A ratos lo pienso y todavía no encuentro una respuesta: ¿por qué rechazamos el fracaso? ¿Por qué somos reacios a aceptarlo y recibir sus beneficios? Sé que este es un tema tabú, que desde que nacemos nos enseñan a rechazar el fracaso, que nos programan para darle una connotación negativa a este suceso que se presenta en todos los ámbitos de la vida.

Recuerdo que la primera idea que me forjé del fracaso fue a través de las telenovelas. En mi niñez y juventud, cuando no existía internet y la vida era mucho más simple, más tranquila, ver la televisión era algo cotidiano. Más en un país como Colombia que, primero en la radio y luego en la pantalla chica deleitó a los ciudadanos con historias apasionantes, fascinantes.

Si viste alguna vez una telenovela, coincidirás conmigo en que siempre, dentro de la amplia gana de personajes, hay un fracasado. Ese personaje al que le sale todo mal, que no es capaz de progresar en nada, que es visto con desprecio por los demás. Es señalado, discriminado, vilipendiado. Es la forma en que los libretistas consiguen enmascarar a un villano (el malo).

Durante muchos años, cargué con eso. Quizás como tú, como cualquiera, le tenía pánico al fracaso. Podría decirte que estaba obsesionado con la idea de evitarlo, a sabiendas de cuál sería el resultado: perder la aprobación de mi entorno. Sin embargo, aun antes de fracasar, tuve que enfrentarme a esa situación y, por fortuna, luego el tiempo de me dio la razón.

Me explico: cuando terminé el colegio, me inscribí en la universidad para estudiar ingeniería electrónica. Estaba convencido de que era mi vida, porque disfrutaba mucho de armar y desarmar, de jugar con los computadores. Tres semestres más tarde, me di cuenta de que eso no era lo que quería hacer el resto de mi vida y, entonces, tomé una decisión drástica.

¿Cuál? Me transferí a Psicología, una carrera que estaba en el extremo opuesto. Me gradué y comencé a ejercer. Al poco tiempo, el panorama se oscureció al punto que me vi sin salidas. En esas, apareció una tecnología que llamó mi atención de inmediato y que se antojaba enigmática: era internet. Fue tal la atracción que me atrapó y de nuevo tomé otro camino.

Dejé atrás la vida que tenía, a mi familia y a mis amigos, y me vine a los EE. UU. a aprender sobre internet. En ese momento, la sombra del fracaso apareció en mi vida. ¿Por qué? Fue por la reacción de mi entorno, mi familia y amigos más cercanos, que me tildaron de loco por abandonar todo lo que había construido y lanzarme a la aventura de comenzar de cero.

“Está loco”, “Usted es un tipo inteligente, dedíquese a algo serio”, “Piense en algo serio” y muchas otras cosas por el estilo me dijeron. Prácticamente nadie creía en que podía salir adelante, más allá de que la intención era volver a Colombia después de uno o dos años. Lo insólito es que hubo quiénes se molestaron conmigo por haber tomado aquella decisión.

Por supuesto, cuando me monté al avión solo tenía un pensamiento en la cabeza: “No puedo fracasar”. Mi vida habría sido un infierno si el resultado de aquella aventura no fuera el éxito. El resto de la historia quizás lo conoces: aprendí de internet y luego terminé involucrado en el marketing digital. Fui uno de los pioneros en el mercado hispano y soy uno de los referentes.

¿Fracasé? No en esa aventura, pero sí después en algunos proyectos. Afortunadamente, con el tiempo y las enseñanzas de mis mentores aprendí que el fracaso no es el punto final, sino una escala, una parada transitoria. Y no solo eso: lo mejor es que el fracaso es el método de aprendizaje más rápido y efectivo que existe, siempre y cuando lo sepas aprovechar.

Porque el fracaso es como el libro que compras con ilusión, pero luego lo pones en la biblioteca y nunca lo lees. O como el curso por el que pagaste, pero se quedó convertido en basura digital en algún rincón de tu computador. Siempre, absolutamente siempre, eso que llamamos fracaso, al que vemos con tanto recelo, incorpora un aprendizaje, una lección.

Y puedes aprovecharla para más adelante si te despojas del miedo a la desaprobación de los demás, del temor a ser juzgado y recriminado. Cuando me despojé de esa pesada carga, el fracaso se convirtió no solo en un buen compañero de viaje, sino también, quién lo creyera, en un sabio consejero. Ya no me incomoda, ya no me obsesiono con la idea de evitarlo.

Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que tú también puedes hacerlo si aprendes estas lecciones:

1.- Equivocarse es fácil.
Al fin y al cabo, es parte de lo que somos como seres humanos. Fallamos todos los días y lo hacemos más veces de las que nos damos cuenta. Sin embargo, es a partir de esos errores que acumulamos experiencia, que aprendemos, y más adelante lo podemos hacer mejor, lo podemos hacer bien. Entiende que siempre habrá errores, pero no todo error es un fracaso

2.- El fracaso es indolente.
¿Eso qué quiere decir? Que no le importan tus limitaciones, las dificultades que atraviesas. De hecho, es como una fiera al acecho, escondida entre los arbustos, a la espera de que te equivoques para caerte encima y devorarte. Todos, sin excepción, tenemos limitaciones de algún tipo, solo que algunos hacemos caso omiso de ellas y alcanzamos nuestras metas

3.- Cuida tu entorno (1).
Recuerda aquello de “solo llegarás más rápido, pero acompañado irás más lejos”. Claro, siempre y cuando quienes te acompañen sean las personas adecuadas. Rodéate de personas que sean mejores que tú, de las que puedas aprender, que te exijan al máximo. El caldo de cultivo del fracaso es la mediocridad, juntarte con quienes no pueden superarte

4.- Cuida tu entorno (2).
Seguro habrás escuchado que “somos el resultado del promedio de las cinco personas más cercanas”. Por eso, es indispensable elegir bien. Si te equivocas, corres el riesgo de que esas malas compañías te perjudiquen. No olvides que una sola manzana podrida puede dañar al resto de las que están en la cesta. Las malas compañíasdesgastan, te desvían de tu objetivo

5.- No le temas al fracaso.
Está ahí, siempre estará ahí y no puedes evitarlo (o eludirlo). No tiene sentido, entonces, que enfoques tus energías en algo inevitable. El fracaso es como la muerte: está ahí, latente, y en algún momento se presentará. No la puedes evitar. De lo que se trata, entonces, es de no caer en la trampa del miedo, que paraliza, que te distrae, que impide que cumplas tus sueños

6.- Fracasar es aprender.
Si así lo eliges, por supuesto. A veces, muchas veces, el resultado de un fracaso es tu crecimiento, en lo profesional o en lo personal. Sin embargo, suele ocurrir que no somos conscientes de ello y, por ende, no lo valoramos. La realidad es que tu cerebro acumula información valiosa, la pondera, la selecciona y te la ofrece después en una situación similar

7.- No existe el “si hubiera…”.
Pensar en cómo habrían sido las cosas si no fracasas, qué habría pasado o cualquier otra hipótesis carece de sentido. El “si hubiera…” no existe en la vida real, solo en tu mente. Es un sofisma de distracción que te impide valorar lo que tienes hoy, en el presente, a pesar de que no es todo lo que desearías. Lo importante, en todo caso, es que es suficiente. ¡Créelo!

8.- El mejor momento para fracasar es… hoy.
A mis discípulos les digo, y repito, que cuanto más rápido fracasen, cuanto más doloroso sea ese fracaso, mayor será el aprendizaje. Equivocarte rápido y feo no es agradable, pero sí es útil y, a veces, necesario. Recuerda esos penosos errores que cometiste en la niñez y que ahora que eres un adulto ves con gratitud porque te aportaron un valioso aprendizaje.

9.- Sin fracasos, no hay éxito.
Algo que no nos enseñan es que el éxito, cualquiera sea la idea que tengas de él, es la sumatoria de tus fracasos. Antes de ser millonario, perderás mucho dinero; antes de recibir el sí de tu media naranja, escucharás varios ‘no’, y así sucesivamente. No importa qué tantas veces fracasas si al final el resultado es el éxito que anhelabas. Si te caes, te levantas y sigues

10.- Se vale fracasar.
¡Sí!, se vale. Somos seres humanos, seres imperfectos. El error y el fracaso son parte de nuestra naturaleza. No solo no los podemos evitar, sino que los necesitamos para superarnos y para obligarnos a dar lo mejor. Mira el espejo retrovisor de tu vida y verás una gran cantidad de fracasos que, a la postre, te condujeron a la cima, al éxito. No te avergüences, ¡celébralos!

El fracaso es un maestro, no un enemigo. Ese es el mensaje que quiero grabes en tu mente al leer este contenido. Es una oportunidad disfrazada que la vida nos ofrece para crecer como seres humanos en todos los ámbitos de la vida. Es, también, una poderosa herramienta que, si la sabes utilizar, te permitirá sobresalir sobre aquellos que fracasan por miedo al fracaso.

Moraleja: si revisas la vida de quienes marcaron la historia de la humanidad comprobarás que su camino estuvo salpicado por los fracasos. Sin embargo, lo que marcó la diferencia, lo que los hizo únicos, fue su capacidad para aprender de esas situaciones y aprovechar esas lecciones para cumplir sus metas. No sé qué piensas, pero para mí esa es la definición del éxito


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