Solemos decir, con ilusión y con pánico, que la vida cambia en un momento. Y es cierto. A veces, la vida nos sorprende con sus caprichos, para bien o para mal. Estamos felices, riendo como niños, y en un momento nos embarga la tristeza. Gozamos la vida y creemos que tocamos el cielo con las manos, pero al siguiente momento abrimos los ojos y vemos que no tenemos nada…

La vida es una incesante sucesión de momentos que nos marcan. El primer beso jamás se nos olvida, así haya sido una experiencia poco agradable. El primer amor también se nos queda grabado en el corazón y en el estómago, con esas mariposas traviesas que nos producen pánico. El primer día de colegio, con la incertidumbre de encontrar nuevos amigos, nuevas aventuras.

El primer día de la universidad, que es un silencioso grito de libertad, una especie de despertar a la vida. La primera vez que nos embriagamos, en especial por esa terrible resaca del día siguiente y la impotencia de recordar qué ocurrió. El primer salario que recibimos, una felicidad indescriptible, algo así como la certificación de que somos grandes, de que asumimos el control de nuestra vida.

El primer auto, por supuesto, ese con el que tanto tiempo soñamos. Seguramente no es un Ferrari, pero nuestro corazón lo ve con esos ojos. La primera mascota que nos robó el corazón, la que fue nuestra confidente y compañera. Claro, el primer hijo, el primogénito, que le da sentido a la vida y nos llena de responsabilidades, de alegrías, una maravillosa e irrepetible extensión de nosotros.

Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

Cuando le enseñas a tu cliente a dejar atrás sus miedos es un momento inolvidable.

Y, por supuesto, no puede faltar el primer negocio. Ser emprendedor, lo he dicho otras veces, es la decisión más difícil y transcendental de la vida. Entre otras razones, porque aún hoy es ir contra la corriente, mostrar rebeldía e insatisfacción en un sistema castrador. Y, sobre todo, porque es la posibilidad de realizar sueños y de compartir lo que somos y quienes somos con otras personas.

Ah, y el primer cliente, que es algo así como un primer amor. Aunque no sepamos quién es, lo vamos a amar toda la vida, vamos a estar agradecidos con él, siempre. Son momentos que se nos graban en la piel como si fueran tatuajes, para que no se los lleve el viento, para que los tengamos como una referencia, para que no olvidemos las enseñanzas que nos dejaron.

A medida que creces y te haces mayor, la película de tu vida se convierte en una colcha de retazos: no hay una continuidad perfecta, porque son muchos los episodios que la memoria, selectiva y caprichosa, borra de la mente. Guarda solo los momentos que más nos impactaron, lo que dejaron una huella más profunda en nuestra vida, por lo general los más gratificantes.


¿Por qué nos cuesta tanto trabajo crear momentos inolvidables para nuestro cliente?
Porque tendemos a hacer lo mismo que la competencia. Si no conseguimos ser distintos
y únicos, el cliente no tendrá razones para elegirnos en esa abundancia de ofertas.


De la misma manera nos ocurre cuando somos clientes. Un día vemos un restaurante que nos llama la atención porque vende comida italiana, nuestra favorita. Y nos acercamos a echar un vistazo, y nos gusta el ambiente, la decoración. Y entramos y miramos la carta y vemos que allí está todo lo que nos gusta. Cuando salimos del lugar, agradecemos a la vida por haber hallado.

Fue una sumatoria de momentos felices que conformaron una experiencia sinigual, una que se quedó grabada en la memoria. Ahora, cada vez que tenemos el antojo de una buena lasaña, de un esponjoso risotto o de un dulce tiramisú, vamos allí. Y se lo contamos a nuestros amigos, a la familia, para que tengan la misma experiencia, para que compartan nuestra felicidad.

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Estamos en capacidad de crear momentos inolvidables para nuestros clientes.

En la ciudad, en cualquier ciudad, hay decenas de restaurantes que ofrecen comida italiana, pero el que nos gusta, el preferido, al que siempre deseamos volver, es ese. ¿Por qué?  Porque allí vivimos un momento que nos marcó, uno inolvidable. Es lo que podemos definir como el poder del momento, algo que otros prefieren llamar la magia del momento.

¿Sabías que es un arma poderosa? Si quienes hacemos negocios, quienes tenemos contacto frecuente con otras personas, quienes proveemos servicios, nos diéramos cuenta del poder que tiene la experiencia satisfactoria de un momento, solo la de un momento, estoy seguro de que cambiaríamos la forma en que hacemos muchas de las cosas cotidianas de nuestro trabajo.

¿Y sabes qué es lo mejor? Que estamos en capacidad de crear ese momento inolvidable. En la vida real, nos sorprendemos porque no tenemos el control de aquello, porque desconocemos lo que nos va a ocurrir después. Sin embargo, en el mundo de los negocios, dentro o fuera de internet, la situación es diferente: tú tienes el control absoluto a través de tus acciones y de tus decisiones.


Si alguna vez fuiste a Disney World, sabrás cuál es el valor de un momento inolvidable.
Recuerda: las experiencias más sencillas, aquellas que están dirigidas a las emociones,
son las que más profunda huella dejan en el ser humano, las de más grata recordación.


Entonces, si un cliente te compra y luego desaparece, si los prospectos atienden tu llamado y se esfuman, es hora de que te mires en el espejo: esa persona que verás enfrente es el responsable de tus males. Y, claro, esa persona ¡eres tú! Por eso, necesitamos aprender a crear momentos inolvidables, experiencias gratificantes para nuestros clientes todo el tiempo, a cada momento.

Una premisa que debemos aprender y poner en práctica es que un momento inolvidable no es una experiencia compleja. De hecho, algunas de los momentos más sencillos son capaces de cambiar el rumbo de un día cualquiera: cuando tu hijo te dice que te ama, cuando tu jefe te dice que está orgulloso de tu trabajo, cuando la sonrisa de un niño nos recuerda cuán maravillosa es la vida.

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Si sabes cuál es el dolor de tu cliente, puedes darle experiencias significativas.

Basta con que la experiencia rompa la rutina, con que le arranque una sonrisa, con que le haga olvidar las preocupaciones. Si conoces bien a tu cliente, si sabes cuál es el dolor que lo aqueja, si posees la sensibilidad necesaria para conectarte con él, sin duda podrás aprovechar esos momentos para fortalecer el vínculo, para enriquecer la relación, para intercambiar beneficios.

Otros momentos significativos para tu cliente son aquellos que le cambian su perspectiva de la vida y de las cosas. Por ejemplo, cuando le enseñas a pensar positivo, a dar el primer paso y a dejar atrás los miedos, a organizar mejor su tiempo para ser más productivo. Le ayudas a ser mejor, a creer en sus posibilidades, a utilizar el conocimiento y los talentos que posee.

Un tercer nivel de momentos inolvidables lo constituyen aquellas experiencias en las que tu cliente se siente orgulloso de sus logros, de haber cumplido los objetivos que se trazó. Son esas ocasiones en las que gritamos con fuerza “¡Sí se puede!”. Las herramientas y los recursos que le brindaste le permitieron avanzar, superar las dificultades y cristalizar sus sueños.

Y un cuarto escenario está relacionado con actividades diferentes al mundo laboral, pero que son muy importantes para cualquier persona: el nacimiento de un hijo, el cumpleaños de papá, el matrimonio de un amigo de la escuela, las vacaciones en familia, la nueva casa de los abuelos, la participación de tus hijos con el grupo de ballet del colegio o en un campeonato deportivo.

Si tú encuentras la forma de conectar tu mensaje, de que tu conocimiento y talentos estén en concordancia con esos momentos, conseguirás que tu cliente te siga fielmente. Diseña tus estrategias para que estén alineadas con estos momentos inolvidables y verás cuán gratificante es la respuesta que vas a recibir. Aprovecha el poder de la experiencia y enamora a tu cliente…