La etapa inicial de un negocio, dentro o fuera de internet, es apasionante. Difícil, sí; estresante, sí; demandante, sí; exigente en muchos sentidos, sí. Pero, por encima de todo, apasionante. Encierra una variedad de experiencias que jamás se van a repetir, que tienen el sabor de la primera vez y que, sin duda, jamás olvidaremos.
Son tantas las tareas que un emprendedor debe asumir en esos momentos, tantos los recursos que requiere, tantas las ilusiones que están en juego, que no resulta difícil distraerse o perder la perspectiva. Más aún cuando las previsiones no se cumplen, cuando los números se tornan de color rojo y comienzan las grandes preocupaciones.
Las dificultades se juntan y sentimos que el mundo se nos viene encima. La consecuencia lógica es que nos vemos tentados a tirar la toalla, a renunciar a nuestros sueños, a dejar atrás aquello por lo que tanto luchamos. Es, entonces, el momento de detenernos, de tomarnos un respiro y pensar, pensar lentamente, en procura de una solución.
Como sicólogo y como emprendedor durante casi veinte años, sé que el origen de esos inconvenientes en la mayoría de los casos somos nosotros mismos. Es una triste y dolorosa realidad, ciertamente, porque a los seres humanos nos cuesta mucho aceptar que nos equivocamos, que no tenemos la razón, que nos autosaboteamos.
En la vida y en los negocios, uno de los aprendizajes más dolorosos, pero más necesarios, es aquel que nos enseña que los obstáculos que encontramos en el camino casi siempre los levantamos nosotros mismos. Miedos, prevenciones, la forma en que fuimos educados, malas decisiones, falta de conocimiento y mala asesoría nos llevan a ese incómodo estado.
Por supuesto, casi nunca aceptamos la responsabilidad. Más bien, proyectamos esos problemas en otros: que la competencia es muy dura, que la competencia es desleal, que el precio del dólar nos perjudicó, que la economía anda muy mal, que las políticas del gobierno son equivocadas, que el cambio climático nos afecta, en fin…
Es la feria de las excusas. ¿Y sabes por qué pasa esto? Porque vivimos de suposiciones. Sí, como dicen los jóvenes del siglo XXI, nos montamos unas películas de terror. Suponemos hechos que no son ciertos, que no se han dado y, peor aún, que nunca se van a dar. Sin embargo, en una especie de círculo vicioso, nos involucramos como si fueran verdad.
Cuando caigas en la tentación de las suposiciones, echa mano del niño
que hay en ti y pregunta: ¿Por qué?, ¿cuándo?, ¿por qué?, ¿cómo?,
¿por qué?, ¿dónde? No te montes películas y te evitarás mucho malestar.
Damos por hecho (suponemos) que nuestro producto es perfecto, que somos mejores que la competencia, que el mercado nos necesita, que los clientes nos van a preferir, que las estrategias que usamos son las más efectivas, que nuestros precios son los más adecuados… La lista, lo sabemos, puede ser mucho más extensa.
Una de las más dañinas manifestaciones de esas suposiciones que creemos que sabemos qué hay en la cabeza de los clientes. Sí, asumimos que sabemos qué piensa, qué siente, qué lo motiva, qué lo preocupa, qué lo ilusiona, qué lo limita… Y sobre esas suposiciones, que por supuesto son falsas, tomamos decisiones que guían nuestros actos.
Actuamos como si fuéramos videntes, como si pudiéramos leer la mente y el corazón de los demás, como si poseyéramos una infalible bola de cristal que nos permite adivinar todo sobre los demás. ¡Craso error, amigo mío! Esa es una actitud tóxica que nos genera múltiples conflictos, con nosotros mismos y con los demás, y da al traste con los sueños.
Suponer que lo sabemos todo, que tenemos la capacidad de meternos en la mente de los demás, es una actitud dañina que nos lleva a vivir una vida miserable, llena de amargura. Trasladada a los negocios, sus efectos pueden ser trágicos: dificulta enormemente la interacción con otras personas y nos impide ver lo que el mercado nos dice.
El problema más grave es que actuamos en conformidad con aquello que nos imaginamos, con esa película que creamos en nuestra mente. La reacción más común es que nos ponemos a la defensiva, empezamos a ver enemigos donde no los hay, nos enconchamos en nuestra triste realidad y les cerramos la puerta a quienes quieren y pueden ayudarnos.
¿Qué hacer?
Un cuadro clínico crítico, por supuesto. Es como si camináramos durante la noche, con los ojos vendados, por el borde de un risco: las probabilidades de caer al vacío, de perdernos en un profundo precipicio, son elevadas. Como no tenemos una explicación racional a lo que nos ocurre, entonces nos vamos por el camino más fácil: nos la inventamos.
Sí, echamos mano de la bola de cristal y creamos una realidad que nos convenga, una que nos satisfaga y, sobre todo, que nos libere de culpas. Mientras tanto, nuestro negocio navega en aguas turbulentas, al borde del naufragio. La razón es que a veces caemos en la tentación de creer que somos el centro del universo, cuando no es así.
Inseguridad, preocupaciones, miedos, complejos y decisiones equivocadas son, entonces, el menú que debemos tragarnos como consecuencia de esa actitud negativa hacia la vida. Si no somos capaces de salir de ese círculo vicioso, si no nos despojamos de esas pesadas cadenas, corremos el riesgo de echar a perder no solo nuestro negocio, sino la vida misma.
Cuando llegamos a este punto, solo tenemos dos opciones: rendirnos o reconocer el problema y darle solución. Lo primero es tirar la bola de cristal a la basura, es decir, dejar de hacer suposiciones y concentrarnos en lo que en realidad sucede. Debemos reconocer que no es cierto que sepamos qué piensan o qué sienten los demás. Así de claro.
Luego, tenemos que echar mano de una de las herramientas más poderosas de la que disponemos los seres humanos y que es muy útil para los emprendedores: la interacción. Sí, tenemos que salir de nuestra concha y preguntarles a los demás, preguntarle al mercado, quién es, qué quiere, cómo lo quiere, en qué momento lo quiere.
Cuando hagas eso, verás cómo el panorama, que estaba gris oscuro, se aclara paulatinamente hasta despejarse por completo. Y puedes ver la realidad tal cual es, no como te la imaginas. Verás tus errores, pero también tus virtudes, tu potencial, tus capacidades. Verás que estabas desperdiciando las oportunidades que te daba la vida.
Respaldados por esa ilusión que motiva nuestro sueño de emprendimiento, a veces nos dejamos llevar por lo que creemos, y tropezamos con esa piedra grande que son las suposiciones. Creer que tenemos una bola de cristal que nos permite saberlo todo es un grave error que, seguro, solo te traerá complicaciones en la vida y en los negocios.
El arte del éxito y de la felicidad en la vida y en los negocios, especialmente cuando eres un emprendedor, está en interactuar con los demás, en darte la oportunidad de conocer a los otros, de aprender de ellos. Solo así podrás sacar provecho de tu pasión, de tu conocimiento y de tu experiencia para servirle y compartir beneficios.