un hombre discapacitado que, a pesar de su limitación, hacía muy bien su trabajo. “Me di cuenta de que su vida había cambiado con ese empleo. Además, a los clientes les daba mucho gusto ayudarlo”, dijo Goodall. Lo cierto es que la vida le presentó una oportunidad que no desaprovechó y en 2012 creó Sunshine Shoeshine, una pequeña empresa solidaria de lustrabotas.
La característica es que solo contra a personas sintecho o con alguna discapacidad. “Siempre tuve dificultades de aprendizaje. Vivo en Wallington con mi papá, mi hermano y su esposa. Tengo 30 años y este es mi primer trabajo remunerado. Ha cambiado toda mi vida y mi papá dice que está muy orgulloso de mí. Me encanta lo que hago y estoy feliz de que en mi vida se haya cruzado Sunshine”.
El testimonio es de Adam Pope, uno de los empleados. Otro de ellos es Alan Walton, que lleva 5 años en la empresa. “No puedo imaginar mi vida sin ella. Nací con miopía extrema, era casi ciego al nacer, y pasé por muchos hogares de acogida. A los 18 años estaba estudiando música en la universidad cuando sufrí un colapso esquizofrénico y terminé en un albergue para sintecho”, contó.
Cuando se recuperó de la enfermedad y abandonó ese lugar, en 2006, su vida fue difícil porque no encontraba trabajo. “Entré en un círculo vicioso de desempleo y miseria general”, explicó. Hasta que encontró a Sunshine. “Drew me apoyó y me ayudó. Hicimos un plan para ahorrar mi salario y pedir un préstamo y me operé de los ojos para corregirlos. ¡Ahora ni siquiera necesito lentes!”.
Hoy, Sunshine Shoeshine, según las palabras de Goodall, “es una empresa social de limpieza de calzado”. Cuenta con 8 trabajadores que atienden a más de 60 clientes corporativos que en plata blanca significan miles de clientes individuales que cada semana requieren sus servicios en varios y exclusivos sectores financieros de Londres. Anualmente, el negocio factura más de 300.000 dólares.
“Nos apasiona el poder de un limpiabotas y dar una oportunidad a personas que en verdad la necesitan. La capacidad de motivar, conectar y redimir a las personas es algo poderoso”, dijo Goodall. “Tuve que perderme para encontrarme. No estoy definido por una etiqueta y hoy sé que la vida es una serie interminable de cambios y desafíos que todos debemos aceptar”, concluyó.
Cuando en tu camino se presenten las dificultades, no les preguntes a la vida ¿por qué? Más bien, como lo hizo Drew Goodall, descifra porqué la vida te puso en ese camino, aprovecha tus dones y talentos para servir a otros, para ayudar a otros. La recompensa llegará cuando menos lo esperas. Recuerda: algún día puede ocurrirte a ti y, entonces, la única opción que tendrás será no rendirte…
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Drew Goodall vivió casi siete meses en la calle, hasta que alguien le tendió la mano y le dio la oportunidad de cambiar el rumbo de su vida. Su empresa, más que un modelo de éxito, es la clara muestra de que el mejor negocio del mundo, y también el más rentable, es servir.