Hemos estado engañados todo el tiempo. Peor aún, ¡fuimos engañados! Nos dijeron que debíamos ser exitosos para alcanzar la felicidad, y no es así. De hecho, es a la inversa: cuando somos felices podemos aspirar a ser exitosos. Y el concepto de éxito está lejos y más allá de lo material, de posesiones, de dinero, de lujos, de una vida con comodidades y facilidades.

Las décadas de los años 50, 60 y 70 del siglo XX quedaron marcadas por los aires de libertad de los jóvenes, por su rebeldía y su espíritu contestatario. Se negaban a ser iguales a sus padres, y a los padres de sus padres, porque entendían que esa no era una vida que les permitiera ser felices. Y tenían razón, claro que tenían razón.

El problema es que en alguna curva del camino perdieron el rumbo y terminaron igual que aquellos. Por eso, quienes tenemos más de 40 o 50 años sufrimos las consecuencias de la frustración de esas generaciones. Más aún, a sabiendas de que cuando ascendimos al tercer piso (30 años) apareció el siglo XXI y nos convirtió en padres de mileniales.

Y, claro, fue el acabose. En la flor de la vida, la época de gozar y disfrutar de la madurez, nos enfrentamos al reto de criar y educar a unos personajes muy particulares. Y aquí estamos, confundidos y frustrados, conformistas y amargados. Nos enseñaron un libreto y lo aprendimos y lo aplicamos, hasta que nos dimos cuenta de que nos habían metido gato por liebre.

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La amistad es, según Aristóteles, una de las 11 virtudes que nos brindan felicidad.

“Estudia, consigue un trabajo, cásate, ten hijos, atesora riqueza, sé exitoso, y serás feliz”, nos dijeron. Sin embargo, un día descubrimos que nos engañaron porque el libreto está caduco, revaluado. Y nos tocó reinventarnos. Si tu idea de felicidad está antecedida por el éxito, te prevengo: vas por el camino equivocado.

El engaño radica en que nos dicen que el éxito es un estado, un momento, y no es así. Si eso es cierto, el éxito es una broma de mal gusto. ¿Por qué? Porque concebido así representa un final, un techo, un límite. Y si hay algo contrario a la esencia del éxito son precisamente los puntos finales, las fronteras, los límites. ¿Entiendes?

Cuando comencé a formarme como emprendedor, yo era como muchos, como casi todos, como tú, como cualquiera: mi objetivo era alcanzar eso que llamamos éxito. Y como éxito entendía reconocimiento, fama, bienes materiales, una vida llena de lujos y comodidades, riqueza material. Y me metí en esa loca carrera, sin darme cuenta de mi gran error.


Aunque hay que ser conscientes de que el ambiente que nos rodea es
una influencia, Aristóteles afirma que la felicidad de cada uno
depende básicamente de sus decisiones. ¡Acierta y serás feliz!


Afortunadamente, la vida puso en mi camino a seres maravillosos, mis padres y mis mentores, que me enseñaron el verdadero sentido del éxito: luchar por ser feliz y hacer felices a los demás. Entonces, emprendí el camino, lleno de dudas e incertidumbres, pero con la seguridad de que no podía seguir preso de esa vida que no me daba lo que deseaba.

Aristóteles, el filósofo más famoso e influyente de la historia de la humanidad, decía que “Un día soleado no hace una primavera, por eso, un buen día o un conjunto de buenos momentos no es lo que hace a un hombre bendecido y feliz”. Eso va en contravía de aquellos que creen en el concepto tradicional de la felicidad, el convencional.

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La modestia consiste en aceptar que todos somos iguales y que nadie es superior a otro.

Sí, que ser felices es pasar un rato con los amigos, o ir a una fiesta, o tener un carro nuevo, o alcanzar un logro en los estudios o en lo trabajo. ¿Por qué? Porque esos son momentos o hechos que puedes o no tener, que puedes perder. Uno podrá estar o no en acuerdo con él, pero lo que no puede hacer es perder la oportunidad de reflexionar.

Según el filósofo griego, la verdadera felicidad consiste en vivir plenamente cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo, como si fueran el primero, como si fueran el último. Y por vivir plenamente se entiende al límite, sacando el máximo provecho posible, aprendiendo de los aciertos y aceptando los errores, cada día, todos los días.

Vista de esa manera, entonces, la felicidad no es algo que se alcance, que se posea, sino algo que se construye. Significa que mi felicidad es distinta de la tuya, de la que busca mi esposa, de aquella con la que sueñan mis hijas. Y que el proceso de cada uno de distinto, que el aprendizaje de cada uno es distinto, que la evaluación de cada uno es distinta.

El fin de la vida

¿Ves por qué el libreto que nos dieron estaba mal? En el libro Ética Nicomáquea, escrito en el siglo IV a. C., Aristóteles afirma que la felicidad es la finalidad de todo ser humano y se consigue cultivando once virtudes: coraje, templanza, magnanimidad, orgullo, paciencia, veracidad, sabiduría, amistad, modestia y liberalidad y magnificencia.

La clave está en entender que estas cualidades no son innatas, sino que se aprenden: el objetivo de la vida es aprenderlas, cultivarlas y practicarlas. Coraje es la capacidad para vencer al miedo de hacer lo que quieres y cuando quieres. Templanza es esa virtud que nos permite disfrutar de los placeres sin caer en excesos indebidos.

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Necesitamos replantear el modelo educativo para poder ser verdaderamente felices.

Magnanimidad es poder realizar grandes cosas, sin importar cuán difíciles sean. Orgullo es estar satisfecho con nuestros logros. Paciencia es saber soportar las dificultades sin renunciar o tirar la toalla. Veracidad es la actitud de buscar siempre la verdad. Sabiduría es la búsqueda permanente del conocimiento y la acción basada en el raciocinio.

Amistad es contar con personas que nos apoyan genuinamente, más allá de nuestros errores y defectos, de manera incondicional, y que siempre procuran nuestro bienestar. Modestia es aceptar que todos somos iguales y que nadie es superior a otro. Y liberalidad y magnificencia es la capacidad de ayudar y servir a otros sin esperar nada a cambio.

Si te das cuenta, eso que escribió Aristóteles hace 25 siglos se mantiene vigente y, además, es perfectamente aplicable a los negocios. De hecho, por la experiencia que he vivido desde que me convertí en emprendedor, puedo decirte que en esas once virtudes está lo que llamamos la fórmula del éxito.

Podrás hacerle algunos retoques, porque hoy hay que hablar de honestidad, de lealtad, de credibilidad, pero la base es esa. Habíamos estado engañados todo el tiempo. Peor aún, ¡habíamos sido engañados! Nos criaron bajo la creencia que el éxito es una etapa previa, e imprescindible, a la felicidad. Y nos tocó reinventarnos para entender qué es eso.

Felicidad es que tus hijos sean libres y autónomos y luchen por sus propios sueños. Felicidad es que los lazos de tu familia sean tan fuertes que ninguna distancia, ni ninguna dificultad los pueda quebrar. Felicidad es que el fruto de tu trabajo sea el bienestar de quienes te acompañan, de aquellos a quienes sirves.

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El conocimiento y la acción basada en el raciocinio nos permiten ser felices.

Felicidad es que cada noche, cuando reposas la cabeza en la almohada, tengas la honesta convicción de que hiciste tu mejor esfuerzo y hagas un sincero propósito de enmienda para corregir eso que salió mal. Felicidad es que puedas ir a donde quieras con la frente en alto, pues tus acciones están libres de maldad o codicia.

Si en tu vida ya tienes las virtudes de las que habla Aristóteles, aprovéchalas y ponlas al servicio de los demás. Si careces de ellas, procura aprenderlas. Y enfoca tu vida en aplicarlas en cada uno de tus actos, de modo que tengas la plena satisfacción de saber que tu felicidad no es pasajera, sino una maravillosa experiencia que renuevas cada día. Ese, sin duda, es el éxito más grande al que puedas aspirar…