En aquel momento, cuando me enfrenté a esa situación, me produjo mucho estrés y afloró una inseguridad que no era propia en mí. Hasta entonces, mi corta trayectoria como emprendedor marchaba sin mayores inconvenientes (ya había superado la cuesta de arranque), pero esta circunstancia me demostró que era mucho lo que faltaba por aprender y por desaprender.

Me refiero al día en que tuve que tomar una de las decisiones más difíciles de mi carrera: subir el precio de mis productos. Para que me entiendas, te pongo en contexto. Hablo de los primeros años de este siglo, cuando el concepto del comercio electrónico era muy distinto al actual, cuando las herramientas digitales de las que disfrutamos hoy no existían, cuando había mucha ignorancia.

Sí, a pesar de que internet comenzaba a ser familiar para las personas, eran pocas las que tenían una conexión, eran pocas las que tenían un computador en casa. De hecho, ni siquiera existían el wifi y los teléfonos inteligentes, aunque ya disfrutábamos de las versiones cavernícolas del celular. Y también había pocas personas con cuentas bancarias y eran menos las que tenían tarjeta de crédito.

Cada vez que hablo de este tema, las personas me miran como si tuviera 100 o 150 años, pero la realidad es que, como te lo mencioné, era la realidad que vivíamos por allá entre 2000 y 2005. Sí, ni siquiera me refiero al siglo pasado, sino a algo que sucedía hace menos de veinte años, pero la verdad es que parece que fuera la época un relato de la Edad Media de la humanidad.

Bueno, quizás si haya sido la Edad Media, pero de la era de internet. El caso es que en ese momento los emprendedores digitales éramos poco menos que una rara especie que apenas nos abríamos paso en un mundo de incredulidad y limitaciones. Te cuento algo más: en esos años, había muchos países de Latinoamérica en los que todavía no había cajeros electrónicos.

Según el portal internetlivestats.com, en la actualidad hay más de 4.600 millones de usuarios de internet y casi 1.800 millones de páginas web. Hace 15 años, en embargo, esos números no le cabían en la cabeza ni siquiera al más optimista. Eran tiempos en los que las personas no se animaban a abrir una cuenta de correo electrónico y comprar en internet era un acto de valentía.

Los infoproductos (este concepto, claro está, aún no se había establecido) eran por lo general reportes o cursos en formato pdf. El audio, el video, las transmisiones en línea y las redes sociales todavía no habían irrumpido en nuestras vidas. Entonces, era un escenario en el que, aunque lo quisieras, aunque tu producto lo valiera, nadie estaba dispuesto a pagar un alto valor por él.

Los productos se vendían en 7 dólares, en 17, en 27 y en 47. Había unos pocos que llegaban a 97, pero eran la excepción, eran las joyas del mercado. Y con un agravante: eran pocos los emprendedores que se atrevían a fijar ese precio para sus productos a sabiendas de que era un nicho exclusivo, reducido. Por supuesto, yo era uno de ellos por mis creencias limitantes.

Por uno de mis clientes, en aquel momento me enteré de que uno de mis cursos, que vendía por 47 dólares, había sido vulgarmente copiado por alguien que simplemente le cambió el nombre y lo lanzó al mercado. Mi cliente lo adquirió y no tardó en darse cuenta de que ese producto le pertenecía a Álvaro Mendoza y su reacción fue llamarme para contarme lo que había sucedido.

Mi primera reacción, recuerdo, fue enojarme, pero sabía que eso no solucionaba nada. Entonces, fue cuando me invadieron las dudas, cuando mis telarañas mentales hicieron algunas travesuras. ¿A qué me refiero? Fueron días difíciles porque no sabía qué hacer. La mayoría de las personas a las que les comenté el caso me sugirieron rebajar el precio de mi producto y relanzarlo.


Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

Para construir la vida que deseas, primero necesitas quitarte las telarañas mentales.


El mejor momento para comenzar ese proyecto que da vueltas en tu cabeza desde hace tiempo es hoy. Despójate de los miedos, libérate de las creencias limitantes, diles no a quienes dudan de ti y ¡hazlo, simplemente hazlo! Yo viví una situación parecida y te cuento cómo la superé.


La verdad, era una opción que no me atraía, entre otras razones porque era consciente de que se trataba de un buen producto, que había tenido una buena acogida en el mercado. Hasta que me acordé de una de las enseñanzas más valiosas de mis mentores y la puse en práctica: “jamás compitas por precio, porque de una u otra forma vas a perder. Compite solo por valor”.

¿Qué hice, entonces? Me armé de valentía, me despojé de los miedos, me despedí de mis creencias limitantes y le subí el precio a 97 dólares. ¿El resultado? Como por arte de magia, las ventas de mi producto se dispararon y, en cambio, el del plagiador (que costaba US$ 17) desapareció del mercado en unos pocos días. Fue una episodio que me dejó lecciones muy poderosas.

La primera, la acabo de mencionar: ¡jamás compitas por precio! Menos si, como era mi caso, estás convencido del valor de tu producto, de la capacidad de transformación que posee. La segunda, que entendí claramente la diferencia entre precio y valor, especialmente la del valor percibido. El precio es la cantidad de dinero que un cliente está dispuesto a pagar por un producto específico.

El valor percibido, en cambio, es la valoración que el cliente hace de tu producto en función de la capacidad de este para satisfacer su necesidad, para calmar el dolor que lo inquieta, para brindarle un beneficio determinado. En ese contexto, si lo percibe como algo de valor, está dispuesto a pagar por él una cifra superior al promedio del mercado o mayor inclusive a su presupuesto.

La tercera lección, quizás la más valiosa, fue que todas las limitaciones, los obstáculos y los bloqueos que te impiden comenzar, avanzar o lograr lo que deseas están en tu mente. En otras palabras, son una creación de tu mente, algo así como traviesos duendecillos que inventas para justificar tus miedos, tu falta de conocimiento, tu dependencia de la aprobación de otros.

Y eso es, justamente, lo que les ocurre a muchas personas en el actual contexto, porque por cuenta del coronavirus tienen la excusa perfecta para seguir en su zona de confort, para no dar el primer paso, para no luchar por sus sueños y conformarse con las migajas que les regala la vida. Es una situación por la cual todos, absolutamente todos, pasamos alguna vez y solo unos pocos la superamos.

En los últimos días he recibido algunos mensajes y llamadas de clientes y amigos que están tentados a comenzar ese negocio que tienen en mente desde hace años, que quieren dejar atrás esa vida que tenían antes de que apareciera el coronavirus y pusiera patas arriba la realidad de antes. Y todos, sin excepción, están frenados por lo mismo: por los miedos, por las telarañas mentales.

A todos, sin excepción, les he respondido lo mismo: el mejor momento para comenzar es HOY. No importa si no tienes todo el conocimiento requerido, no importa si no cuentas con los recursos, no importa si las personas de tu círculo más interno intentan frenarte y te llenan la cabeza con películas de terror que no son más que reflejo de sus propios temores, de su incapacidad, no de la tuya.

Los emprendedores, suelo decirlo, vamos construyendo el avión cuando ya lo estamos volando. ¿Eso qué quiere decir? Que lo fundamental es comenzar y lo demás, absolutamente todo lo demás, llegará a medida que avanzas. El conocimiento, los recursos, la ayuda y, por supuesto, los resultados. Por eso, lo más importante es empezar: si no lo haces, jamás sabrás de qué eres capaz.

A diferencia de esa Edad Media de internet a la que me referí antes, hoy hay mucho conocimiento, muchas herramientas, muchos recursos y, sobre todo, muchas personas que te podemos ayudar a recorrer el camino que nosotros ya recorrimos. Puedes empezar literalmente desde cero, con una condición: despójate de tus miedos, despídete de tus creencias limitantes, de tus películas mentales.

No permitas que otros o las circunstancias frustren tus sueños. Si estás convencido de que posees el conocimiento, la experiencia, los dones y los talentos, la pasión y la vocación de servicio para ayudar a otros, ¡hazlo, simplemente hazlo! Cada día que dejes pasar será un día perdido, uno en el que no podrás disfrutar de esta bendición que te da la vida, la de ser útil y dejar una huella positiva.


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