La capacidad de imaginación del ser humano es ilimitada: su mente es una fuente inagotable de ideas, de sueños. Sin embargo, la capacidad de acción y ejecución del ser humano es limitada. Es una gran paradoja que no siempre depende de sus deseos, sino que se trata simplemente de un proceso de evolución que toma su tiempo, que requiere paciencia y, sobre todo, persistencia.
Durante décadas, cruzar de la Europa continental a la insular, en cualquier sentido, supuso una aventura. Y, también, un riesgo. El canal de La Mancha tiene una longitud aproximada de 520 kilómetros y su ancho varía entre 240 km, en la parte más amplia, y 33,3 km, en la más angosta, conocida como el estrecho de Dover o el paso de Calais. Y allí el mar es bravo, impetuoso.
Por mucho tiempo, el canal fue la gran defensa de las islas británicas contra algunos de los peligros y problemas que padecen sus pares continentales. Por ejemplo, cuenta la historia que Napoleón Bonaparte y Adolfo Hitler tuvieron que desistir de sus deseos de invadir Inglaterra porque cruzar el canal suponía un riesgo demasiado elevado y un costo logístico imposible de sufragar.
Desde otros ámbitos, el del transporte y el del comercio, el canal de La Mancha es la vía marítima más transitada del mundo. A diario, según reportes oficiales, por allí cruzan más de 500 barcos. Algunos accidentes, los riesgos que implica el impredecible clima y, sobre todo, el tiempo y los costos del transporte de mercancías pusieron a todos a pensar en una solución definitiva.
Por supuesto, no era algo fácil, porque había demasiados intereses de por medio. Además, cualquier acción que se ejecutara requería no solo el esfuerzo, sino también el compromiso de Inglaterra y Francia, pero también de sus vecinos que se beneficiaban con el comercio. De hecho, y este es un dato muy curioso, el primero que habló de unir el continente fue el propio Napoleón.
A finales del siglo XX, sin embargo, lo que se imponía era la cooperación. Las fronteras del pasado poco a poco iban cayendo y, lo más importante, el mundo se acercaba a un siglo XXI que suponía nuevos retos, nuevas oportunidades. Por eso, el 29 de julio de 1987 el presidente francés François Mitterrand y la primera ministra inglesa Margaret Thatcher firmaron un acuerdo histórico.
¿De qué se trataba? De la construcción de un túnel a través del canal de La Mancha o Eurotúnel. Se calculó que la obra costaría unos 4.500 millones de euros y debía entregarse en 1991. El anuncio provocó un gran revuelo mediático y, claro está, comenzó una polémica: ¿era posible llevar a cabo la obra? ¿De dónde saldría el dinero para financiarla? ¿Cómo sería la operación?
Estos y muchos más interrogantes quedaron sobre la mesa, y se discutieron largo rato. Sin embargo, lo más difícil ya estaba hecho: se había tomado la decisión. Mitterrand y Thatchet, más allá de sus filiaciones políticas, siempre se caracterizaron por ser líderes convencidos, atrevidos, capaces de poner en práctica acciones que otros prefirieron dejar de lado. Y eran ganadores.
“Not a public penny” (Ni un penique público) fue la sentencia de Thatcher para calmar eltenor de los ciudadanos de que la obra fuera financiada con más impuestos. En efecto, la construcción fue llevada a cabo por la unión de las fuerzas de sociedades privadas, sin intervención estatal, a cambio del beneficio de la explotación de la concesión hasta 2052. ¡Un negocio redondo!
La construcción de la gran obra comenzó en diciembre de 1987. Dos equipos de 4.000 obreros cada uno, el primero en Inglaterra y el segundo en Francia, iniciaron la excavación con la misión de encontrarse a mitad del camino. Estaba previsto construir dos grandes túneles ferroviarios submarinos, más un túnel central más pequeño y 245 pasarelas de cruce. ¡Majestuoso!
A profundidades que oscilaban entre 40 y 75 metros, unas poderosas máquinas llamadas tuneladoras, provistas son fuertes dientes que iban rasgando la tierra, se fueron abriendo paso. Eran capaces de avanzar hasta 75 metros diarios y excavar 36.000 toneladas de roca cada 24 horas, muestra inequívoca de que los límites de ejecución los impone la mente.
Por supuesto, abundaron las dificultades. En marzo de 1988 aparecieron filtraciones de agua marina del lado británico, algo que estaba descartado de acuerdo con los estudios geológicos previos al comienzo de la obra. Ese inconveniente supuso un retraso y, además, elevó el costo de la obra a niveles insospechados. Sin embargo, no había marcha atrás: había que terminarla.
El Eurotúnel, más que una asombrosa obra de ingeniería es la demostración de que para el ser humano no hay límites cuando se propone hacer lo que imagina. Al cumplirse 25 años de su inauguración vale la pena recordar su historia y, sobre todo, descubrir qué podemos aprender de este suceso, que marcó un antes y un después en la vida de ingleses, franceses y europeos.
Finalmente, en marzo de 1991 los túneles se encontraron, aunque no en simetría perfecta: los separaban 35 centímetros. Corregido ese problema, y realizada la adecuación de los túneles para el tránsito del tren, el 6 de mayo de 1994, hace 25 años, el gran Eurotúnel fue inaugurado. ¡Increíble! Aunque muchos creían que era imposible, la obra finalmente estaba concluida.
En un comienzo, franceses e ingleses continuaron trasladándose por las vías convencionales, es decir, por vía aérea o ferry. Sin embargo, con el paso del tiempo y el esfuerzo conjunto de ambos países, además del beneficio de cruzar el canal en solo 35 minutos entre la estación de Coquelles, en la ciudad francesa de Calais, y la de Folkestone, en el Reino Unido, el uso se hizo algo habitual.
En estos 25 años, según los registros oficiales, por allí cruzaron 430 millones de pasajeros, 86 millones de vehículos y 410 millones de toneladas de mercancías. El eurotúnel representa el 26 % de los intercambios comerciales entre el Reino Unido y la Europa continental, gracias a la rapidez del transporte, la fiabilidad en el tiempo del trayecto y la seguridad, a pesar de algunos incidentes ocurridos.
El costo final de la obra fue de 16.000 millones euros, casi cuatro veces más de lo previsto, pero eso a nadie le importa. Gajes del oficio podrían llamarse las dificultades que elevaron los costos hasta esa exorbitante cifra. Lo importante es que algún día alguien lo soñó y algún día alguien lo hizo: es la demostración de que no hay imposibles, de que los límites están en la mente.
Acá te dejo las cinco lecciones más destacadas que surgen de esta historia:
1) Sueña, pero hazlo realidad: soñar está bien, y nos hace bien. Sin embargo, en la vida y en los negocios de nada sirve soñar si no entras en acción, sino ejecutas. Sueña, planifica y ejecuta
2) Alíate con los mejores: Inglaterra, por su parte, o Francia, por la suya, jamás habría construido el Eurotúnel. La determinación François Mitterrand y Margaret Thatcher fue decisiva: socios ideales
3) Que nada te detenga: siempre habrá dificultades, siempre, pero esa no es razón para que te detengas y, mucho menos, para que renuncies a tus sueños. ¿Falló tu plan? Elabora uno nuevo
4) El valor de la tecnología: puedes tener una buena idea y los recursos para ejecutarla, pero si no cuentas con las herramientas adecuadas, si no aprovechas la tecnología, no conseguirás nada
5) Juégate la tuya: si lo haces, te criticarán; si no lo haces, te criticarán igual. Haz la tuya, aunque el mundo se te venga encima: si estás convencido y haces lo necesario, la probabilidad de éxito es alta
¿Y tú? ¿Aprendiste algo diferente de esta historia? Cuéntamelo en los comentarios…
ESTA OBRA MARAVILLOSA NOS DA FUERZAS PARA SEGUIR HACIENDO LO IMPOSIBLE DE LO POSIBLE Y NO DETENERNOS DE LO QUE SE PUEDA SER CON VOLUNTAD ES POSIBLE