La vida, caprichosa como solo ella puede serlo, nos ubica en lugares que a veces a nosotros, dentro de nuestra limitada capacidad de entendimiento, nos es difícil comprender. Eso, sin embargo, no es excusa para no cumplir la misión que nos ha sido encomendada, para luchar por nuestros sueños, para servir a otros.

A quienes vivimos en Occidente y profesamos religiones no fundamentalistas, nos cuesta trabajo concebir la realidad de aquellos que nacieron en países como Afganistán. Enclavado en el centro de Asia, está rodeado por Pakistán, Irán, Turkmenistán, Uzbekistán Tayikistán y China, es decir, en el punto de encuentro de diferentes civilizaciones.

Y ese, sin duda, es uno de los factores por los que a través de la historia este territorio ha vivido tantas dificultades, tantos conflictos, como el que a mediados de los años 90 lo puso en el radar de cientos de miles de personas comunes que lo desconocíamos casi todo acerca de este país, con la llegada del régimen talibán y la internacionalización del terrorismo.

Gracias a valientes corresponsales prensa europeos y estadounidenses, principalmente, y al conmovedor testimonio de los pocos que lograron escapar de allí, el mundo tuvo una versión de lo que allí ocurría. Y era algo que producía espanto, que provocaba escalofrío, porque era la más aberrante violación a todos los derechos fundamentales de la persona.

A las mujeres, por ejemplo, se les prohibió trabajar fuera del hogar, así fueran maestras de escuela o profesionales. Solo algunas enfermeras y médicas obtuvieron permisos dentro de grandes restricciones. Además, fuera de casa siempre tenían que estar en compañía de su mahram (figura masculina más cercana: padre, hermano, esposo).

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La historia de Kamila Sidiqui fue consignada en un libro, para que el mundo entero la conociera.

Tampoco podían hacer tratos comerciales con hombres y si se enfermaban, no las podía atender un médico hombre. El acceso a la educación les fue prohibido totalmente, y las escuelas fueron convertidas en seminarios religiosos. No se les permitía reír a carcajadas en público, usar maquillaje o zapatos de tacón que produjeran ruido al caminar.

También se documentaron azotes públicos, lapidaciones y otro tipo de reprimendas para aquellas mujeres que no se vistieran de acuerdo con lo estipulado en la ley talibán o que fueran encontradas sin la compañía de su mahram. A esto, y mucho más, fueron sometidas las mujeres (y los hombres) en Afganistán por parte del régimen talibán.

Por eso, me provoca tanta admiración el caso de Kamila Sidiqi. Es una de tantas heroínas afganas, una de tantas mujeres que se negaron a aceptar ese destino que les tocó cuando la vida las puso en ese país, una de tantas que se rebeló contra la realidad y se dedicó a construir una nueva. Sí, una en la que pudiera ser feliz y útil para otros.


El día que KaweyanCabs, un servicio de taxis exclusivo para mujeres, comenzó
a funcionar a través de Facebook, recibió  más de 3.000 comentarios de apoyo,
casi todos de hombres. “Eso cambia la vida”, dice Kamila Sidiqui.


Kamila había tenido una niñez normal y tranquila en Kabul, la capital de Afganistán, donde creció y estudió para ser maestra. Transmitir su conocimiento a otros y tratar de cerrar las terribles brechas de una sociedad atrasada era algo que la impulsaba desde joven. Sin embargo, esos planes sufrieron un tropiezo a mediados de los 90 con la revolución talibán.

Su vida, y la de todos los afganos, cambió en septiembre de 1996 cuando los talibanes consiguieron adueñarse de Kabul e implantaron su régimen totalitario. Su padre y su hermano mayor, los hombres de la casa, no tuvieron más remedio que escapar, refugiarse para evitar las represalias. Ella y sus hermanos, entonces, quedaron desprotegidos.

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Kamila es una reconocida conferencista, emprendedora y activista social.

Con 19 años y ninguna experiencia, Kamila se hizo cargo de su familia. Ahí desveló su mejor versión, con una fuerza interior inclaudicable, con una valentía inspiradora, con una voluntad inquebrantable. Le pidió a su hermana mayor que le enseñara a coser, porque necesitaban generar un ingreso para suplir las necesidades básicas.

Pronto, montó un improvisado taller en casa, con la participación de sus hermanas menores, y confeccionó unas prendas. Fue un proceso complicado, porque no podía ir sola a conseguir los insumos, porque tenía que ser precavida para no llamar la atención de los talibanes que estaban en busca de aquellos que se negaran a cumplir sus imposiciones.

A los pocos meses, su hermano la llevó a las tiendas a ofrecerlas y se encontró con la sorpresa que fueron bien recibidas. De hecho, le hicieron varios pedidos que, por supuesto, no tenía cómo cumplir, pero igual se le midió al reto. Así, entonces, al pequeño taller llegaron otras mujeres del barrio, necesitadas también de ingresos, a dar su mano.


Tras la caída del régimen talibán, Kamila abrió el Centro de Mujeres del Cuerpo
de la Misericordia, en Kabul, para ofrecer alfabetización y capacitación en
cursos vocacionales. Gracias a esas iniciativas, Afganistán hoy es diferente…


El problema es que muchas, casi todas, desconocían los secretos del oficio y lo primero que había que hacer era capacitarlas. Kamila montó cursos para enseñarles a coser, temerosa de que la romería de mujeres a su casa despertara suspicacias entre los talibanes. El algún momento, cien mujeres estaban involucradas en el proyecto.

Afuera de allí, en las calles de Kabul y en el resto del país, se libraba una cruda guerra entre las fuerzas talibanes y la coalición internacional liderada por Estados Unidos. Eso le permitió mantenerse lejos del radar de las autoridades y consolidar su negocio. En algún momento, inclusive, mujeres talibanes se unieron al taller: también necesitaban el trabajo.

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Desde junio de 2017, Kamila Sidiqi es viceministra de Comercio de su país.

Después de que el 17 de diciembre de 2011 cayeron los últimos bastiones talibanes en Kabul, el mundo comenzó a conocer los horrores del régimen y, también, a tantos héroes anónimos que habían conseguido hacer una vida normal en medio de esta realidad aterradora. Por supuesto, uno de los casos más sonados fue el de Kamila Sidiqi.

Hoy, Kamila dirige una consultora de negocios llamada Kaweyan Business Development Services, que comenzó en 2004 con solo un computador y su determinación. Hasta el momento, ha implementado 50 proyectos, como Sidiqi Kaweyan Limited (que exporta frutas secas), Kaweyan Cabs (servicio de taxis exclusivo para mujeres) y Kaweyanjobs.com.

Desde el pasado mes de junio, Kamila es viceministra de Comercio en el Ministerio de Comercio e Industria de su país, acude como conferencista, emprendedora y activista social a diferentes foros para visibilizar la problemática de las mujeres en Afganistán y sigue siendo la fuente de inspiración para miles de mujeres que desean seguir sus pasos.

Con frecuencia, los emprendedores nos quejamos porque el mercado está muy difícil, porque los prospectos no convierten, porque la competencia es muy dura y tantas otras excusas más. Sin embargo, cuando conozco historias como la de Kamila Sidiqi no puedo menos que agradecer a la vida tantas bendiciones e invitarme a una reflexión.

Una reflexión a la que también te invito: nosotros, en Occidente, que lo tenemos todo, que disfrutamos de todas las libertades, que podemos acceder a la educación, tiramos la toalla con facilidad o nos enfocamos únicamente en producir dinero. Luego, en alguna curva del camino, nos damos cuenta del error que cometimos, y nos cuesta aceptarlo.

La inspiradora historia de Kamila Sidiqi durante el régimen talibán fue consignada en el libro La costurera de Khair Khana, que cumple el doble propósito de servir como testimonio a su labor y de motivar a las mujeres de su país. Su legado, sin embargo, se enriquece día a día, fruto de su esfuerzo, de su trabajo y, especialmente, de su ejemplo.


¿Quieres saber más de Kamila Sidiqi?
Web:
http://kamilasidiqi.com/
Web:
Kaweyan Business Development Service
Facebook:
https://www.facebook.com/kamila.sidiqi
Facebook: @KaweyanCabs