Una de las principales fuentes de infelicidad, una de las razones por las cuales los seres humanos, en general, casi nunca estamos conformes con lo que la vida nos da es que asumimos la vida como una competencia. Nos obsesiona la idea de ser mejores que los demás (que todos), tanto como aquella de ser los primeros en lo que hacemos.

Lo primero que te puedo decir es que si bien es una característica intrínseca del ser humano, la manifestación es una actitud aprendida. Por instinto de supervivencia, porque queremos mejorar y superarnos, todos incorporamos un espíritu competitivo, pero distinto de aquella obsesión mencionada. Repito: la ansiedad por ser mejores es modelada.

Piensa esto: nunca has visto un bebé que quiera ser mejor que otro; quizás, si percibe que le prestas más atención a ese otro que a él se las arreglará para que te enfoques en él, pero esa no es una competencia, sino una reacción instintiva. Más bien, son empáticos y se muestran muy abiertos a compartir (no a competir) con otros, si los ven tristes.

Eso de ser competitivos es un comportamiento adquirido a partir del ejemplo de nuestro entorno cercano, en principio, y de la prédica de las personas que más influencia ejercen sobre nosotros en esos primeros años. En especial, la familia, los maestros y los amigos. Mensajes que en teoría son inocentes, pero que en la práctica son dinamita pura.

“Tienes que ser mejor que tu hermano”, “No puedes dejar que tu amigo te gane”, “Tú eres la más linda”, “Los (apellido que quieras) somos los mejores” y muchos otros más. Aquí, el que esté exento de pecado, ¡que tire la primera piedra! Nadie, absolutamente nadie, es ajeno a estos mensajes, a emitirlos y a recibirlos, porque son parte del acervo cultural.

Es decir, para cambiar el resultado primero habría que cambiar la causa, el detonante. O, en otras palabras, lo que les enseñamos a nuestros hijos en casa y lo que aprende de los maestros en el colegio. ¿Posible? Me encantaría que se diera, pero la verdad no creo que se dé. Sin embargo, pienso que cada uno de nosotros, tú y yo, sí podemos cambiar.

Y, quizás lo sabes, soy un convencido de que los pequeños cambios, esos que para la gran mayoría son imperceptibles, son los que producen las grandes transformaciones. Y además hay que ir paso a paso, porque como bien dice el dicho “Roma no se construyó en un día”. Una premisa que, tristemente, la mayoría de los empresas y emprendedores no aprende.

¿Por qué? Porque están lanzados a una carrera loca en la que la histeria colectiva es el combustible. Y se obsesionan con los resultados a corto plazo, sin proceso, sin paso a paso. Malinterpretan la inmediatez, esa maravillosa característica de la tecnología, y lo quieren todo al instante o, de otra forma, están involucrados en una competencia permanente.

Y lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que al final, extenuados, sin fuerzas, rendidos, nos damos cuenta de que no hay ganadores, solo perdedores. Ser primero o ser el mejor, como tantos pregonan no te garantiza resultados. De hecho, hoy es más probable que te genere el rechazo del mercado, en virtud de la desconfianza producto de la infoxicación.

Lamentablemente, el ecosistema digital es una jungla infestada de especies tóxicas como los expertos (los sabelotodo de antes), gurús y, los peores, los depredadores que prometen la riqueza exprés (que ellos no disfrutan, claro). Por eso, es importante entender que si bien la esencia del mercado es la competencia, debes aprender cuál carrera es para ti.

Para explicarme, voy a referir a un experimento que se realizó entre unos galgos y un guepardo. ¿El objetivo? Determinar cuál de las dos especies es más veloz, dado que se da una confrontación entre las versiones. Lo que sucedió, ante la sorpresa de los asistentes, fue realmente insólito y nos ofrece un poderoso mensaje que quiero transmitirte.

Cuando se abrieron las jaulas, en el punto de partida, fieles a su instinto los galgos empezaron a correr. Inesperadamente, el guepardo continuó echado, impasible. Los galgos corrieron con todas sus fuerzas y cruzaron la meta sin percibir lo que había sucedido, mientras que el guepardo no se inmutó. Como tal, el experimento había sido un fracaso.

¿Por qué? Porque no se pudo establecer cuál de las dos especies era más veloz. Entonces, el foco de la atención se trasladó al coordinador de la carrera, a quien se pidió explicación. Sin perturbarse, con la misma tranquilidad del guepardo que seguía en su jaula, ofreció una respuesta magistral: “A veces, intentar demostrar que eres el mejor es un insulto a tu autoestima”.


galgos-guepardo

Los galgos corren porque esa fue la misión que les estableció la naturaleza. Lo hacen por instinto.


Todos los días, sin excepción, veo la loca carrera, la competencia desbocada del mercado. En especial, de los más nuevos, de los que poco conocen de las entrañas del ecosistema digital, los que se dejan llevar por quienes alientan su espíritu competitivo. Al final, estas personas se rinden, tiran la toalla rápido, confundidas y desoladas. ¡Todas perdieron!

Si tú eres uno de los galgos del mercado, ¡no te preocupes! Todos, absolutamente todos, en algún momento lo fuimos. De hecho, te lo confieso, aún recuerdo lo cansado que quedaba luego de cada una de esas carreras. Hasta que entendí que ese no era el camino, ese no era mi objetivo: sí, quería tener éxito, pero no si debía pagar un precio tan alto.

¿Por qué? Porque lo que estaba en juego, más que el futuro de mi emprendimiento, era mi salud. La física y, sobre todo, la mental. Esa obsesiva carrera se convierte en un silencioso y peligroso enemigo que mina tu salud, que agota tus fuerzas, que te distrae y te lleva por un camino muy distinto del que esperas transitar. Y, por supuesto, no consigues resultados.

Ahora, regresemos al ejemplo de los galgos y el guepardo. ¿Sabes por qué este no corrió? Porque sabe que es más veloz. No necesita demostrárselo a nadie. Además, porque él, a diferencia de los canes, no corre por deporte: solo lo hace cuando debe ir tras su presa, cuando está de caza, cuando tiene hambre. Así fue como la naturaleza lo programó.

Al guepardo, por si no lo sabes, se le considera el animal más rápido del planeta. Puede alcanzar los 105 kilómetros por hora y, algo extraordinario, puede incrementar en 10 km/h su velocidad en un solo paso. Asombroso, ¿cierto? Y no solo eso: es muy fuerte y posee una agilidad que le permite realizar bruscos cambios de dirección a gran velocidad.

Algunas investigaciones determinaron que su zancada es ligeramente superior a la de los galgos. Un dato ilustrativo: a 32 km/h, el guepardo realiza 2,4 pasos por segundo, pero si la velocidad aumenta a 61 kilómetros, da 3,2 pasos por segundo, que representa un avance de 29 metros por segundo. ¿Y los galgos? Avanzan 18 metros por segundo, sin importar la velocidad.

Cuando eres un empresario pequeño, un emprendedor o un profesional independiente que monetiza su conocimiento debes actuar como el guepardo. Utiliza tus energías, tus recursos, tus herramientas, tus dones y talentos, en lo que realmente vale la pena: en la subsistencia de tu negocio o proyecto. No corras detrás de todos los clientes, ¡atráelos!

No te involucres en esa loca carrera en la que compite la mayoría del mercado. ¿Sabes a cuál me refiero? A la de intentar demostrar su valía, que su producto o servicio es el mejor, que es más de lo que la competencia ofrece. Por lo general, terminan en uno de los peores escenarios posible: el de competir por precio, por lo bajo, algo que los lleva a la ruina.

Más bien, te propongo, te invito a que enfoques tus esfuerzos, tus estrategias, en mostrar el valor que estás en capacidad de aportar. En palabras sencillas, configura un mensaje que te permita demostrarle al mercado que entiendes cuál es su problema (dolor) o deseo y que puedes solucionarlo o satisfacerlo. Confía en ti, como hace el guepardo.

En el marketing necesitas más un habilidoso pescador que sabe qué carnada lanzar y en dónde para que la pesca sea abundante, que una hiena hambrienta que persigue a todas las eventuales presas y muchas de ellas se le escapan. Tienes que ser más el guepardo que sabe cuándo vale la pena pararse y correr que los galgos que viven para eso, para correr.

No malgastes tu tiempo, tu energía y tus recursos en personas que no están interesadas en lo que ofreces o, quizás, que no lo necesitan (no ahora, al menos). Enfócate en las que puedas ayudar HOY, con los recursos de que dispones. Más adelante, es probable que esas personas soliciten tu ayuda y tú estás mejor preparado, armado con mejores recursos.

Una última reflexión: los galgos del mercado solo saben correr porque su objetivo es ganar dinero, tanto como puedan, tan rápido como puedan. Los que somos guepardos, mientras, podemos darnos el lujo de elegir qué carrera correr y, además, nos mueve el propósito de servir, de ayudar a otros a través de nuestros conocimiento, dones y talentos.

Moraleja: “No malgastes tu tiempo y energía intentando demostrarles tu valía a personas que sencillamente no tienen la capacidad de apreciar tu valor”. En Colombia, decimos “No bote pólvora en gallinazos”, que significa que no tiene sentido salir a dispararles a las aves carroñeras. El día que seas más selectivo en las competencias en que te involucras, tu opción de triunfo se incrementará.


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