Durante la década de los 90, en Colombia las salidas nocturnas estaban condicionadas. Por un lado, por la violencia derivada de la guerra que libraban el Estado y los carteles de narcotraficantes, y de la que la población civil era el blanco preferido. Por otro, un ángulo mucho más amable, porque teníamos una cita imperdible: ver la serie Melrose Place.

No fueron años fáciles para nadie en mi país. Los constantes atentados con bombas en lugares públicos (centros comerciales, principalmente) cambiaron nuestros hábitos. Las salidas a cine o a comer con los amigos, la visita a la novia y los encuentros con la familia se concentraron en las casas: eran los únicos lugares potencialmente seguros.

Fue una época en la que descubrimos que la televisión nos ofrecía series atractivas y en la que los juegos de mesa, que parecían mandados a recoger, volvieron a tener auge. Así, entonces, nos reuníamos a jugar cartas, parqués, Monopolio o, la mayoría de las veces, a sentarnos frente al televisor a divertirnos con las tramas truculentas de Melrose Place.

Antes, la cita era por cuenta de Beverly Hills 90210, que se comenzó a emitir en los Estados Unidos a comienzos de octubre de 1990. Sin embargo, cuando llegó Melrose Place nos atrapó de inmediato. La trama se centraba en las aventuras y desventuras de un grupo de jóvenes que vivía en un complejo de apartamentos llamado del mismo nombre.

Los conflictos eran intensos y nos permitían aislarnos de esa dura realidad que vivíamos, así fuera solo durante una hora. Recuerdo que después de cada capítulo comentábamos las incidencias con los compañeros de la universidad y nos entreteníamos haciendo previsiones de lo que podía ocurrir en las próximas emisiones. Un oasis de felicidad.

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El presente y el pasado de Heather Locklear: su vida se transformó en un infierno.

Nos encantaba el drama, pero nos encantaban más las bellas actrices. Marcia Cross (interpretaba a Kimberly Shaw), Vanessa Williams (Rhonda Blair), Daphne Zuniga (Jo Reynolds), Kristin Davis (Brooke Armstrong) y Laura Leighton (Sydney Andrews) eran una motivación adicional. A veces, debo confesarlo, eran la motivación para estar ahí.

En algún punto de aquella primera temporada, sin embargo, la trama se puso aburrida y los niveles de audiencia decayeron. A los productores, entonces, les tocó echar mano de su creatividad para evitar un rotundo fracaso. A Aaron Spelling se le ocurrió llamar a una de sus actrices favoritas para que le diera un nuevo aire a la serie. ¡Eureka, éxito!

Era Heather Locklear, a la que habíamos conocido en la década de los 80, de la mano de Spelling, en otra famosa serie: T.J. Hooker. En ella, Locklear, una jovencita veinteañera que interpretaba a la oficial de policía Stacy Sheridan, nos encandiló con su angelical belleza, sus ojos azules y su talento. Nos encandiló y también nos robó el corazón.


El papel de Laura, en ‘He loves me’, en 2011, fue el último protagónico de
Heather Locklear en el cine. Después de un remake de ‘Melrose Place’, en
2009, no volvió a ser tenida en cuenta en series televisivas.


Por eso, cuando apareció en Melrose Place sus fans no pudimos estar más felices. Más madura, pero igualmente hermosa, esta vez era una malvada antagonista, una tal Amanda Woodward. Hacía las veces de la dueña del complejo habitacional y, sobre todo, la encargada de hacerles la vida imposible a los jóvenes residentes en Melrose Place.

Malvada y hermosa, la combinación perfecta. El aburrimiento en la trama se terminó, aparecieron los triángulos amorosos y los niveles de audiencia crecieron como espuma. De hecho, desde la aparición de Locklear se duplicaron y la historia encontró un nuevo y apasionante rumbo. Por eso, y por Heather, no nos movíamos de casa en las noches.

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Esta fue la Heather Locklear que nos encandiló y enamoró en la televisión.

Cuando la serie llegó a su final, en 1999, la vida de Heather Locklear tomó un rumbo inesperado. Si bien protagonizó otros papeles importantes, poco a poco su trayectoria entró en declive. Peor aún, sus esporádicas apariciones en los medios de comunicación especializados eran producto de sus problemas personales, no de sus roles en la pantalla.

El más reciente ocurrió hace solo unos días, cuando la actriz de 56 años fue detenida por la policía bajo sospecha de agresión a su novio Chris Heisser. Cuando los uniformados llegaron a la casa que la pareja comparte en Thousand Oaks (California), Locklear los recibió con un “Les pegaré un tiro si vuelven a mi casa; es una amenaza”.

Si bien la actriz se salvó de enfrentar cargos por violencia doméstica, sí fue acusada de cuatro cargos de agresión a los agentes que acudieron al llamado. Los problemas de Locklear se hicieron públicos desde 2008, cuando su agente salió al paso de los rumores y confirmó que la actriz luchaba contra “problemas de depresión y ansiedad”.

Ese año, en varias ocasiones provocó escándalos públicos con comportamientos erráticos y fue detenida por conducir bajo los efectos de antidepresivos. Ocurió en Santa Bárbara (California) y la policía dijo que testigos informaron que conducía en eses; cuando las autoridades la encontraron, su auto estaba bloqueando la vía, en la mitad del carril.

Se comprobó que no había ingerido bebidas alcohólicas y fue puesta en libertad la mañana siguiente. En ese momento, se dijo que la depresión era causada por decepciones sentimentales. Locklear estuvo casada entre 1986 y 1993 con el músico Tommy Lee y luego, de 1994 a 2006, con el guitarrista Richie Sambora, padre de su hija Ava.

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Una versión reciente de Locklear, tras uno de los escándalos públicos que protagonizó.

Después estuvo vinculada con Jack Warner, compañero de reparto en Melrose Place. En agosto de 2011, la pareja anunció su compromiso, pero lo canceló sin dar a conocer la razón en noviembre del mismo año. En 2012, Locklear fue internada en una clínica de Los Ángeles, luego de que su hermana la halló fuera de control tras mezclar alcohol y pastillas.

Pasó dos meses en una clínica de desintoxicación, pero la actriz se resiste a reconocer que tiene problemas con las adicciones. Fueron cinco las veces que estuvo internada y cada vez que salió dijo haberse recuperado completamente. Sin embargo, poco después recayó, como lo hizo esta vez, cuando debió pagar una fianza de 20.000 dólares para quedar en libertad.

Ícono de una generación y amada por el público gracias a sus actuaciones en Melrose Place y Dinastía, Heather Locklear es una muestra más de cómo la vida de los famosos se convierte en un infierno cuando no se sabe gestionar el éxito. Haber alcanzado fama, riqueza y reconocimiento de nada le sirvió, porque su vida privada es un completo caos.


Al día siguiente de la detención de Locklear, la policía arrestó a su novio
Chris Heisser por conducir embriagado. Las mediciones demostraron que en
su sangre había un nivel de alcohol dos veces superar al permitido (0,19/0,08).


De su talento pocos se acuerdan y, por supuesto, ya ningún director se atreve a darle un papel importante, por lo que su carrera profesional está prácticamente acabada. Y está visto que Heather Locklear no sabe qué hacer con su vida, más allá de involucrarse en un doloroso proceso de autodestrucción a través de las adicciones.

Cada vez que conozco un caso similar, le pido a la vida que cada día me dé un motivo para vivir, una razón para seguir luchando. Quizás eso es, justamente, lo que le haga falta a Heather Locklear. Quizás nunca entendió cuán valioso era el talento que poseía o creyó que era demasiado famosa como para que no la tuvieran en cuenta. Y se equivocó.

Como Heather Locklear, son muchos los emprendedores que he visto subir a la cima, tocar el cielo con las manos y luego caer al más profundo de los abismos. De tenerlo todo, en un abrir y cerrar de ojos se quedaron sin nada más que sus miserias. Son espejos en los que debemos mirarnos, a sabiendas de que el éxito mal gestionado es tu peor enemigo.