La mayoría de las veces que fallamos en la consecución de un objetivo es porque asumimos que es un destino, cuando en realidad es el camino, el proceso. También, porque comenzamos sin contar con un plan y una estrategia o, peor aún, porque nos embarcamos en una aventura que no está conectada con nuestras pasiones y valores, con nuestros dones y talentos.

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Una de las razones más frecuentes por las que un negocio nuevo no consigue despegar es porque los objetivos que persigue no están claros o, peor aún, ni siquiera han sido formulados. Es como caminar en la noche en medio del bosque, con los ojos vendados y las manos amarradas. ¿A dónde crees que vas a llegar en esa situación? Lo más seguro es que te estrelles contra un árbol.

Sí, ese es, tristemente, el destino de esos negocios ciegos y maniatados. Lo más doloroso es que son muchos, demasiados, los emprendimientos que comienzan de esta manera. Sus promotores se enfocan en el producto que ofrecen, se obsesionan con el precio y se concentran en vender, pero se olvidan de aspectos básicos fundamentales: el cómo, el por qué y el para quién.

El problema se origina en una creencia equivocada: aquella de que un objetivo es un destino, de la misma manera que creemos que el éxito es un punto final. ¿Cuál es el error? Que cuando damos por cierta esa premisa, tan pronto alcanzamos el objetivo, tan logramos el éxito, nos invade una terrible sensación de vacío: ¿y ahora qué sigue? Es cuando podemos mirarnos en el espejo del deporte.

Sí, porque si hay seres humanos que trabajan en función de los objetivos son los deportistas. Por ejemplo, clasificar a los Juegos Olímpicos, establecer una marca personal o figurar en el podio del Campeonato Mundial. También puede ser ganar un torneo específico, alcanzar una cifra específica de goles o de jonrones, superar algún viejo récord o adueñarse del número 1 del ranquin mundial.

¿Qué es lo que podemos aprender? Que el objetivo es nada más una meta intermedia, un escalón. Por ejemplo, el tenista suizo Roger Federer, con 38 años, aún compite con espíritu de joven y, a pesar de que atesora 20 títulos de Grand Slam (más que ningún otro jugador), sigue esforzándose y sigue con hambre de victoria. Superó todos los objetivos que se propuso, pero quiere más.

¿Entiendes? Un objetivo es una disculpa, la excusa perfecta para poner en marcha un plan de superación, de adquisición de conocimiento, de experimentar nuevas sensaciones, de desarrollar otras habilidades o perfeccionar las que ya poseemos. Por eso, debemos entender que un objetivo no es ir del punto A al punto B, un viaje lineal, sino una carrera de obstáculos, toda una aventura.

Esa es la razón por la cual tantas personas abandonan a las primeras de cambio. Se trazaron un objetivo tan ambicioso, tan lejano a sus posibilidades, que tan pronto comenzaron el proceso se dieron cuenta de que no iba a llegar al punto previsto. Y, lo más doloroso, fue que tampoco se dieron la oportunidad de disfrutar el proceso, de aprender de los errores, de retar su capacidad.

Un claro ejemplo de ello es cuando comienzas una dieta. La mayoría de las personas no consulta a un especialista, como debería hacerlo, sino que siguen los consejos de un amigo, del amigo de un amigo o, simplemente, de una publicación que vio en internet. Tras dos o tres días de sufrimiento, desiste porque definitivamente eso no era lo que buscaban o porque querían resultados inmediatos.

Ese es un error muy común: las personas persiguen objetivos propios con estrategias ajenas. Como a tu prima o a tu amiga les funcionó la dieta, crees que a ti también te funcionará, y no tiene porqué ser así. Si la rutina de ejercicios en el gimnasio que practica tu pareja le da resultados positivos, la sigues al pie de la letra sin siquiera saber si es exagerada o conveniente para ti.

Moraleja: cuando te trazas un objetivo, tienes que formular un plan y diseñar una estrategia para alcanzarlo. La clave, sin embargo, es que ese plan y esa estrategia sean propios, que esa fórmula que empleas sea la tuya, no la de otro. Antes de comenzar, consulta con un experto en la materia y prueba: pon en práctica, mide resultados, valora, corrige, modifica, ajusta y pon en práctica otra vez.


Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

Un objetivo no es un destino, ni un punto en el horizonte, sino un propósito.


Por otro lado, necesitas programar tu mente para alcanzar el objetivo que te propones. ¿Eso qué quiere decir? Que si piensas que no puedes, ¡no podrás! Si piensas que no te lo mereces, ¡jamás lo lograrás! El poder de la mente es ilimitado, para bien o para mal. Entonces, si quieres conseguir algo, tu mente debe estar dispuesta, debe ser tu aliada incondicional, debe estar en modo positivo.

Pero, porque siempre hay un pero, no te olvides de lo negativo. Ojo, no quiero que te confundas o que me malinterpretes: piensa positivo y enfócate en lo positivo. Sin embargo, ten presente lo que ocurriría en tu vida si fallas en la consecución de ese objetivo: por ejemplo, si no rebajas de peso, cómo afecta tu salud; si no mejoras los resultados de tu negocio, cómo incide en el bienestar de tu familia.

En la vida, todo, absolutamente todo, tiene dos caras como una moneda. Por eso, necesitamos conocer los pro y los contra de cada situación, de acá aventura en la que nos embarcamos. Lo positivo sirve como motivación, mientras que lo negativo es una alerta que nos llama a ser precavidos, a no perder la perspectiva, que nos recuerda que siempre habrá dificultades.

Otro aspecto clave es que no te cases con los objetivos. ¿Entiendes a qué me refiero? Dado que la vida cambia constantemente, los objetivos también cambian, tienes que ajustarse a esa dinámica o, de lo contrario, serán inalcanzables o se volverán inútiles. Piensa en cuáles eran los objetivos de tu vida cuando eras adolescentes y en cuáles son ahora que eres mayor y tienes una familia.

Son distintos, ¿cierto? Aunque parezca algo sencillo, son muchas las personas que no lo asimilan y, por eso, se obsesionan con objetivos que formularon tiempo atrás. O, peor aún, con objetivos que trazaron para ellos sus padres cuando eran niños. “Tienes que ser abogado, como tu padres y como tu abuelo”, “Tienes que trabajar en la empresa de la familia”, “Cásate y forma una familia”.

Quizás en el momento en que esos objetivos fueron formulados tú estabas de acuerdo, pero con el paso del tiempo te diste cuenta de que tu pasión y tu vocación te llevan por un camino diferente. ¿Sigues atados a esos objetivos ajenos o persigues los tuyos? En la respuesta a esta pregunta radica la diferencia entre el grado de felicidad que alcanzaste o de la infelicidad que te agobia.

Un objetivo no es más que una excusa, solo una disculpa para avanzar en procura de lo que te apasiona, del propósito de tu vida. Recuerda: el objetivo es el camino, no el destino. Ese objetivo, además, debe estar conectado con tus pasiones y tus valores, también con tus dones y talentos. Y una vez que alcances un objetivo, formula uno más ambicioso y no olvides disfrutar la aventura…