¿Por qué la gente se fija en ti? ¿Por qué hay personas que adquieren el producto o servicio que tú ofreces? ¿Por qué tienes un negocio? Cuando eres emprendedor, un experto en tu tema, crees conocer todas las respuestas. Es algo natural de la condición del ser humano, pero también el origen de muchos de los problemas que enfrentamos en nuestros negocios digitales o físicos.
No voy a entrar en discusiones filosóficas, porque no me interesan, y tampoco trataré de hacer que cambies tu opinión. Simplemente, deseo invitarte a una reflexión. ¿Cuál es el objetivo de tu negocio? ¿Por qué haces lo que haces? Estas son preguntas que, en teoría, cualquier emprendedor debería formularse justo antes de comenzar su proyecto, pero sabemos que no es lo habitual.
Algunos me dirán que ese era el sueño de su vida, y es válido. Otros me dirán que quieren ser millonarios, y es válido. Algunos más me dirán que vieron una oportunidad de negocio y la aprovecharon, y es válido. Y no faltarán aquellos que me digan que estaban aburridos en su trabajo convencional que no les agradaba y decidieron buscar una alternativa, y es válido.
Las razones por las cuales una persona comienza un negocio propio, dentro o fuera de internet, son variadas. Además, en esencia todas son válidas en el sentido que los seres humanos tenemos necesidades básicas de subsistencia que debemos cubrir. Sin embargo, la realidad nos demuestra que en muchas ocasiones el remedio es peor que la enfermedad. ¿Me entiendes?
Sí, identificamos un problema (no soy feliz con mi trabajo y no obtengo lo que deseo) y buscamos una solución. El problema es que tarde o temprano nos damos cuenta de que nos hicimos un flaco favor, es decir, que pasamos de ser empleados de una empresa a ser autoempleados. Sí, nos vemos atrapados en un círculo vicioso, esclavos de nuestro proyecto, víctimas de nuestro invento.
Repito: no me interesan las discusiones filosóficas, no quiere entrar en polémicas y no trato de aleccionarte. Mi intención es invitarte a una reflexión. Una reflexión que yo mismo hice algunos días atrás, cuando por sugerencia de uno de los miembros de mi grupo de trabajo conocí los casos del exbasquetbolista estadounidense Michael Jordan y del futbolista senegalés Sadio Mané.
Bueno, si bien soy ajeno al mundo del deporte, por supuesto que sé quién es Jordan: el mejor jugador de todos los tiempos, el ícono de los Chicago Bulls y un modelo de éxito. En cambio, jamás había oído mencionar al africano, que según me contaron juga en el Liverpool, uno de los clubes más importantes de Inglaterra. La única referencia que tenía de Liverpool eran The Beatles.
La pregunta obvia es, ¿qué tienen en común Jordan, un deportista retirado convertido en un hombre de negocios y un habilidoso futbolista activo como Mané? Su pasión por el deporte, su talento superlativo, una trayectoria ascendente que los convirtió en estrellas internacionales y figuras reconocidas por doquier y una vida exitosa que, sin duda, despierta la envidia de muchos.
Ninguna de esas razones, sin embargo, es la razón de este artículo. ¿Entonces? El vínculo que une a Jordan y a Mané, y el motivo por el cual te invito a una reflexión, es el propósito de lo que hacen. En otras palabras, por qué lo hacen y para quién lo hacen. No es por dinero, a pesar de que ganan mucho; no es por ego, no es por reconocimiento, no es porque estaban aburridos de su trabajo.
El estadounidense Michael Jordan y el senegalés Sadio Mané, dos reconocidas figuras del deporte, nos enseñan que aquello que hacemos solo tiene sentido cuando nos permite ayudar a otros, servir a otro otros. Aprovechan quiénes son para apalancar su propósito de vida.
Jordan atesora una fortuna calculada en casi 2.000 millones de dólares, la mayoría de ellos producto de ingresos por publicidad. Mané, mientras, gana casi 200.000 dólares a la semana. Como ves, el dinero no es un problema para ellos. En cambio, sí lo es que haya otras personas que sufren, que no tienen qué comer, que están enfermas y no tiene acceso a un servicio médico.
¿Ves para dónde voy? ¿Percibes cuál es el propósito de la vida y del trabajo de Jordan y Mané? El africano nació en Sedhiou, un pequeño pueblo de Bambali, en el sur de Senegal, en un hogar en el que lo único que abundaban eran las carencias. Dado que la familia era numerosa y no había cómo mantenerlos a todos, Sadio pasó su infancia en casa de un tío. No tuvo recursos para ir a la escuela.
Pasaba los días frente al televisor, viendo fútbol, más exactamente, fútbol de Inglaterra. Cuando terminaban los partidos, salía a las polvorientas calles, solo, a patear un viejo balón de cuero. Y así acuñaba sus sueños, quería vestir la camiseta de su selección nacional, como sus ídolos, y jugar un Mundial, ser famoso y ganar dinero. Y un día la vida le envió un mensaje muy poderoso.
En 2002, en el Mundial de Corea del Sur y Japón, Senegal fue la sensación, a pesar de ser debutante: venció a Francia, campeón vigente, y avanzó hasta cuartos de final. Desde aquel momento, Sadio supo qué quería ser en su vida. Y no ahorró esfuerzos, energía ni ganas para conseguirlo, aunque su familia, por creencias religiosas, intentó persuadirlo de lo contrario.
Sin embargo, su persistencia, que rayaba con la tozudez, sumada a su talento terminaron por convencerlos. A su familia y al resto del pueblo, que reunieron el dinero necesario para que el joven Sadio viajara a Dakar, la capital, en busca de sus sueños. Era un gran triunfo, sin duda, pero fue nada más el comienzo de un largo camino para construir una vida distinta y mejor.
El día de la prueba no lo querían dejar jugar, porque ni siquiera tenía pantaloneta y botines, sino un pantalón raído y unas botas rotas. De tanto insistir, logró que le permitieran jugar y deslumbró a todos con su talento y habilidad. Fue un éxito: lo vincularon a un equipo local, con tan solo 15 años, una oportunidad que no desaprovechó y que lo motivó para hacer una triple promesa.
“Trabajar para no decepcionar a mis padres, convertirse en futbolista profesional y volver a su pueblo para construir una escuela”. Y, ¿sabes qué? Ya cumplió las tres. Los cazatalentos de la academia Generation Foot lo descubrieron y no dudaron en llevarlo al fútbol francés, para jugar con el Metz. Después pasó por el Salzburgo de Austria y el Southampton, ya en suelo inglés.
Hoy, por supuesto, su vida es muy distinta de la de su niñez, pero Sadio no olvida de dónde salió, cuáles fueron sus orígenes. “¿Para qué quiero 10 coches Ferrari, 20 relojes con diamantes y dos aviones? ¿Qué haría eso por el mundo? Yo pasé hambre, trabajé en el campo, jugué descalzo y no fui al colegio. Prefiero construir escuelas y dar comida o ropa a la gente pobre”, dijo en una entrevista.
Por supuesto, estas afirmaciones provocaron sorpresa en el mundo del deporte, en el que hoy las figuras no solo son multimillonarias, sino también un modelo de ostentación y derroche. “Construí escuelas, un estadio, proporcionamos ropa, zapatos y alimentos a personas en extrema pobreza. Además, doy 70 euros al mes a las personas de una región muy pobre de Senegal”, aseguró.
En el mundo del deporte, lamentablemente, hoy las figuras no solo son multimillonarias, sino también un modelo de ostentación y derroche. Por fortuna, hay otros que no olvidan de dónde provienen, que saben dónde están sus raíces, y retribuyen algo de lo que la vida les brindó.
La vida le regaló unos dones y talentos qué el descubrió y trabajó para convertirlos en poderosas herramientas que le permitieran cambiar su realidad. No solo lo logró, sino que ahora Sadio Mané los aprovecha también para ayudar a otros, como otros lo ayudaron a él. Su propósito no es ganar el Balón de Oro, ni cosechar títulos, ni establecer récords, sino ayudar a sus semejantes.
“Muchas, muchas, muchas personas con las que crecí, jugadores muy talentosos, no tuvieron la suerte de llegar a ser profesionales, como yo. Sabía que no iba a ser fácil, y no lo fue, pero lo logré. Ahora, estoy aquí en una posición privilegiada, cumpliendo mi sueño, y no puedo pensar en algo distinto a ayudar a otros para que no sufran lo mismo que yo sufrí”, dijo el futbolista senegalés.
Aunque nació en Brooklyn (Nueva York), cuando era muy pequeño la familia de Michael Jordan se mudó a Wilmington (Carolina del Norte), y allí echó raíces. Desde chico sobresalió por su notable talento para los deportes, que rubricó durante su paso por la Universidad de North Carolina. Ese fue su trampolín para llegar a los Bulls de Chicago, donde labró una trayectoria increíble.
Hace pocos días, el hoy propietario de los Charlotte Hornets, sorprendió con unas declaraciones ofrecidas en un acto público. “Fui jugador profesional y no veía más allá de mis narices. Intentaba simplemente ser el mejor jugador que pudiera llegar a ser. Pero, después he tenido más tiempo para entender las cosas que me rodean, ver los problemas y la naturaleza de muchas situaciones”, dijo.
En compañía de su familia, Jordan donó 7,2 millones de dólares para la construcción de dos centros hospitalarios que atenderán en los próximos cinco años a 35.000 adulos y niños, según los estimativos de las autoridades. De acuerdo con el anuncio, contarán con servicios de atención básica, pero también se sumarán odontólogos, fisioterapeutas y asistentes sociales.
“Me fui de joven de aquí e hice mi vida en otros lugares, como Illinois (hogar de Chicago Bulls). Sin embargo, pueden estar seguros de que sé dónde empezó todo, y no necesito que mi madre me lo recuerde a todas horas. Nunca podrá devolver todo lo que esta comunidad me dio, pero puedo mostrar mi gratitud hacia ella y su gente”, expresó Jordan, visiblemente emocionado.
Así como en su momento contribuyó a fortalecer el desarrollo del baloncesto en todo el mundo, no solo en los Estados Unidos, ahora Jordan quiere aprovechar su imagen, su popularidad y su influencia, además de su dinero, para hacer algo por otros, por quienes tienes necesidades. Ese es el propósito de su vida, una nueva forma de explotar sus dones, su talento, su conocimiento.
¿Cuál es el objetivo de tu negocio? ¿Por qué haces lo que haces? El dinero está bien, la fama está bien, las comodidades están bien. Sin embargo, la única forma de cerrar el círculo, de darle un sentido a lo que haces, es conectarlo con un propósito que valga la pena. El mío coincide con el de Michael Jordan y Sadio Mané: ayudar a otros a mejorar su vida, a transforma su vida. ¿Y el tuyo?
Tambien es motivante conocer que tu producto o servicio aporta valor a la sociedad. Cuando ayudas con tu producto o servicio también estas aportando a mejorar la sociedad.