¿Qué es eso que haces cada día para que, cuando ya no estés en este mundo, quienes te conocieron te recuerden? Esta pregunta, que todos nos hacemos en algún momento de la vida, ronda por mi cabeza todo el tiempo. De hecho, te lo confieso, la respuesta está estrechamente conectada con mi propósito de vida, así que todos los días, sin falta, lo renuevo.
Parto de la idea de que todos, sin excepción, vinimos a ayudarnos los unos a los otros. Estamos en este mundo porque nos ha sido encomendada una misión específica. Es la razón, también, por la cual la vida nos regala el tesoro de nuestros dones y talentos, del conocimiento, las experiencias y, en especial, el aprendizaje de los errores. Es parte de un plan maestro, de un plan perfecto.
En mi caso, y siguiendo los genes que me transmitió mi madre, la señora Julita, esa misión es la de servir a otros. Intenté hacerlo a través de la sicología, la carrera que estudié en la universidad, pero las circunstancias me llevaron por otro camino. ¿Cuál? El del marketing digital. Que por ningún lado aparecía en mi radar, pero que se convirtió no solo en mi trabajo, sino en mi estilo de vida.
Desde hace más de 26 años, entonces, dedico todos mis esfuerzos, todas mis energias, mis recursos y el tesoro de mi conocimiento y experiencias, para ayudar a otros, para servir a otros. La vida me ha concedido el privilegio y la responsabiliad de guiarlos, de orientarlos, de compartirles lo que sé y, sobre todo, lo que he aprendido. Es una aventura apasionante que disfruto al máximo.
Lo disfruto y, además, procuro cada día avanzar en el propósito que me he fijado. No sé cuánto tiempo me queda en este mundo, pero anhelo que cada minuto contribuya a construir mi legado. Que nada tendrá que ver con lo material: sueño con dejar una huella positiva, una semilla fértil, en el corazón de las personas que me conceden el privilegio de ser parte de su vida, de sus negocios.
Hace unos días, cuando el mundo conoció la noticia del fallecimiento del empresario Giorgio Armani, estas reflexiones se activaron en mi mente. No soy un seguidor de la moda, hago caso omiso de sus tendencias, pero por supuesto como emprendedor no puede pasar por alto la huella que este médico frustrado, nacido en Piacenza (Italia) hace 91 años, dejó en este planeta.
Nació en una modesta familia y desde muy pequeño supo qué era la escasez. Desde niño, se acostumbró a lo básico, a sacar el máximo provecho de lo que tenía. Su madre fue la influencia que lo marcó, pues le enseñó el valor de la discreción, de la sobriedad y, en especial, la importancia de estar siempre impecable. Estos valores fueron los tres pilares sobre los que construyó su legado.
Ingresó a la facultad de Medicina, pero su intención de ser médico se diluyó pronto. ¿Cuándo? En el momento en que consiguió un trabajo en la cadena Los Rinascentes, de Milán. Allí fue donde, de la mano del empresario y estilista Nino Cerruti, descubrió su pasión por la moda, por la elegancia, por el servicio. Cerruti, uno de los referentes de la moda, lo convirtió en su mejor discípulo.
Sin embargo, Armani presentía que estaba para algo más que eso. Entonces, en 1975, junto con Sergio Galeotti, su socio, y la colaboración de Irene Pantone, creó su propia marca. Desde sus inicios, se preocupó por mantenerse distante de las grandes marcas, las de gran lujo, y trabajó por construir una marca diferente. “Solo mantendré mi autonomía si tengo independiencia”, decía.
Y marcó el camino que iba a seguir: “mis decisiones son reflejo genuino de mi creatividad y responden únicamente a las necesidades de mis clientes”, aseguró. El resto fue trabajar con disciplina, tesón, un alto estándar de exigencia y una dosis de liderezgo. Además, siempre se destacó por la coherencia de sus valores, algo que sus colegas y competidores le reconocían y admiraban.
Con sus ideas, primero revolución la moda masculina, que siempre se había manejado por los mismos patrones. Armani no solo introdujo cortes más ligeros (sin perder la elegancia), sino también, nuevos materiales que, en ese momento, fueron innovadores. Llegó a la cima en los 80, cuando vistió al actor Richard Gere en su icónica representación en la película American Gigolo.
El siguiente paso fue cambiar los estándares de la moda femenina con el concepto power suit. Redefinió la silueta para la mujer profesional, renovó códigos añejos y expandió su influencia a las nuevas generaciones, que adoraron sus creaciones. Forjó lo que el mundo conoció como la filosofía Armani, que a través de sus discípulos, enseñanzas y creaciones, constituye su legado.
De él se desprenden estas lecciones que los emprendedores podemos (y debemos) aprovechar:
1.- La sobriedad.
Vivimos la era del ruido estridente, de la histeria colectiva. Dentro y fuera de internet, el que más alce la voz, el que más payasadas realice, el que no sienta temor de hacer el ridículo, es el más visible. Armani pregonaba justamente lo contrario: priorizó lo esencial, lo básico, tanto porque eran sus valores como una manifestación de rebeldía. demostró que los excesos no son lujos.
2.- La coherencia.
En la moda, en el marketing o en cualquier actividad de la vida, este es un pilar fundamental. Más en estos tiempos en los que todo es camaleónico, todo se transforma según las circunstancias o las conveniencias. Armani se resistió a las modas pasajeras y apostó por lo perdurable. Aún en los momentos de dificultad, que por supuesto no faltaron fue fiel a sus principios, jamás los traicionó.
3.- La independencia.
Hoy, tristemente, todos quieren parecerse a otros. La autenticidad es un valor venido a menos. Las marcas (empresas y personas) están pendientes de lo que hace la competencia para copiarlo tan pronto como sea posible. El mercado, está saturado de más de lo mismo, y por eso es también el caldo de cultivo de los vendehúmo. Ser independiente, ser distinto, ser único, es la clave.
4.- El silencio como norma.
Armani fue cero estridencias y, más bien, dejaba que su trabajo y sus creaciones hablaran por él. Y, por supuesto, decían mucho de su talento, de su creatividad, de su atrevimiento, de su pasión, de su vocación de servicio. No era de mostrarse en público, de hacer declaraciones polémicas o de lucirse ante los medios de comunicación. Eran estos, más bien, los que hacían eco de su labor.
5.- La atemporabilidad.
En el afán por volverse millonarios, por convertirse en figuras mediáticas, muchos se enfrascan en la aventura de crear algo que marque historia. Armani eligió otro camino: creaciones sencillas, pero con sentido, con propósito, que perduraban en el tiempo. En marketing, lo sencillo muchas veces produce mayor impacto que lo complejo, que lo que luce por fuera, pero carece de valor.
6.- El dinero.
“Yo no trabajo por dinero; el dinero llega porque trabajo”, solía decir Armani. Por supuesto, se trata de trabajar bien, con paciencia, con un sistema efectivo, con tolerancia al error, sin afán. El dinero es una consecuencia directa del impacto que estés en capacidad de producir en la vida de otros con tus productos o servicios. Enfócate, entonces, en servir más, en servir a más, en servir mejor.
7.- Amplía el horizonte.
Expande tus límites, que la vida te ha regalado conocimiento y experiencias increíbles, un tesoro a través del cual puedes ser vehículo de la transformación de otros, de muchos. No te limites a un solo producto, a una sola línea, a una sola fuente de ingresos. Armani también incursionó en la gastronomía, en los bienes raíces, en la arquitectura y en las causas benéficas y solidarias.
En 2016, cuando ya había superado la barrera de los 80 años, creó la Fundación Giorgio Armani. Marcó dos objetivos: garantizar la ordenanza estable de su emporio y financiar proyectos sociales. Durante la pandemia del COVID-19, convirtió sus talleres en fábricas de batas para médicos. Además, donó más de 2 millones de euros a hospitales de su país, uno de los más golpeados por el virus.
Nunca se casó, tampoco tuvo hijos y su único arrepentimiento público fue haber dedicado demasiado tiempo a su trabajo en detrimento de su familia y amigos. Se entregó de lleno a su trabajo, a su obra, a su legado. Cultivó y prácticó unos principios y valores que lo hicieron único e inolvidable. Como si se tratara de una película, murió el hombre, pero ahora comienza el mito.
¿Qué es eso que haces cada día para que, cuando ya no estés en este mundo, quienes te conocieron te recuerden? El día que tengas la respuesta a este interrogante, aunque no te des cuenta, habrás comenzado el camino de la aventura más increíble que la vida te pueda ofrecer. A partir de ahí, se trata de disfrutar el proceso, de ser fiel a tus convicciones, de servir con pasión.
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