Es maravilloso cuando la vida te sorprende y te regala algo que no le habías pedido o que, como en mi caso, ni siquiera esperabas. Sin embargo, ese algo es importante, te brinda valiosas enseñanzas y te permite disfrutar. Eso me sucedió por allá en el lejano 1988, cuando era un jovencito y vivía en Colombia y pude ir a un recital ofrecido por Facundo Cabral.

Honestamente, cuando recibí la invitación no tenía ni idea de quién era este personaje. En aquella época, mi buen amigo Carlos González, hoy director de marketing de contenidos de MercadeoGlobal.com, comenzaba su trayectoria como periodista como redactor de una revista de farándula. Le encomendaron la tarea de entrevistar al cantautor argentino.

Lo irónico es que él, un gran aficionado y conocedor de música, tampoco sabía nada de Cabral. Preguntó y le dijeron que era “un cantante argentino de música de protesta”. Se metió al archivo del periódico en el que trabajaba, investigó y preparó la entrevista. Cuando la terminó, le entregaron dos invitaciones para el recital que se iba a ofrecer en un teatro de Bogotá.

Como no tenía con quién ir, me llamó y me convidó. “¿Y quién es ese señor?”, le pregunté. Dado que era gratis y que nos habían adjudicado una ubicación preferencial (en una de las primeras filas, de frente al escenario), decidimos ir. Igual, ¿qué podíamos perder? Lo cierto es que después de más de 2 horas de recital quedamos encantados. ¡Nos volvimos fans de Facundo!

Recuerdo que había programados como tres o cuatro recitales más y Carlos gestionó la entrada a todos. Después, como hacía con todos los cantantes que le gustaban, fue y compró los discos que encontró. En esa época, eran discos de acetato que escuchábamos en el tocadiscos o que grabábamos en casetes y los oíamos en la grabadora o en el auto.

Facundo, cuyo nombre de pila era Rodolfo Enrique Cabral, nació en la ciudad de La Plata, en 1937. Llegó a este mundo en medio de grandes dificultades, porque poco antes su padre había abandonado el hogar y dejó a su madre a cargo de los siete hijos. Tras el nacimiento de Facundo, el abuelo los echó de la casa y no tuvieron más remedio que buscar un destino.

Se fueron para la Tierra del Fuego, en el sur del país, en la Patagonia, donde vivió una niñez llena de carencias y frustraciones. A los 9 años, se escapó de la casa para ir a ver al presidente Juan Domingo Perón a Buenos Aires, porque había oído que les “daba trabajo a los pobres”.  Logró hablar con el mandatario, que contribuyó a que la familia se afincara en Tandil.

Vivió en la calle, robó para poder comer y antes de cumplir los 15 terminó en la cárcel. Allí conoció a un sacerdote jesuita que le enseñó a leer y a escribir, y le animó a estudiar. También aprendió a tocar la guitarra e interpretaba los éxitos de cantantes populares como Atahualpa Yupanqui y José Larralde. Corrían los finales de los años 50 y la historia apenas comenzaba.

Ya en los 60, en Mar del Plata, adoptó el alias de Indio Gasparino para tocar en un hotel en las noches, mientras los turistas cenaban. Hasta que en 1970 grabó la canción No soy de aquí, ni soy de allá, que lo lanzó a la fama. A partir de ahí, grabó incontables discos, alternó con otros reconocidos como Alberto Cortez y viajó por el mundo para ofrecer sus famosos recitales.

A mediados de los 70, abandonó su país por la persecución que sufría por parte de los políticos, que lo consideraban un agitador. Se instaló en México. Regresó en 1984, ya consagrado y con miles de fanáticos en todo el mundo. Falleció el 9 de julio de 2011, en Guatemala, víctima de un atentado que, según las autoridades, iba dirigido a otra persona.


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Lo que sabes y lo que eres solo tiene sentido, y valor, cuando lo compartes con otros.


La música y el mensaje de Facundo Cabral, el cantautor argentino, los conocí por allá en 1988 por pura casualidad. Tras asistir a uno de sus recitales, me hice su fan. Hoy, a más de 10 años de su muerte, su legado está vigente y nos brinda grandes lecciones ¡de marketing!


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Escribió los libros Conversaciones con Facundo Cabral, Mi abuela y yo, Salmos, Borges y yo, Ayer soñé que podía y hoy puedo y El cuaderno de Facundo, con los manuscritos de los textos que utilizaba durante sus recitales. En 1996, la Unesco lo declaró ‘Mensajero mundial de la paz’ y la semilla de su mensaje vive en el corazón de quienes lo admiramos y lo disfrutamos.

Sus libros y sus manuscritos, por si no lo sabías, son oro puro. Nos ofrece reflexiones muy profundas, nos cuestiona, nos inspira y, como en el caso de la frase que motivó este nota, nos enseña de marketing. ¡Sí, Facunda Cabral nos enseña de marketing! Porque esta es una premisa que se aplica perfectamente al quehacer de los emprendedores o dueños de negocio.

“Bienaventurado el que sabe que compartir un dolor es dividirlo y compartir una alegría es multiplicarla”, es la frase escrita por Facundo Cabral. ¿Cómo te parece? ¿Te dice algo? ¿Te ves reflejado de alguna manera en esas palabras? La verdad, yo, sí. De hecho, este es uno de los pilares de mi trabajo, un mensaje que transmito con frecuencia a mis clientes y discípulos.

¿Sabes a cuál me refiero? A que si eres consciente de que la vida te ha dado el privilegio de obtener conocimiento y experiencia que te han servido para construir bienestar y prosperidad, es tu RESPONSABILIDAD (sí, en mayúsculas) transmitirlo a otros, compartirlo con otros. De lo contrario, si eliges guardarlo para ti, si no lo compartes, perderá valor, no te servirá de nada.

Conozco una gran cantidad de personas valiosas, valientes emprendedores y empresarios, que están convencidas de que descubrieron la fórmula del éxito y se la guardan para sí mismos. Se ufanan de ella, la esgrimen como un trofeo, pero no la comparten, no la transmiten. Con el paso del tiempo, cuando el éxito les da la espalda, entonces, se dan cuenta de su error.

Y ya es tarde para corregir. Como dice el popular dicho, “De nada sirve llorar sobre la leche derramada”. Si no eres fan de Facundo Cabral, si no tienes sus producciones discográficas (en especial, las de los recitales en vivo), si no has leído alguno de sus libros, te invito a que los busques (en Amazon o en iTunes) y los leas y escuches. Te aseguro que se sorprenderán.

Sin embargo, mi invitación más importante, una que te cambiará la vida para bien, te lo garantizo, es que aproveches lo que la vida te regaló y tú lo compartas con otros. Es la razón por la cual llegaste a este mundo: para ayudar a otros desde tu experiencia, desde tu conocimiento, desde el aprendizaje de tus errores. Recibirás unas recompensas maravillosas.

La mayor satisfacción que me brinda mi trabajo, la razón por la cual me dedico a esto cada uno de los días de mi vida, es haber podido generar un impacto positivo en la vida de otros. ¿Cómo? Seguí la premisa de Facundo Cabral: mis dolores se diluyeron cuando los compartí con otros, mientras que mis alegrías, conocimiento, abundancia y prosperidad se multiplicaron.

El verdadero valor de que la vida te ha brindado no se mide por tus pertenencias, por los bienes que posees, por los lujos que ostentas o por el dinero que acumulas en el banco. El verdadero valor está representado en tu legado, en lo que puedes hacer por otros, en la huella que dejas en la vida de otros cuando transmites lo que la vida te dio el privilegio de atesorar.

Es maravilloso cuando la vida te sorprende y te regala algo que no le habías pedido o que, como en mi caso, ni siquiera esperabas. A mí, en el lejano 1988, cuando era un jovencito y vivía en Colombia, me regaló la música y la inspiración de Facundo Cabral. De cuando en cuando, en mi casa, escucho sus recitales y todavía me río, disfruto sus mensaje. Ah, y también los aplico.