¿Sales a la calle y sientes que cientos de ojos posan tu mirada en ti? ¿Subes al transporte público y percibes que eres incómodo para otros? ¿Llegas a tu lugar de trabajo y te das cuenta de que alguien te quiere pasar por encima? ¿Vas a la cafetería con los amigos y ves que siempre hay uno que quiere sobresalir a cualquier costo? Este es un mal de la vida moderna que nos afecta a todos.
Desde que nacemos, inclusive con la mejor intención, en casa nuestros padres, abuelos y hermanos mayores nos enseñan (nos condicionan) para que busquemos ser los mejores, los primeros. En el colegio, en el deporte, en las relaciones personales, en el trabajo… Nos dicen que solo sirve ser primero, ser el mejor, ser un ganador. Y vivimos la vida, entonces, como una competencia.
No soy aficionado a los deportes, quizás lo sabes, pero tengo claro un concepto clave: ganador solo hay uno y todos los demás (del segundo hasta el último, son perdedores). Eso significa algo dramático: las posibilidades de triunfo son reducidas, muy escasas, mientras que las de perder son inmensas. Y, claro, significa también que perderás muchas muchas veces y ganarás unas pocas.
Si asumes la vida de esta manera, si asumes tu trabajo de esta manera, si manejas tu negocio con esta mentalidad, déjame decirte que lo único que vas a conseguir es sumar frustraciones. Ni siquiera cuando ganes (si llegas a ganar al menos una vez) lo vas a disfrutar. Esa esa razón por la cual tantas personas son infelices a pesar de que tienen todo lo material que desean, y un poco más.
El origen de este problema es que nos enseñaron a competir, ya se dijo, pero en un sentido perverso, maligno. Porque la competencia está bien, es sana, nos forma y nos brinda grandes aprendizajes si la entendemos positivamente. ¿Qué quiero decir? Si competimos contra nosotros mismos, por superarnos, por desarrollar más habilidades, por alcanzar las metas propuestas.
En ese sentido, la competencia es positiva. En cambio, cuando asumes la vida, el trabajo, las relaciones y tu negocio como una competencia contra el resto del mundo, ahí comienzan los problemas. Los graves problemas. Por eso, lo primero que debemos entender, lo primero que nos debería enseñar, es que solo hay dos tipos de personas: las que compiten y las que colaboran.
Las que compiten son la mayoría, y casi todos acaban amargados, frustrados, derrotados. Los que colaboramos somos una minoría: ponemos nuestro conocimiento, nuestro talento, los dones que nos regaló la naturaleza, las herramientas y recursos de que disponemos y nuestro tiempo al servicio de los demás. No queremos ser los mejores; queremos que los demás sean mejores.
De mis padres y de mis mentores aprendí que cada día de mi vida adquiere sentido si cumplo con dos premisas: la primera, si hago mi mejor esfuerzo por superarme, por aprender, por capacitarme, por liberarme de ataduras, por alejarme de lo tóxico; la segunda, si utilizo los recursos que poseo para ayudar a otros a transformar su vida, a hacer realidad sus sueños.
Todo lo demás es accesorio, todo lo demás está de más. Si lo haces, bien; si no lo haces, bien. Cuando conocía Dan Kennedy, mi primer mentor, me impactó: como persona, como experto, como fuente de inspiración. Lo admiré desde el primer minuto y me dije que quería ser como él. No mejor que él, sino como él: un referente, una fuente de inspiración, un agente transformador.
Si bien tengo que reconocer que en el camino he cometido muchos errores (y cometeré muchos otros más), también es justo reconocer que algunas cosas he hecho bien para mantenerme durante más de dos décadas como el número uno del mercado, como el referente del mercado, como El Padrino de los negocios en internet en el mercado hispanoamericano. ¡Algo hice bien!
Modelar lo que es y lo que hace otra persona, especialmente cuando es alguien que ha realizado sus sueños, es una de las estrategias de aprendizaje más eficaces y transformadoras. Observa, pregunta, analiza, adapta e incorpora en tu vida y en tu negocio aquello que pueda servirte para ser tu mejor versión cada día. Valora lo que posees y lo que eres, compártelo y disfrútalo.
Hace unos días, en una conversación informal mientras tomaba café con un amigo, me soltó una pregunta que originó esta reflexión que te comparto en estas líneas: “Álvaro, ¿qué es lo que has hecho bien para ser el número un durante tanto tiempo?”. Tengo que reconocer que me sorprendí al comienzo, porque no esperaba un interrogante como ese. Y me tomé un tiempo para responder.
Le conté que hace más de veinte años, cuando comencé a trabajar en internet, había muy poca competencia. Era mucha, pero mínima en comparación con la que hay hoy. Durante mucho tiempo, cometí el mismo error de muchos y asumí que esos otros actores del mercado eran mi competencia. Y me enfoqué en ganarles, en derrotarlos, en dejar claro que yo era el mejor.
¿Qué ocurrió? Algunas veces gané, sí, pero muchas otras perdí. Fue entonces cuando entendí que el mundo es un universo de oportunidades, que internet es un universo de oportunidades. Hay cientos, miles de oportunidades para todos, cada día. Si te obsesionas con los demás, si compites contra ellos, nada bueno obtendrás, aunque al final seas el número uno. Así, también perderás.
En cambio, si compites contra ti mismo, si percibes a los demás como fuente de aprendizaje y de inspiración, si los ves como una referencia de lo que debes hacer y de lo que no debes hacer, tu vida, tu trabajo y tu negocio lo agradecerán. Y, por supuesto, también tus clientes que son la razón de ser de tu actividad. Así te darás cuenta de cuán valiosos son los otros y de cómo pueden ayudarte.
Cuando me dije quiero ser como Dan Kennedy comenzaron a suceder cosas maravillosas en mi vida. Personas enriquecedoras, situaciones inolvidables, aprendizajes invaluables y más, mucho más. Entendí que debía admirar a los demás, no competir con ellos. Que la clave era aprender de los demás, no vencerlos. Aprendí a valorarlos por sus virtudes y a comprender sus defectos.
Cuando te enfoques en admirar y valorar a los otros, y dejes de competir, tu vida será mejor. Y, con tu ayuda, la de ellos, también. No llegamos a este mundo para competir, sino para construir. Por eso, olvídate de querer ser un ganador, olvídate de que la vida es una competencia. Recuerda que el mundo es un universo ilimitado de oportunidades: aprovéchalas, disfrútalas, compártelas…