Hace unos años, el emprendimiento era una tendencia. Se veía esta actividad como algo divertido, como una buena opción para aquellos que no encajaban en el mundo laboral convencional. Después se convirtió en una moda, cuando a estos se sumaron también los que estaban hartos de su vida laboral, los que no tenían cabida en el mercado y, finalmente, los desechos del mercado.

Te ofrezco mis más sinceras disculpas si ese término desechos se antoja agresivo y te ofende. Con él me refiero a las personas que después de cumplir los 40 o 50 años son dados de baja en las empresas y, en la mejor edad productiva, quedan en el aire. Tienen conocimiento, experiencia, talento y contactos, ya no le temen al error, quieren seguir aprendiendo y se sienten útiles.

Cuando decidí convertirme en emprendedor, a finales de los años 90, era una novedad. De hecho, no estaba bien visto dar ese paso: se concebía que era la elección de los rebeldes, de los que no tenían capacidad para adaptarse al mundo laboral o, simplemente, para los que querían una vida más cómoda. Nada que ver: ser emprendedor es el oficio más difícil y gratificante que existe.

Con el paso de los años, y de la mano de la revolución digital, ser emprendedor dejó atrás el rótulo de oficio de segundo nivel y adquirió relevancia. Ya no eran los vagos los que querían hacerse emprendedores, sino también los jóvenes, las mujeres, los empresarios. Y ahora el espectro se amplió y les dio cabida también a los trabajadores sénior, personas mayores de 45-50 años.

Lo primero que tengo que decir es que me resulta insólito que alguien de 45 años sea considerado desechable y, a pesar de sus virtudes y capacidades, el mercado prescinda de él. Más cuando se sabe que, especialmente en España y Latinoamérica, el número de personas consideradas adultos mayores aumenta con rapidez y, según las previsiones oficiales, serán mayoría en 2050.

Desde que somos niños, nos enseñan que tenemos que estudiar y, luego de graduarnos, conseguir un trabajo que no solo nos permita un sustento, sino que además nos permita recorrer el camino hacia una jubilación digna. Sin embargo, ya sabemos que cada vez son menos aquellos que, tras dedicar su vida a trabajar en el mercado convencional, se retira sin pensión o con una muy baja.

Entonces, cuando mentalmente estaban preparados para comenzar a disfrutar la vida se ven enfrentados a una realidad bien distinta: deben seguir trabajando, produciendo para sostenerse. Es por eso que, contrario a lo que se pensaba hace unos pocos años, estas personas mayores de 45 años entraron a engrosar el nuevo mercado laboral: el de los emprendedores.

Tengo la fortuna de asesorar a emprendedores de todas las edades y condiciones, en varios países de Latinoamérica, en España y en Estados Unidos. Poco a poco los jóvenes se nos unen, sobre todo aquellos que tienen afinidad con lo digital. Sin embargo, la gran mayoría de mis clientes y de las personas que acuden a mí en busca de asesoría son mayores de 35 años y muchos, mayores de 50.

¿Y sabes algo? Me encanta trabajar con ellos. Esto no significa, y espero que quede claro, que no me agrada trabajar con jóvenes: también me encanta, solo que los emprendedores séniores reúnen una serie de características muy positivas que contribuyen a facilitar el trabajo y que generan una dinámica de aprendizaje, de intercambio de beneficios muy enriquecedora.


Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

Tras ser desechadas por el mercado laboral convencional, estas personas están listas para nuevos retos.


Haber sido desechados por el mercado laboral convencional en la mejor etapa de su vida es el disparador para personas que, después de los 45-50 años, todavía tienen mucho por ofrecer. Si bien lidiar con las nuevas tecnologías supone un reto para ellas, ofrecen un abanico de positivas características que las convierte en trabajadores muy valiosos: te cuento las principales 10.


Estas son las virtudes más importantes de un emprendedor sénior:

1) Conocimiento y experiencia: acumula cuando menos 20 años en el mercado laboral y ya pasó por las duras y las maduras. Fue despedido, se volvió a enganchar, perdió oportunidades, logró ascensos, en fin. Es una persona a la que no se la puede medir por un horario o por unas tareas, sino por los resultados de su trabajo. Su mentalidad, además, está enfocada a la calidad.

2) No le teme al cambio: después de más de 25 años en el ámbito laboral, especialmente en estos tiempos modernos, una persona ya le perdió el miedo al cambio. ¿Cuántas veces habrá cambiado? Decenas. De hecho, entiende el cambio como una oportunidad y sabe que las crisis derivan en algo positivo si bien gestionadas. Además, a esta persona le gustan los retos, los desafíos.

3) Se siente útil: a diferencia del estereotipo que ha hecho carrera, la mayoría de las personas mayores de 50 años no quieren dedicarse a descansar, no todavía. Lo que en realidad desean es asumir nuevos retos, obtener conocimientos y vivir experiencias que los conmuevan. Lo mejor es que ya se despojaron del ego y su principal objetivo es ayudar a otros, ser útiles a la sociedad.

4) Espíritu social: derivado de lo anterior, el emprendedor sénior no busca riqueza, más allá de que necesita los recursos que le permitan tener una vida digna, sin carencias. No le interesan los cargos importantes, ni las figuraciones mediáticas, porque su intención es servir a los demás, aprovechar el conocimiento y la experiencia acumulados para darle un nuevo sentido a su vida.

5) Sabe tomar riesgos: una de las mayores limitantes de los jóvenes cuando se incorporan al mundo laboral es que no están preparados para asumir grandes responsabilidades y, tampoco, para tomar decisiones. El emprendedor sénior, en cambio, tiene maestría en esta materia y, además, a aprendido mucho de los errores cometidos. Sabe medir riesgos, pero no los elude.

6) Quiere aprender más: a medida que pasan los años, estas personas renuevan el apetito por el aprendizaje, porque entienden que estar actualizados es la mejor estrategia para convertirse en una autoridad en el mercado. Además, saben que dejar de aprender es el más grave error que se puede cometer y se capacitan no solo en lo digital, sino también en otras temáticas de su interés.

7) Sabe trabajar en equipo: esta es una de sus mayores virtudes, sin duda. Entiende que no lo sabe todo y que requiere de la ayuda de otros para cumplir sus objetivos. Sabe escuchar y no tiene afán en que le den la razón, sino que se enfoca en aportar ideas que contribuyan a alcanzar las metas. Para él, la fuerza está en el equipo, en la complementación de saberes, talentos y habilidades.

8) Es organizado: después de tantos en el ámbito laboral, es una persona con hábitos establecidos y, lo mejor, que ha desarrollado un sistema propio para ser más productivo. Eso, por supuesto, es oro puro para un emprendedor, a cualquier edad. Sabe priorizar y, además, sabe delegar, que es una de las debilidades de los que acumulan menor experiencia. Es un líder natural.

9) Tiene contactos: esta, sin duda, es una de sus mejores cartas de presentación. Si ha sido hábil e inteligente, cuenta con una amplia red de contactos no solo en su campo de acción, sino también en industrias diferentes a la suya, en todos los niveles. Eso significa que también es conocido y reconocido y que está en capacidad de establecer provechosas alianzas estratégicas.

10) Quiere ser feliz: más allá de que algunas de estas personas llegan a ser emprendedoras por necesidad, lo que en realidad los mueve es que quieren ser felices en lo que hacen, que su trabajo esté conectado con su pasión. Ya no vive pendiente del qué dirán y, más bien, quiere brindar un ejemplo que sirva para que los más jóvenes, en especial su familia, se sientan orgullosos de él.