Con más de 38.000 víctimas mortales por cuenta del COVID-19 en el mundo, el autocuidado y el encierro voluntario y preventivo nos dejan grandes enseñanzas. Acá en Estados Unidos, quizás lo sabes, el gobierno todavía no implementó las medidas restrictivas que operan en muchos países, en especial de Latinoamérica, pese a ser el territorio con mayor número de contagiados.

Puedo salir, pero me da miedo. ¿Vale la pena exponerse? ¿Es algo tan decididamente inaplazable lo que debo hacer que no puede esperar? ¿Tiene sentido que me exponga y arriesgue la salud de mi familia? ¿Soy incapaz de aportar algo de conciencia y dar ejemplo, como padre y como ciudadano, para que esta caótica situación no empeore? No a todas las preguntas anteriores.

Si sigues con atención el contenido de valor que publico semanalmente en este blog y otros canales digitales, sabrás que hace unos días me casé y poco después de cambié de casa. Entonces, supondrás que he estado bastante ocupado, entre otras razones porque mis actividades laborales no se detienen, no se pueden detener. ¿Por qué? Porque entiendo que mis clientes me necesitan.

Como sicólogo de profesión, sé perfectamente que una crisis como esta es uno de los peores escenarios que puede enfrentar el ser humano. Aunque te prepares, aunque hagas tu mejor esfuerzo, aunque diseñes y pongas en práctica un plan de contingencia, siempre será difícil. Sin embargo, no tiene porqué ser un tormento, un sacrificio o una circunstancia que te supere.

Cuando tú organizas tu casa, tu habitación o tu oficina, siempre te das cuenta de cuántas cosas inútiles, o que ya no usas, habías acumulado. Es por cuenta del apego, que provoca que nos atemos a las cosas, a las personas, a los ambientes, sin pensar si nos hacen bien o, por el contrario, son una de las razones por las cuales nuestra vida no avanza y no logramos los resultados esperados.

Las crisis, lo he mencionado en otras ocasiones, son una excelente oportunidad si las sabes capitalizar. ¿Oportunidad para qué? Para lo que quieras, para lo que seas capaz de cambiar en tu vida. Esta crisis provocada por la epidemia global nos ha enseñado que, más allá de las diferencias, del país, de la edad, de la actividad a la que te dedicas o del dinero que posees, todos somos iguales.

Hombres o mujeres; jóvenes, adultos o adultos mayores; cristianos, musulmanes, protestantes o ateos; republicanos o demócratas; latinos o europeos; ricos o pobres, todos, absolutamente todos, hemos sido afectados por el COVID-19. Han sido contagiados deportistas, políticos, ciudadanos comunes y personal médico, también justos y pecadores, honestos y bandidos. ¡Nadie se salva!

No hay diferencias y todos somos vulnerables, en especial si no nos cuidamos, si no somos responsables y conscientes. Además, no nos están pidiendo algo que sea imposible de cumplir, más allá de que el encierro sea una experiencia para muchos desagradable. En mi caso, dado que paso la mayor parte del tiempo en casa por mi trabajo, ese no ha sido un factor de incomodidad.

Más bien, ha significado una cantidad de beneficios inesperados que valoro y agradezco. ¿Como cuáles? Por ejemplo, el placer de compartir el desayuno en familia, con mi esposa y nuestros hijos, sin que sea un fin de semana. Por ejemplo, sentarnos a jugar algún juego de mesa, como las cartas, y reír a carcajadas, retarnos y gozarnos la situación como cuando éramos niños.

Cada uno enfrenta esta realidad como quiera. Algunos se amargan, se dejan llevar por las emociones y permanecen irascibles en el encierro o en medio de las limitaciones. Otros, en cambio, intentan aprovechar el tiempo y cambiar la rutina, adquirir hábitos y desarrollar habilidades que seguramente abandonarán tan pronto esto termine y volvamos a la realidad.


Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

Casa nueva, vida nueva: en medio de la emergencia, la familia se instala en su nuevo hogar.


Despertar y ver a toda la familia en casa, preparar el desayuno juntos, compartir la mesa en familia durante las comidas, hacer juegos en los que todos estemos involucrados y acostarme tranquilo porque estamos seguros son bendiciones, momentos simples, que le agradezco a esta crisis.


El problema es que no se dan cuenta de que la que estamos viviendo, en medio del caos, del pánico y de la histeria colectiva, es la realidad. La vida de ninguna forma es un camino recto y plano, sino una montaña rusa o también una estrecha trocha al borde de un acantilado. El problema es que hay muchos que son reacios a estos escenarios, que no quieren salir de su zona de confort.

No soy un cocinero experto, pero me doy el gusto de preparar algunos platos deliciosos. Que, por supuesto, saben mucho mejor cuando en el proceso de la preparación participan tus hijos, a pesar de que la cocina termine patas arriba. En casa pregonamos una vieja premisa que aprendí de los abuelos: “el que ensucia, lava”, así que la alegría y la aventura son por partida doble.

Así mismo, hemos aprovechado para cultivar las rutinas: hay un tiempo para todo. Para dormir, para jugar, para comer, para conversar, para estudiar, para ver la tele, en fin. Además, cada uno tiene su espacio, sus gustos, sus momentos (buenos y malos) y hay que comprenderlos y respetarlos para que la convivencia sea sana. Y también se puede pelear y discutir, por supuesto.

En la frenética rutina del día a día, aquella feroz carrera a la que estábamos acostumbrados hasta que esta epidemia nos obligó a detenernos, a reflexionar, a repensar la vida, ver a tus hijos, compartir con ellos, disfrutarlos, verlos crecer, es un lujo. Acaso por ratos puedes hacerlo, pero ahora están contigo 24/7: yo lo interpreto como una bendición, como un mensaje de la vida.

El problema es que nos comimos el cuento de que aquella carrera loca en la que estábamos involucrados hasta hace unos días era la vida, y no es así. A pesar de las restricciones, de las incomodidades, elijo una y mil veces esta en la que estoy con mi familia, con los que más quiero. He redescubierto el valor de lo simple, de los momentos sencillos, de las experiencias enriquecedoras.

Preparar el desayuno, lavar la ropa, ordenar el cuarto, hacer un poco de ejercicio y muchas otras actividades sencillas que dejamos pasar inadvertidas en el día a día se convirtieron en una genial y deliciosa aventura en familia. Despertar cada día y ver a la familia reunida y acostarte con la tranquilidad de todos están bien es una dicha que no se puede pagar con todo el oro del mundo.

Esta situación de emergencia terminará tarde o temprano y estoy seguro de que la vida no volverá a ser como antes. Es un punto de inflexión, un punto bisagra, un antes y un después que cada uno aprovechará o utilizará de distintas formas. En mi caso, valoro, aprecio y agradezco el hecho de disfrutar de mi familia, de comprobar cuán generosa es la vida conmigo, cuán rico soy en verdad.

Los seres humanos nos obsesionamos con la idea de ser felices, pero nos equivocamos. Por un lado, creemos que es un fin, un resultado, cuando de lo que se trata es de disfrutar el proceso. Y, por otro, estamos convencidos de que el éxito y la felicidad están en el trabajo, en los bienes que poseemos, en la posición que ocupamos, pero la verdad es que están en el valorar lo simple.

He cometido muchos errores en mi vida y pagué un alto precio por algunos de ellos. He fracasado muchas veces y sufrí para superarlos. He desaprovechado muchas oportunidades y después me arrepentí. He sido traicionado muchas veces y, aunque dolió, después lo agradecí. Por eso, esta crisis la asumo con actitud positiva, con ánimo de aprendizaje y como un mensaje de la vida.


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Cocinar juntos es una de las actividades que compartimos en estos días, igual que jugar.


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Un rato de entretenimiento: ¡a mover el cuerpo!


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Es hora de estudiar: esa también es parte de la disciplina.


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Las responsabilidades son una prioridad: hay tiempo para todo.