En las últimas semanas tuve dos experiencias extraordinarias, de esas a través de las cuales la vida me dice que haberme convertido en emprendedor fue la mejor decisión que pude tomar. Primero estuve en Asunción (Paraguay), un país que pocos tienen en el radar del emprendimiento, y luego regresé a Vigo (Esaña), donde me siento como en casa.
Es curioso cómo la percepción de las personas a veces se aleja de la realidad. Es, claro, producto de esas ideas que dan vueltas por la red en el sentido que quienes hacemos negocios por internet y hemos alcanzado el éxito somos multimillonarios. Y se cree que cada viaje que hacemos es por placer, y que recibimos millones por cada conferencia…
Ojalá… Si bien el dinero no es lo que me mueve, sería hipócrita si te dijera que no me interesa: ¡claro que me interesa! Por el bienestar de mi familia, por el futuro de mis hijas, por la seguridad de quienes conforman mi equipo de trabajo, porque creo que, además, me lo merezco como retribución a lo que hago. Y esta, sin duda, es la clave del asunto.
En Asunción, tuve la oportunidad de compartir con un público extraordinario. Personas llenas de entusiasmo, de sueños, de pasión y, sobre todo, de hambre de aprendizaje. Eso es lo que más me gusta. Podría decirte que de haber tenido el tiempo disponible todavía estaría allí respondiendo sus inquietudes, escuchando sus experiencias y riéndome.
Uno de los asistentes, un joven muy inquieto, se convirtió en mi sombra durante ese evento al que asistí junto con mis amigos Gus Sevilla y Edgady Aponte. “No sé cuándo vayas a volver a Paraguay, así que tengo que exprimirte ahora, sacarte todo lo que pueda”, me decía. En algún momento me incomodó, es cierto, pero luego se lo agradecí.
Uno de los temas que más curiosidad le generaban a este joven era saber que recibe una persona como Álvaro Mendoza por una conferencia como la que tuve el privilegio de dar en Asunción. Siempre he sido reservado en mis cosas personales y este es un tema del que no hablo ni siquiera con mis colaboradores más cercanos, así que no le respondí.
Mejor dicho, no le di una cifra (que era lo que quería escuchar), sino que preferí ofrecerle una reflexión. Los eventos presenciales son algo maravilloso, una experiencia que no me canso de recomendarles a mis clientes. Lo mejor es el contacto directo y cercano con la gente, esa posibilidad de sentir que en verdad puedes ayudar a transformar sus vidas.
Sin embargo, lo mejor es que las ganancias no terminan ahí. ¡Por fortuna! Gracias al ejemplo de mis mentores, entendí que cada evento es algo así como una maestría intensiva. En pocos días, aprendes más que si leyeras diez libros (no quiere decir que no los leas) o que si hicieras un curso básico de marketing. Son experiencias inolvidables.
Pero, volvamos al amigo aquel de Paraguay. Para que entendiera mi visión del asunto, le conté cómo era internet y cómo era el marketing cuando yo comencé, hace veinte años. Le resultaba inverosímil lo que le relataba, y debo confesar que hoy a mí también me parece increíble haber avanzado en ese ambiente en el que todo era muy muy difícil.
Quizás esa haya sido la clave y recuerdo una frase que algún día me dijo un amigo, experto en fútbol, de cuando el Mundial se realizó en Chile, en el año 1962. Ese país había sufrido un terremoto y, a pesar de ello, siguió adelante con la organización. “Como nada tenemos, todo lo vamos a hacer”, fueron las palabras que inmortalizó Carlos Dittborn.
Este personaje fue un directivo de ese país, el promotor y gestor del torneo. Y Chile lo hizo todo, y le cumplió al mundo, y entró en la historia. Así nos tocó a muchos que empezamos la andadura del emprendimiento en aquellos finales del siglo XX. Nuestra labor era mucho más que hacer un clic y sentarnos a esperar que llovieran los millones.
Durante el rato que charlé con este joven, le conté grosso modo cómo ha sido la evolución de los negocios por internet en estas dos décadas. La fascinación y la incredulidad se reflejaban en su rostro y me escuchaba concentrado. Hasta que, en algún momento, me interrumpió y me dijo: “Álvaro: ya sé. Desde hoy, voy a asistir a más eventos”, y se fue.
¿Sabes cuál es el valor de los eventos presenciales? El aprendizaje. El que puedo ofrecerte y el que tú generosamente me brindas. Es una retroalimentación de doble vía, así esta expresión suene a redundancia. Es algo que necesito hacer con frecuencia, algo así como un polo a tierra, porque el marketing tiene una dinámica increíble y avanza muy rápido.
La estrategia que nos dio grandes resultados hoy, quizás mañana no sea efectiva. Esa herramienta que ayer nos facilitó la vida, hoy quizás sea obsoleta. El cliente que en el pasado nos compró varias veces, quizás cambió sus hábitos y ahora ya no está con nosotros. Una dinámica que, por supuesto, también se manifiesta en el conocimiento.
Mi participación en los eventos presenciales obedece a que es la mejor estrategia para estar actualizado, para no desconectarme de la realidad, para no quedarme atrás en las nuevas tendencias del mercado. Créeme si te digo que aquello que te puede enseñar es una mínima parte del vasto conocimiento que adquiero en esas experiencias.
Una de las principales razones por las cuales muchos negocios de emprendedores se quiebran es porque están sustentados en principios caducos o, cuando menos, revaluados o desactualizados. Es por eso que en la edición de MG La Revista de abril hablé de las ‘4P’ básicas del marketing, que siguen vigentes, pero que ya no están solas.
Y ahora, de acuerdo con lo prometido, me enfoco en las nuevas ‘4P’ (Persona, Proceso, Presencia y Productividad), que significaron un gran avance en la forma de hacer marketing y que, valga decirlo, hace un tiempo le entregaron el testigo a las ‘4C’. A ellas me referiré en la próxima entrega, la correspondiente al mes de junio.
Por lo pronto, te invito a que reflexiones acerca de esta realidad: ¿Has invertido en tu conocimiento últimamente? ¿Te has actualizado? ¿O sigues aferrado a lo que aprendiste hace años por miedo a lo nuevo? El marketing, amigo mío, cambia todos los días y si no quieres quedarte en el pasado debes renovarte. Un día sin aprendizaje es un día perdido…
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