Esa noche, la del domingo 28 de octubre, el teléfono no sonaba desde Punta Cana (República Dominicana) como lo había hecho en las anteriores. Durante toda esa semana, me había comunicado repetidamente con mi amigo y discípulo Emil Montás, que estaba al frente de su Convención de Emprendedores Inmobiliarios, que en esta ocasión reunió a 220 participantes.
Aunque estábamos separados por más de 1.700 kilómetros, la distancia lineal que hay entre Sarasota, donde vivo, y el paraíso localizado al extremo oriente de la isla del Caribe, sentía como si estuviera allí en el Centro de Convenciones del Barceló Bávaro Palace Deluxe, el lugar donde se llevó a cabo el evento. Emil me mantuvo al tanto de lo que ocurría, y la verdad lo disfruté mucho.
Cuando uno de mis alumnos está en un lanzamiento o en un evento como este, me siento como el padre ansioso e impaciente a la espera de noticias de su hijo, que está presentando una entrevista de trabajo, o que fue a la universidad para saber si fue admitido. Si eres padre, estoy seguro no solo de que me entiendes, sino también de que compartes y has vivido estas mismas emociones.
Un caso de éxito, un discípulo que vence sus miedos y conquista sus sueños es la razón de ser de un mentor, la esencia de su vocación. Si bien ser emprendedor es un negocio y nos interesa la retribución económica que recibimos (además, la necesitamos), la motivación para seguir adelante es ver cómo tus alumnos se convierten en un feliz caso de éxito, como lo hizo Emil Montás.
De eso vivimos. Cada vez que vendemos un curso, un producto, un programa, una conferencia, lo que nos llena de alegría es saber que algún alumno se transformó en un caso de éxito. Y la mayor motivación es que gracias a los conocimientos que le brindamos cambió su realidad, la de su familia, mejoró su economía y, lo más importante, que está ayudando a otros a hacer lo mismo.
La marvilla de un caso de éxito es que se convierte en un agente multiplicador: el éxito se replica aquí y allá, inclusive en personas que no conocemos, que están lejos de nuestro alcance. Cuantos más casos de éxito tenga un mentor, mucho mejor, porque quiere decir que el trabajo que en algún momento comenzamos con esa persona no se quedó ahí, sino que trascendió.
Cada vez que una persona se acerca a mí porque quiere aprender lo que estoy dispuesto a enseñarle, porque ha escuchado que otras personas han transformado su vida gracias al conocimiento adquirido, sueño con que se convierta en un caso de éxito. Sin embargo, la experiencia me ha demostrado que, a la hora de la verdad, no todos pueden ser un caso de éxito.
¿Por qué? Porque solo unos pocos poseen la característica fundamental para transformarse en un caso de éxitos. ¿Sabes cuál es? La capacidad para pasar a la acción. No basta con que esa persona sea un estudiante disciplinado, con que esté interesado en aprender, con que compre todos tus cursos o asista a todos tus eventos virtuales o presenciales. Si no pasa a la acción, de nada sirve.
Es importante que se deje guiar, que se deje llevar de la mano, que esté interesado en aprender. Sin embargo, lo importante, lo que en verdad marca la diferencia entre un alumno más y un caso de éxito es que esté dispuesto a pasar a la acción, que pueda aplicar lo que se le enseñó. Y que lo pueda llevar un paso más allá, es decir, transmitirlo a otras personas y multiplicar el efecto.
Los casos de éxitos son emprendedores que no se dan por vencidos, que se capacitan constantemente, que tienen la humildad para reconocer que no se las saben todas y, por eso, deciden contratar a un mentor, a un guía, a una persona que les ayude. Son personas con mentalidad abierta, dispuestas a asumir retos y responsabilidades, capaces de vencer sus miedos.
Es imposible garantizarle a una persona que va a ser un caso de éxito: eso no depende del mentor, sino de su trabajo, su disposición al aprendizaje, su inversión y su capacidad para pasar a la acción. Lo bueno es que cualquiera lo puede conseguir.
Mi amigo Emil Montás es claro ejemplo de ello. Cuando nos conocimos, hace ya casi 10 años, él pertenecía al mundo de los negocios offline, como asesor inmobiliario. De hecho, no sabía que se podían vender propiedades por internet y no creía que fuera posible hacerlo. Sin embargo, confió en lo que le decía, estudió con disciplina y, lo mejor, aplicó lo aprendido en su industria.
Lo importante fue que aprendió de sus errores, y esa es la característica que distingue a los emprendedores exitosos de aquellos que nunca llegan a serlo. Un caso de éxito es una persona a la que no le da miedo pasar a la acción, que sabe que puede cometer errores y les da la bienvenida, porque entiende que de allí surge el aprendizaje que le permitirá marcar diferencias.
Generalmente, cuando alguien contrata un coach o un mentor es porque está en el punto A y quiere llegar al punto B, y entiende que esa persona lo puede ayudar a que esa transición sea no solo más rápida, sino también menos traumática. Emil lo entendió desde el comienzo y, por eso, el trabajo con él siempre fue muy positivo y productivo. Su actitud y disposición fueron excelentes.
Esto es muy importante, porque a veces una persona le paga a un mentor y cree que este lo va a llevar de la mano al éxito, a la riqueza, a la fama, y no es así. Se trata de un trabajo conjunto, de una construcción en equipo, pero el mejor mentor del mundo nada puede hacer si esa persona no aporta lo suyo: trabajo, disciplina, constancia, perseverancia y, sobre todo, pasar a la acción.
El trabajo del mentor consiste en aportar su experiencia y conocimiento, también sus recursos y herramientas, para que esa persona vea las cosas desde una perspectiva diferente, para que aprenda las estrategias que después puede adaptar y aplicar en su negocio, en su industria. Eso fue, precisamente, lo que hizo Emil, por eso me causa tanta alegría que haya logrado su meta.
Lo que los emprendedores deben entender, y esto es algo que les digo con frecuencia, es que la rueda ya fue inventada: no necesita ser reinventada. ¿Esto qué significa? Que el camino más seguro (no más corto) y más efectivo para llegar a donde quieren estar es seguir las enseñanzas de un mentor que ya recorrió ese camino, que ya superó esas dificultades, que ya es exitoso.
Después de que había superado varias etapas del proceso de aprendizaje, Emil quiso retribuir lo que había aprendido y decidió invertir en alguno de mis eventos. Compró el tiquete, viajó, asistió y a partir de ese momento no solo afianzamos una relación profesional, sino que cultivamos una personal que ha sido el punto de partida de momentos muy especiales que hemos compartido.
Uno de ellos, aquella noche del domingo 28 octubre cuando sonó mi teléfono y escuché la voz de Emil Montás, visiblemente emocionado, dándome el parte de su Convención de Emprendedores Inmobiliarios. Fue una corta conversación ya no entre mentor y discípulo, entre maestro y caso de éxito, sino entre dos amigos que un día emprendieron una aventura y la coronaron felizmente.