En portugués se dice saudade y en español, nostalgia. Es un sentimiento al que casi siempre le atribuimos una carga negativa, relacionada por lo general con alguna pérdida o algo que nos hace falta o extrañamos en demasía. Pero también es nostalgia aquel recuerdo positivo de un viaje, o de tu primer beso, o de las aventuras que vivías, sin mayores preocupaciones, en la época del colegio.

Esa connotación negativa de la nostalgia proviene, quizás, de aquella idea de “Todo tiempo pasado fue mejor”. Sí, esa frase que escuchamos con frecuencia de parte de los adultos y que luego, con el paso del tiempo, nosotros mismos incorporamos a nuestro vocabulario. Y la utilizamos cada vez que experimentamos ese vacío interior que no podemos explicar, que nos resulta un misterio.

Múltiples investigaciones han determinado que la nostalgia, al recrear eventos del pasado, nos ayuda a entender mejor quiénes somos hoy. Ese recuerdo sucede en el presente y es una reacción a situaciones que puede que nos esté costando vivir o transitar. Apelamos a ellos en procura de una respuesta a algo que nos sucede en el presente, pero que ya experimentamos en el pasado.

Etimológicamente, nostalgia proviene del griego y significa regreso (nostos) y dolor (algos). El término fue acuñado por el suizo Johannes Hofer en 1688 para describir lo que sentían los soldados al estar fuera de su hogar. Sin embargo, son muchas otras las situaciones en las que nos invade la nostalgia y las vivimos cada día, solo que muchas veces no las percibimos.

¿Por ejemplo? Sentimos nostalgia por aquellas deliciosas sopas o colaciones que preparaban las abuelas. O por ese parque que estaba a la vuelta de tu casa en la que cada tarde, sin falta, iba a reunirte con tus vecinos después del colegio. O, quizás, por aquellas navidades de antaño en la que se congregaba toda la familia y, con los primos, jugábamos, bailábamos, cantábamos y comíamos.

Como ves, por sí misma la nostalgia no es buena o mala, positiva o negativa. Todo depende de la connotación que cada uno le dé, del recuerdo que se evoque. Lo que sí es claro es que esta emoción es muy poderosa, al punto que, desde siempre, el marketing ha apelado a ella para vendernos. Se aprovecha del fuerte sentimiento de conexión con el pasado, una de nuestros puntos débiles.

Por si no lo sabías, el marketing de nostalgia es particularmente exitoso en épocas difíciles, en momentos en los que las emociones afloran con facilidad y en la que las emociones nos hacen más vulnerables. Así, para tratar de pasar ese trago amargo del presente, le pedimos a la mente que recupere recuerdos gratos, de personas que nos marcaron, de sucesos que quisiéramos repetir.

Por eso, en sus estrategias las marcas dan un viaje al pasado y nos traen recuerdos de esas épocas que añoramos. ¿Por ejemplo? La minifalda, alguna serie de televisión, una vieja canción en una versión moderna, alguna delicia de la comida tradicional o una actividad de nuestra niñez. Es el caso de la muñeca Barbie, que por cuenta del marketing de nostalgia nunca pasa de moda.

Marcas como Nike, Pepsi, Coca-Cola, Apple o Wallmart acuden con frecuencia a esos productos que fueron exitosos en el pasado y que, en una versión moderna, despiertan ese sentimiento que llevamos dentro como un mastodonte en estado de hibernación. Es claro, entonces, que esas emociones que nos reconectan con el pasado son importantes para afrontar mejor el futuro.

Ahora, si bien como cualquier ser humano también siento nostalgia, más en mi condición de inmigrante que abandonó su país hace más de 25 años, no coincido con aquellos que aseguran que “Todo tiempo pasado fue mejor”. Lo primero que se me viene a la cabeza, y mis disculpas por anticipado, es “Están completamente locos”. El mundo actual es infinitamente mejor al pasado, en múltiples sentidos.

Uno de ellos, el trabajo. Recientemente, la revista Fast Company publicó los resultados de una encuesta de la consultora Harris Poll y, honestamente, me sorprendieron. ¿Por qué? A la pregunta de si les gustaría volver a una época anterior a la de la hiperconectividad, el 77 % de los estadounidenses de entre 35 y 54 años respondieron que sí, el porcentaje más alto de todos los grupos.

Yo estoy un poquitico más arriba de ese grupo etario, viví la mitad de mi vida sin internet y las comodidades y oportunidades que nos brinda la tecnología actual y mi respuesta esa pregunta es un NO ROTUNDO. NO, no me gustaría volver a esa época, más allá de que guardo gratos y felices recuerdos de esos años de infancia y adolescencia, de que fue un período feliz de mi vida.

Uno de los datos curiosos que arrojó la encuesta es que los baby boomers (nacidos entre 1946 y 1964) se mostraron algo menos dispuestos a saltar en el tiempo: solo el 60 % de los mayores de 55 años dijeron que preferirían volver al pasado. Y eso que, con frecuencia, vemos en las noticias y en internet que las décadas de los 70 y 80 son las más añoradas por quienes las disfrutaron.

En total, un 67 % de los encuestados está de acuerdo con que, si les dieran a elegir, preferirían el mundo tal y como era antes, frente a sólo un 33 % que parece pensar que las cosas son perfectas como están. La deuda pendiente de la encuesta, que sin duda es interesante, es determinar el porqué de estas respuestas, por qué la nostalgia por la era preinternet aflora en estos momentos.


nostalgia

La nostalgia se manifiesta como recuerdos de un pasado que añoramos.


Quizás es por la histeria colectiva que lo magnifica todo y distorsiona la realidad. O por aquella horrible práctica de las fake news o la infoxicación. A lo mejor, porque para muchas personas la tecnología no ha sido fuente de libertad e independencia, sino justo lo contrario. O, vaya uno a saber, porque se sienten abrumadas por el frenético avance de la tecnología que nos impone cambios constantes.

Cuando comencé a trabajar con internet, por allá a finales de los 90, en ese mundo que hoy tantos añoran, no había redes sociales ni internet wifi: la conexión era por la línea telefónica (ruidosa, lenta e inestable). No había Google y las páginas web eran de texto plano porque no soportaban fotos o videos. No había comercio electrónico y apenas despuntaba el correo electrónico.

En la mayoría de los hogares no había computadores, no se había inventado el teléfono celular y eso de las aplicaciones de mensajería instantánea no estaban en los planes de nadie. El correo certificado era la mejor opción para recibir mercancías y, aunque cueste creerlo, en Colombia apenas comenzaban a instalarse los cajeros electrónicos y los emprendedores eran tildados de vagos.

Un mundo que, en su momento, tenía su encanto, es cierto. De algunas formas éramos más libres, llevábamos cargas menos pesadas y el ritmo de vida ciertamente era más llevadero. Sin embargo, la irrupción de internet nos abrió posibilidades y, sobre todo, oportunidades que en aquel entonces eran quimera, un privilegio de la ciencia ficción o, literalmente, simples sueños.

Hoy, gracias a la tecnología que cambió el mundo, que cambió nuestra vida, disfruto de ver cómo esos sueños se cristalizaron. Puedo llegar a miles de personas a las que, sin ella, jamás tendría acceso; puedo recibir, dar y compartir conocimiento a otros sin importar dónde estén o qué hora sea allí; puedo conectarme con otras personas en tiempo real a través de distintos canales.

Mi mensaje, ¡oh, maravilla!, es universal gracias a la tecnología. Está al alcance de cualquiera, del que lo quiera o lo necesite. Disfrutamos, así mismo, del acceso a conocimiento que, en esa era preinternet, era un privilegio de las bibliotecas. Y hago mi trabajo de forma fácil y eficiente gracias a herramientas poderosas que me ahorran tiempo, dinero y optimizan mis resultados.

De la mano de la tecnología, de estas fantásticas herramientas, aprendí a empaquetar mi conocimiento, mis experiencias y el aprendizaje de mis múltiples errores y hoy lo comparto con otros con el objetivo de facilitar su tránsito hacia el éxito, la felicidad y la prosperidad. Imagino que en aquel mundo pasado también podría hacerlo, pero con un alcance y un impacto limitados.

Añoro las reuniones en mi casa para escuchar música y jugar cartas con mis amigos de la juventud. Añoro el tiempo libre del que disponíamos para disfrutar la vida. Añoro el ambiente tranquilo, sin la histeria, la infoxicación y los riesgo de hoy. Añoro las relaciones que eran transparentes, libres y honestas. Añoro esos tiempos en los que había códigos y la gente se guiaba por valores y principios.

En aquella era preinternet, alquilábamos películas, leíamos el periódico en papel, ajustábamos la hora del reloj manualmente, nos divertíamos con distinto juegos fuera de casa (en el parque) y comprábamos el tiquete de avión en la agencia de viajes. Para ver las fotos, había que revelar el rollo e imprimirlas y para llamar a algún sitio teníamos que recurrir a la enorme guía telefónica.

Si querías conocer a alguien, debías conseguir el consentimiento de sus padres e ir a su casa para que te conocieran (además de someterte a un interrogatorio que el FBI envidiaría). En la calle, para orientarte preguntabas dónde quedaba un determinado lugar o, si viajabas, llevabas un mapa físico. Y si buscabas un trabajo, la sección de avisos clasificados de los diarios era tu aliada.

Siento nostalgia, como cualquier ser humano. Por fortuna, la mayoría de las veces es una nostalgia ligada a recuerdos positivos, agradables. Y esa, créeme, es la clave: sentir nostalgia no está mal, siempre y cuando no se convierta en un lastre, en un obstáculo que nos impida avanzar. Eso, por supuesto, depende de ti, solo de ti, de tus decisiones, de tus acciones y de tus pensamientos.

Vivo inmerso en la tecnología porque así lo requiere mi trabajo. Sin embargo, de ninguna manera me abruma, condiciona mi vida o la hace infeliz. Más bien, todo lo contrario. Siento que mi vida es mejor gracias a estos avances de la tecnología, a estas herramientas, a esta vida moderna. No la padezco, sino que la disfruto porque tengo pleno control sobre ella, no permito que me abrume.

Y esa, créeme, es la clave no solo en este tema de la nostalgia, sino el cualquiera otro de la vida. No podemos evitar el cambio y la evolución, y no podemos ir en contra de ellos porque sería tan solo una necedad que provocaría el desperdicio de nuestro tiempo. Me adapto, aprendo y procuro mantener límites razonables para que estos avances no se conviertan en una molestia.

Por último, cuando me invade la nostalgia, ¿sabes qué hago? Me pongo a trabajar, con más ganas, para ayudar a más personas a cristalizar sus sueños. ¿Por qué? Porque me preocupo por crear recuerdos positivos, agradables, que grabo en mi mente y dejos listos para que me sirvan de inspiración en esos momentos en los que la nostalgia aparece y quiere causar estragos.


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