Los Estados Unidos del último cuarto del siglo XIX eran bien distintos a lo que hoy conocemos. De hecho, ir de una costa a la otra, de California a Florida, era como cruzar el mundo. Y eso fue, precisamente, lo que cientos de veces hizo el Ringling Brothers and Barnum & Bailey Circus, que hace poco bajó el telón por última vez.
En un mundo en el que las distancias se antojaban más grandes de lo que en realidad eran, en el que las comunicaciones se hacían a través del telégrafo; en el que el teléfono ya había sido inventado, pero aún no patentado, la vida era una rutina. No había muchas opciones para distraerse y el circo era un carnaval que, claro, no pasaba inadvertido.
El origen del espectáculo se dio en 1871, cuando Dan Castello y William C. Coup convencieron al empresario P.T. Barnum para que prestara su nombre y financiara un circo que habían creado en Delavan (Wisconsin). Se llamó P.T. Barnum’s Great Traveling Museum, Menagerie, Caravan and Hippodrome”, la semilla del circo.
Pronto, Barnum lo llamó The Greatest Show on Earth (El espectáculo más grande del mundo), como se lo conoció hasta el último de sus días. Un espectáculo que, por supuesto, tenía competencia: la del Cooper and Bailey Circus, creado por James Anthony Bailey y James E. Cooper, en 1860. En 1881, sin embargo, unieron fuerzas.
En efecto, cansados de competir a lo largo y ancho de los Estados Unidos, se fusionaron y crearon un espectáculo sinigual. El show central era protagonizado por Dumbo, “el elefante más grande del mundo”, y hacía las delicias de grandes y chicos en pueblos y ciudades. Sin embargo, la muerte de Barnum, en 1891, cambió el rumbo de la historia.
Con el deceso de su impulsor, Bailey le compró a la viuda la parte que le pertenecía a Barnum y organizó giras muy exitosas por todo el país. La fama del circo trascendió al punto que en 1897 viajó a Europa, a presentar su espectáculo. Y le fue bien, pues en el Viejo Continente permaneció hasta los albores del siglo XX (1902, para ser precisos).
Con el Barnum & Bailey Circus del otro lado del Atlántico, fue la oportunidad para que el Circo de los Hermanos Ringling llenara el vacío. Creado en 1884, cuando aquel ya estaba en la cima de la popularidad, supo aprovechar esa chance: en pequeñas caravanas de carromatos (carruajes provistos de toldo y halados por caballos), recorrió el país.
Alcanzó un éxito y una popularidad de tales dimensiones, que no se subió al tren, un medio de transporte más rápido y más seguro que le permitió llegar a nuevos destinos. Se convirtió en el mejor y más grande circo del país, y se dio el lujo de absorber a su competencia: en 1907, los hermanos Ringling, adquirieron el Barnum & Bailey Circus.
Durante años, funcionaron los dos espectáculos independientemente, pero John y Charlie, los últimos del grupo de siete familiares que fundó el circo, decidieron que era muy difícil seguir separados de manera indefinida. Entonces, el 29 de marzo de 1919, en el Madison Square Garden de Nueva York, debutó el Ringling Brothers and Barnum & Bailey Circus.
Una jugada estratégica que le permitió a John Ringling construir una gran fortuna. Sin embargo, alcanzó la cima y justo comenzaron las dificultades. La primera de ellas, la Gran Depresión de finales de la década de los años 20. Luego se cruzó en su camino la Segunda Guerra Mundial y, por último, otras alternativas de entretenimiento.
A mediados del siglo pasado, las salas de cine crearon un nuevo hábito en los habitantes de Estados Unidos y sentaron las bases de una próspera industria, a la vez que a los hogares llegó un nuevo y genial integrante: la televisión. “Una mágica era ha pasado para siempre”, escribió la influyente revista Life.
Momentos difíciles
La industria del circo, entonces, se vio obligada a transformarse. Dado que el público ya no llegaba a los campos abiertos como antes, el espectáculo se trasladó bajo las carpas. La primera función de este tipo se dio el 16 de julio de 1956, en Pittsburgh (Pensilvania). El siguiente paso fue funcionar en recintos cerrados, del estilo de hangares y bodegas.
Es cuando Irvin Feld entró a la historia: era el productor de las giras de reconocidas bandas de rock y fue el que proveyó los escenarios para que el circo continuara sus funciones, principalmente en Detroit y Filadelfia. Hasta que en 1967 adquirió la propiedad del espectáculo, con su hermano Israel y Roy Hofheinz, un juez de Texas.
El circo evolucionó, se transformó, a los payasos se sumaron las contorsionistas y los malabaristas, y también los animales: monos, elefantes, leones, tigres, canguros y llamas, entre otros. Si bien en alguna época estos fueron su gran atractivo, con el paso del tiempo y el cambio de las costumbres se convirtieron en su perdición, en la razón de su extinción.
Las últimas décadas del circo fueron una combinación nefasta: el constante descenso de la venta de entradas y, por otro lado, las disputas legales con animalistas que acusaron a los dueños de maltratar a los animales. De hecho, desde 1995 los elefantes, el alma del espectáculo, fueron suprimidos porque varios estados prohibieron su participación.
Ese fue el comienzo del fin, porque los elefantes eran el principal atractivo. Grupos animalistas, encabezados por la organización PETA (por sus siglas en inglés, People of the Ethical Treatment of Animals), lo confrontaron dura y sistemáticamente y, aunque en los tribunales fueron derrotados, generaron el ambiente que determinó el cierre del circo.
Finalmente, luego de 146 años de ininterrumpido funcionamiento, y tras una gira que incluyó ciudades como Atlanta, Boston, Filadelfia y Brooklyn, el pasado 21 de mayo el circo dio su última función. Fue en el Nassau Coliseum de Uniondale (Nueva York). Sesenta años más tarde, el anuncio de Life se hizo realidad: fue el fin de una era.
En aquel lejano 1871, el Ringling Brothers Circus irrumpió con fuerza en un mercado ávido de recreación. Se posicionó y entró a formar parte de la cultura popular. Superó grandes dificultades como la Depresión y la Guerra Mundial, que acabaron con muchas vidas y empresas, y se adaptó a las exigencias de un nuevo mercado, a mediados del siglo XX.
Diversificó su oferta, se adaptó a los tiempos modernos y durante décadas se resistió a lo que parecía un final inevitable. Sin embargo, las nuevas generaciones nunca aceptaron lo que llamaban “la inhumana explotación de los animales” y lo llevaron a un terreno en que perdió su enfoque y se diluyeron sus fuerzas. Y de esta caída no pudo levantarse.
Cayó el telón para el circo más antiguo del mundo y su historia nos deja enriquecedoras lecciones a los emprendedores. Surgió, impactó, marcó una época, brindó gratas experiencias, sobrevivió a épocas difíciles y llegó al siglo XXI. Sin embargo, miles de funciones en las que millones de aficionados rieron y se deleitaron hoy son un recuerdo.