A los seres humanos nos gusta mirarnos en el espejo: el físico, el que está colgado en la pared, y en el de otras personas, aquellas a las que admiramos. La primera visualización nos permite hacernos una idea (objetiva, claro está) de lo que somos y ver qué nos gusta y qué nos disgusta de nosotros mismos; la segunda, mientras, deja volar la imaginación con la idea de cómo nos gustaría ser.

Es un comportamiento aprendido: en casa, cuando somos niños, nos programan la mente con frases como “Tienes que ser como tu papa”, “Sigue el ejemplo de tu hermano mayor” y otras por el estilo. En el colegio queremos ser como el compañero más popular, al que admiran las chicas. En la universidad, la mezcla del pilo (juicioso) y popular. En el trabajo, como ese jefe que nos inspira.

Así ocurre en todos los campos de la vida, en todas las actividades, incluidos los negocios. Sucede porque hay personas que marcan nuestra vida, que dejan huella, que se convierten en modelo de lo que queremos ser. En mi caso, por ejemplo, mis espejos siempre fueron mis padres y mis mentores (en especial, Dan Kennedy y Phil Alfaro), que me indicaron el camino que debía seguir.

Me enseñaron mucho, mucho más allá del conocimiento teórico o práctico. Me enseñaron sobre los valores, los principios, la misión de la vida y la vocación de servicio. Sin estos cuatro factores, todo cuanto haya aprendido de teoría sería inservible; por estos cuatro factores, todo cuanto he aprendido de teoría me permite ser una persona útil y ayudar a otros a transformar su vida.

Es normal tener un referente, un modelo o un ídolo, como lo quieras llamar. En cualquier ámbito de la vida o en los negocios. De hecho, el deporte nos muestra cómo funciona esta premisa: los más grandes de cada disciplina, como Michael Jordan, Muhammad Alí, Tiger Woods, Roger Federer o Bernard Hinault, por ejemplo, inspiraron a muchos y les sirvieron como espejo.

Cientos de personas de todo el mundo se compraron las zapatillas Air Jordan, o los guantes del gran Alí, o las camisetas Nike del Tigre, o las raquetas del astro suizo o bicicletas de la marca que utilizaba el escalador francés. Sin embargo, por más esfuerzos que haya realizado, por más interés en imitarlo, ninguno de ellos se convirtió en Jordan, en Alí, en Woods, en Federer o en Hinault.

Y esa es la cuestión, precisamente. Un espejo es nada más un modelo, una imagen que te sirve como referencia. Sin embargo, la esencia del ser humano es distinta: cada uno es un modelo único e irrepetible que llega a este mundo con la misión de labrar su camino, de escribir su propia historia. De hecho, el valor de una persona es, precisamente, aquello que lo hace único.

Todos tenemos muchos defectos y unas cuantas virtudes, pero son suficientes para permitirnos brillar, sobresalir del promedio y, lo más importante, cumplir con nuestra misión en la vida. En la realidad, sin embargo, muchos no se dan cuenta de ello y, por eso, se empeñan en imitar al modelo, al referente: quieren ser iguales, creen que es posible clonar su éxito, su trascendencia.


Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

No eres mejor ni peor que nadie: eres único, y esa es la característica que te hace más valioso.


La capacidad de aprender de los demás, de incorporar en tu vida lo mejor de ellos, es una cualidad que distingue a los que dejan huella, a los que transforman su vida y guían a otros a que transformen la suya. Acéptate como eres y ofréceles a tus clientes aquello que llevas dentro, tu esencia. Aprecia el valor de quién eres y qué tienes y verás cómo el mercado te elige a ti.


Y no es así, por supuesto. Peor aún, esa equivocación es el origen de sus desdichas: como no pueden replicar el éxito de otros, el reconocimiento de otros, se bloquean con un no puedo, un no tengo talento, un esto no es para mí y otras frases por el estilo. Desconocen su talento, su potencial, y se conforman con una vida común y corriente, lejos de los sueños que acuñaron.

Algo que te puedo decir con absoluta seguridad, total sinceridad y mucha tranquilidad es que no soy como Dan Kennedy o como Phil Alfaro. De hecho, tampoco soy una copia de mis padres. Soy Álvaro Mendoza, con lo bueno y con lo malo, una persona que ha labrado su camino, que ha tenido mil y una dificultades, que ha cometido mil y un errores y que ha tenido algunos aciertos.

Eso sí, soy auténtico, soy yo mismo y eso es lo que, precisamente, me ha permitido levantarme cada vez que caí, superar los obstáculos, aprender de los errores y capitalizar los aciertos. De mis padres, de Dan y de Phil procuro extractar lo mejor, lo positivo, aquello que me permita fortalecer mis virtudes y minimizar mis defectos. Observo, analizo, retomo, lo adapto a mi vida y lo aplico.

Si funciona, perfecto; si no, evalúo y corrijo, si es necesario; si aún así no sirve, lo descarto y sigo con la mía. Y eso es lo que te recomiendo: identifica qué es lo que te hace único, cuáles son tus fortalezas y cuáles son tus debilidades. Potencia las primeras, trabaja las segundas para que no te afecten, no te frenen, no frustren tus sueños. Y modela al que quieras, pero sé tú mismo, sé único.

Este, aunque no lo creas, es el mayor diferencial que le puedes ofrecer al mercado: ser una propuesta de valor única. Incorpora en tu chip el sí puedo, trabaja con disciplina y constancia, cree en ti, entiende que eres una creación extraordinaria y que lo que eres (conocimiento, talento y experiencia) son tus mejores cartas de presentación ante los clientes, tu más valioso activo.

Si Steve Jobs te inspira, o Elon Musk, o Mark Zuckerberg, o Jack Ma, mírate en su espejo y toma lo que creas que te sirve para ser mejor persona, mejor emprendedor. A partir de ahí, valórate, quiérete, cultívate, márcate metas ambiciosas y trabaja por conseguirlas. Caerás y fracasarás, pero siempre habrá una nueva oportunidad: solo trabaja, disfruta el proceso y nunca, nunca renuncies.