Si les preguntas a diez personas que tengan un trabajo convencional, inclusive en empresas grandes o multinacionales, ¿cuál es el principal obstáculo que enfrentan?, es muy probable que nueve de ellas te respondan que es “la falta de motivación, sentirme infravalorado”. Verse como un cero a la izquierda es, realmente, una experiencia terrible que se incrustó en el mundo laboral.
No te equivoques, sin embargo, al asumir que es una práctica nueva, algo propio de la era digital, un mal del siglo XXI. Es, lamentablemente, un hábito que se adquirió hace mucho tiempo y que a algunos se les pegó en la piel, como un tatuaje. Y que, además, sirvió para que personas como Lee Iacocca, el protagonista de esta historia que inspira, viviera una experiencia aleccionadora.
¿Lo conoces? Así, de rapidez, quizás no lo recuerdes, pero se trata del CEO que salvó a Chrysler cuando la empresa sufría la peor de las crisis, y la llevó a un lugar privilegiado del mercado. Ese, por supuesto, es el final de la historia, lo que quedó escrito en los libros, pero hubo un antes, un período de dificultades en el que Iacocco padeció el mismo mal: no valoraron su potencial.
De ascendencia italiana, Lee es hijo de Nicola Iaccoca y Antonietta Perrota, inmigrantes que se establecieron en el llamado cinturón del acero en Allentown (Pensilvania) y levantaron una familia gracias al éxito de Yocco’s Hot Dogs, un negocio de comida rápida. Lee nació el 15 de octubre de 1924 y cursó estudios de ingeniería industrial en las universidades de Lehigh y Princeton.
Un logro enorme para alguien que había crecido en un hogar lleno de limitaciones materiales que, sin embargo, no fueron óbice para que este joven cumplirá sus sueños y se destacara en el mundo empresarial. En 1946, fue reclutado por Ford Motor Company, una organización en la que dejó huella y en la que tuvo una carrera ascendente que en 1970 lo llevó a la presidencia.
Su influencia en la organización quedó plasmada en uno de los modelos más famosos de la marca Ford, uno que todavía recorrer carreteras del mundo entre aires de libertad y elevadas velocidades: el Ford Mustang. ¡Sí, el auto que fue ícono de la rebeldía juvenil en los años 60 y 70, fue una creación solicitada expresamente por Iacocca al diseñador Gene Bordinat!
Aquella primera mitad de la década de los 60 no era fácil para la industria automotriz, motor de la economía de los Estados Unidos. El auge de la importación de vehículos europeos, especialmente alemanes, había puesto en riesgo la estabilidad de compañías como Ford, que no estaban acostumbradas a esa competencia. De hecho, solo sabían ser líderes del mercado.
Las ventas del Ford Thunderbird, la joya de la corona por aquel entonces, caían vertiginosamente y, entonces, Iacocca encomendó a Bordinat el diseño de un nuevo auto deportivo y compacto que pudiera plantarles cara a los modelos del Viejo Continente. El resultado de ese proceso fue un auto con dos lugares, descapotable, con motor V4 de 109 caballos de fuerza y aspecto futurista.
Dos años más tarde, en 1964 y de nuevo bajo la dirección de Iacocca, fue Joe Oros el que diseñó la segunda versión del Mustang, la que se metió en el corazón de los compradores y permanece allí. Las novedades eran las cuatro plazas independientes y la barra de cambios instalada en el suelo. Su imagen transmitía fuerza y energía, espíritu libre, de ahí que se convirtió en el favorito de los jóvenes.
Innovador y creativo
El éxito de este proyecto se sumó a la estrategia de marketing que Iacocca diseñó que provocó una revolución en el mercado. En esa época, las ventas se realizaban principalmente en las exposiciones de automóviles, pero la presencia de los clientes en esos recintos decayó drásticamente y fue necesario innovar para renovar el entusiasmo de los compradores.
Entonces, Iacocca, que era vicepresidente creativo de la compañía, diseñó un sistema de concertación de citas para sus 23.000 vendedores. A través de un call center, canalizó llamadas a cerca de 20 millones de clientes potenciales y de esta manera logró al menos dos citas diarias para cada uno de sus agentes comerciales. Los resultados no se hicieron esperar: las ventas crecieron como espuma.
Ese fue el embrión de lo que hoy conocemos como telemarketing y, también, el impulso que llevó a Iacocca hasta las grandes ligas de Ford. Durante una década, condujo a la compañía por el camino del éxito y su figura se hizo conocida y apreciada para el ciudadano común, que le agradecía satisfacer su sueño de locomoción con un vehículo muy americano.
Ese exceso de protagonismo, que no era su característica, lo llevó a sostener varios choques con Henry Ford II, presidente de la compañía. Dicen las malas lenguas que el ego del nieto del fundador, sumado al éxito de su talentoso ejecutivo, generó un ambiente turbio que, por supuesto, tuvo un desenlace obvio: la cuerda se rompió por el lado más débil y Iacocca abandonó la empresa.
La visión de Iacocca chocó repetidamente con la terquedad de Ford II, que descartó de plano, sin darle siquiera una oportunidad de prueba, varias de las ideas que aquel planteó. Tras ocho años en la presidencia de la compañía, el 13 de julio de 1978 Iacocca fue despedido. Y es aquí, justamente, que la historia toma un rumbo inesperado, porque el ejecutivo cruzó la vereda y se enroló en Chrysler.
La verdad es que la vinculación con esta compañía fue un intento desesperado de sus directivos por evitar la quiebra. Las acciones emprendidas no habían dado frutos y, entonces, decidieron recurrir al hombre que, desde la competencia, les hizo pasar malos ratos. Con la camiseta puesta, Iacocca no defraudó y logró que Chrysler volviera por sus fueros y vivera una década pletórica.
Iacocca, que era cercano a empresarios y autoridades oficiales, gestionó los recursos necesarios para salvar la compañía y, de nuevo, hizo gala de su ingenio y creatividad, de su capacidad de ejecución, para llevarla a la cima. Su popularidad creció a nivel nacional, al punto que en una encuesta realizada en 1985 apareció como una opción del Partido Republicano para la presidencia.
En los años 90, cuando las marcas japonesas inundaron el mercado automovilístico estadounidense, Iacocca dio un paso al costado y comenzó a gozar de un merecido retiro. Chrysler sufrió una nueva crisis que por poco provoca su desaparición, al igual que Ford y General Motors, sus principales competidores. Su tarea, sin embargo, estaba cumplida y esta vez salió por la puerta grande.
Como millones de trabajadores, Lee Iacocca sufrió el menosprecio de su talento y su ingenio, y debió sortear múltiples dificultades para alcanzar sus sueños. Su capacidad para interpretar los deseos del mercado, su inclinación por la innovación y su persistencia lo convirtieron en un ícono de la industria automotriz y en una historia inspiradora para los emprendedores.
Hay que retomar sus valores