La noche del 2 de mayo de 2015 fue una de las más felices para los aficionados al boxeo y, también, para muchas familias pobres de Filipinas. En el cuadrilátero instalado en el MGM Grand Arena de Las Vegas (Nevada, Estados Unidos), se dio el largamente esperado duelo entre el estadounidense Floyd Mayweather y el filipino Manny Pacquiao.
Estos dos púgiles, considerados los dos mejores boxeadores del mundo, libra por libra, tenían cuentas pendientes. Durante años, los promotores del invicto Mayweather rehuyeron la confrontación con el asiático, que había estado al borde del retiro. Sin embargo, para beneplácito de los fanáticos, el combate se firmó.
Y antes de que se diera el primer golpe, se marcó un récord: se repartieron casi 300 millones de dólares en la bolsa, de los cuales 120 fueron a las arcas de Pacquiao, un pequeño y delgado pegador que hizo leyenda en los cuadriláteros. El uso que cada uno hizo de ese dinero, sin embargo, representa la gran diferencia.
Nacido el 17 de diciembre de 1978 en Kibawe, una zona deprimida del sur de Filipinas, a Pacquiao el boxeo lo persiguió como una sombra. Necesitó aprender a usar los puños para no salir mal librado en las calles de Manila, a donde emigró para escapar de un hogar en el que no solo se pasaba hambre, sino en el que la convivencia era imposible.
Por un tiempo, no obstante, en la capital los males se repitieron como si se trata de un callejón sin salida. En esas polvorientas calles, el nombre de Pacquiao comenzó a convertirse en leyenda gracias al poder de sus puños. En esas polvorientas calles, así mismo, Pacquiao demuestra que su calidad humana traspasa las cuerdas del cuadrilátero.
“Filipinas es un país pobre, no hay bienestar, ningún sistema de salud y si usted no tiene un trabajo o dinero, hace cualquier cosa para sobrevivir”, aseguró Freddie Roach, el manejador que guio su carrera cuando Pacquiao llegó a Estados Unidos, en 2001, en busca de un futuro mejor para él y su familia.
Y Manny peleó, y noqueó, y ganó, y perdió, y sufrió. Más allá de una llamativa fortaleza para un pegador de tan poca envergadura, Pacquiao se distinguió por ser un incansable luchador. Aun cuando fue derrotado, exigió lo mejor y un poco más de su contendor. Y comenzó a cosechar triunfos y títulos, lejos aún de la gloria y la riqueza del presente.
Porque las ganancias por aquella época no eran realmente significativas, menos para un boxeador proveniente de un país del tercer mundo, como Pacquiao. Pero, Manny se esmeró en cambiar esa realidad y lo logró: las ganancias millonarias llegaron después, cuando se transformó en un fenómeno del PPV (televisión por cable, pague por ver).
Ganó tantas peleas, que consiguió hacerle mella al ego del promocionado Mayweather, al que la crítica especializada siempre acusó de medirse a rivales claramente inferiores para forjar su invicto. Hasta que el combate con Pacquiao se hizo inevitable. Y lo inevitable se hizo realidad para deleite de los aficionados al deporte y de los pobres filipinos.
Más allá de que el estadounidense ganó por decisión unánime, el filipino pasó a ser uno de los siete deportistas que acumularon más de 400 millones de dólares en ganancias. De ese selecto grupo hacen parte los golfistas Tiger Woods y Phil Mickelson, el tenista Roger Federer y los basquetbolistas LeBron James y Kobe Bryant, además de Mayweather.
A diferencia del resto, los dos púgiles ganaron esas cifras casi enteramente en el cuadrilátero, mientras que los demás engordaron sus arcas con lluvias de dólares provenientes de los patrocinios. Por concepto de publicidad, los ingresos del filipino ascienden solo a 30 millones de dólares.
Tras tocar el cielo con las manos, producto de esa meteórica y meritoria carrera deportiva, Pacquiao mostró durante algún tiempo debilidades que no se le conocieron arriba del cuadrilátero: gastó cientos de miles de dólares en una vida poco recomendable para un deportista profesional, para un múltiple campeón mundial.
Hasta que un día, tal y como él mismo lo relató en una entrevista, una revelación divina cambió el curso de su vida. “Cambié cuando escuché la voz de Dios y puedo probar que era Dios. Vi dos ángeles, blancos, altos, de grandes alas. Entonces, vi el paraíso. Dios me enseñó acerca de los tiempos finales”, relató.
¿Qué pasó? “Todo esto me sucedió en los últimos tres años (desde 2011). Fue así que cambié mi vida”, reveló al diario inglés ‘The Guardian’. “Tengo muchos sueños y visiones”, agregó el boxeador, que dejó atrás su pasado de fiestas, alcohol y mujeres. Aunque continuó en los cuadriláteros, Pacquiao halló otra vocación: el servicio a sus semejantes.
“Nunca me olvidé de dónde vengo. Doy gracias a Dios por permitirme ayudar a los demás. Construyo esto porque siempre creo lo que dice la Biblia: ofrece hospitalidad a los otros sin murmuraciones”, explicó a través de su cuenta en Twitter. Ese “Esto” al que se requiere el boxeador es un proyecto social que transformó la vida de sus coterráneos.
Si bien no fue el primer deportista que se lanzó a la política, Pacquiao sí marcó diferencias con el resto: no lo hizo para beneficio personal, sino para ayudar honesta y efectivamente a los más necesitados. Así, entonces, diseñó un proyecto que proveyó mil viviendas para las familias más urgidas de Kibawe, su pueblo natal, de cerca de 40 000 habitantes.
El hoy senador gastó más de 600 000 dólares y dijo sentirse muy feliz con el resultado. “Estoy feliz de dar estas casas sin costo para mis paisanos en la provincia de Sarangani de mi propio bolsillo; más de mil familias se han beneficiado”, afirmó. Y, por supuesto, más felices estaban las familias que, después de mucho sufrimiento, tenían techo propio.
“Como fieles mayordomos de la gracia de Dios en sus diversas formas, cada uno de ustedes debe usar el don que ha recibido para servir a los demás”. El terreno de cuatro hectáreas en donde se levantaron las viviendas fue comparado por Pacquiao años antes, y se denonima ‘Pacman Village’. “Es un regalo de Dios. Él solo me utiliza para ayudarles”, declaró el boxeador a los beneficiados.
“Den gracias a Dios por lo que recibieron. Cuiden esta propiedad y no la vendan”, agregó, mientras sus ‘fieles’ buscaban formas de expresar su agradecimiento. “Pacquiao tiene un gran corazón para la gente pobre como nosotros. Imagínese, él está gastando su propio dinero para un proyecto de gran importancia como este”, exclamó uno de los beneficiarios.
Tino Alcala, máxima autoridad de la provincia, elogió a Pacquiao por su labor como congresista. “Este es el tipo de líder que necesitamos. A diferencia de otros congresistas, que desaparecen y no se les ve más después de las elecciones, Pacquiao siempre está allí cuando lo necesitamos”, resaltó. Y, sí, siempre está ahí con su generosidad.
En esta altruista labor, el boxeador es acompañado permanentemente por su esposa e hijos, un apoyo incondicional para cumplir este sueño. Aunque en el ámbito deportivo Mayweather se quedó con su invicto y el rótulo de mejor boxeador del mundo, libra por libra, para los filipinos Pacquiao es el mejor. Arriba y abajo del cuadrilátero.
De hecho, su obra ha trascendido las fronteras del país y los ecos llegaron a Estados Unidos, donde los detractores del Money Mayweather lo critican por su vida licenciosa, llena de extravagancias y con una vulgar ostentación de la riqueza. Pacquiao durmió en la calle, apenas cubierto con pedazos de cartón, y muchas veces lo hizo con ese hambre que arruga las tripas.
En el boxeo, Manny Pacquiao encontró la forma de sacar provecho de los dones que le regaló la naturaleza y después de dos décadas de trayectoria amasó una inmensa fortuna. Fue, entonces, cuando entendió, según él guiado por Dios, que el mejor negocio no es el que permite acumular dinero, sino el que da la posibilidad de servir a los demás. Su último y más fulminante nocaut…
Simplemente esplendido el articulo
Es ganador dentro y fuera del cuadrilátero. Bien Many eres el mejor. Felicidades a la persona que publico este artículo lo máximo.