La irrupción de internet, a mediados de los años 90, y su masificación, en la primera década de este siglo XXI, rompieron uno de los más antiguos paradigmas de la humanidad y empoderaron y visibilizaron al consumidor. Una increíble revolución que todavía no termina y cuyos efectos, sin duda, en algunos ámbitos se desbordaron: las redes sociales son un claro ejemplo de ello.
Está claro que la tecnología es algo maravilloso, que nos cambió la vida de una forma positiva y nos permitió hacer realidad cosas que antes solo veíamos y soñábamos gracias a las películas de ciencia ficción. Sin embargo, cada día es más claro que esa meteórica irrupción de la tecnología en la vida diaria adolece de grandes problemas básicamente por el precario conocimiento del usuario.
Hoy, hasta un niño puede hacer uso de eso que llamamos un teléfono inteligente, aunque el uso que él le dé no sea inteligente. Una de las manifestaciones más claras de esto es la guerra verbal que se vive todos los días, todo el día, entre diferentes usuarios de la red. Insultos van, insultos vienen; agresiones van, agresiones vienen; amenazas van, amenazas vienen…
Es mucho lo que se destruye y muy poco lo que se construye. Basta que publiques un post o que hagas un comentario para que, de inmediato, te lluevan las críticas, las agresiones, los insultos, las amenazas. Es la feria de las vanidades, el desborde de los egos y de las envidias. Una tendencia perversa a la que todos estamos expuestos y, lo peor, en la que muchos caen una y otra vez.
En este campo de batalla virtual, con un cliente caprichoso que cambia de opinión y de hábitos con frecuencia, cada día es más difícil atraer su atención. Y más difícil todavía es conseguir que nos elija a nosotros y no a la competencia. Que, por cierto, es abundante y, en algunos casos, muy buena. Por eso, cada día, todos los días, hay que luchar por obtener la preferencia del mercado.
Y cada uno escoge el camino que más le gusta, el que domina, aquel en el que se siente más cómodo. Algunos se inclinan por bombardear a sus clientes con decenas de correos que llenan la bandeja de entrada sin que estos si quiera les den una mirada. Otros se enfocan en vender a la brava, es decir, en hacer ofertas sucesivas, sin ton ni son, que solo sirven para incomodar al cliente.
Hay quienes se enfocan en hablar de sí mismos, de sus hazañas, de sus logros, de unas cifras que la mayoría de las veces no tiene sustento real. Hablan de las características poderosas y milagrosas de sus productos y prometen la solución ideal para cualquier problema. Ah, por supuesto, también tienen la llave de la riqueza exprés, esa que se da de la noche a la mañana, por arte de magia.
Finalmente, estamos los demás, una minoría, que nos enfocamos en aportarle valor al mercado. Todas y cada una de las estrategias que implementamos y ponemos en práctica está diseñada para nutrir a nuestros clientes con conocimiento, con experiencia, con herramientas y con recursos que les permitan no solo solucionar ese problema que les inquieta, sino también transformar su vida.
Una de las premisas que hay que aprender, tanto para la vida como para los negocios, es que no hay una fórmula perfecta, no hay una sola vía: cada uno escoge el suyo, cada uno hace camino al andar. Otra premisa es que cada uno cosecha lo que ha sembrado, así que no esperes que broten manzanas si sembraste maleza. Eso es especialmente cierto en el uso (o abuso) de internet.
El narcisismo, aquel vicio de hablar solo de ti y nada más de ti (y de tu producto),
es un grave y común error en el mundo digital. Enfócate en aquello que le brinda
bienestar a tu cliente, en cómo puedes solucionar el problema que lo inquieta.
Porque es pertinente aclarar algo: no se trata solo de las redes sociales, que ciertamente son muy mal utilizadas por la muchos de los usuarios, sino de la red en general. Porque también hay blogs y hay webs empresariales que, literalmente, son penosas. Son una loa al narcisismo, uno de los defectos más feos del ser humano y también uno de los errores más graves en el universo digital.
¿Cuál es el origen de la equivocación? Por un lado, como ya lo expuse, que se habla solamente de sí mismos; por otro, se dedican a alabar las características y/o el precio de su producto. La verdad, nada de esto es lo que le interesa al mercado, a tu cliente. Como lo he dicho en otras ocasiones, el mercado se mueve exclusivamente en torno del famoso interrogante ¿qué hay aquí para mí?
Cuando te dirijas al mercado, cuando le hables a tu cliente, cerciórate de que el mensaje está enfocado en los beneficios de lo que le ofreces, en cómo tu producto o servicio va a calmar definitivamente ese dolor que lo aqueja, en cómo lo que tú le enseñas le va a ayudar a transformar su vida, conquistar sus sueños y alcanzar el éxito, la prosperidad y la felicidad.
Hoy, en el siglo XXI, lo que se impone es aportarle valor al mercado, a tu cliente. ¿Cómo? Brindándole una experiencia inolvidable, demostrándole que sí eres un experto en lo que dices ser y que, además, eres la mejor elección que puede hacer, una y otra vez. La historia que le cuentes debe corresponder a tus valores y principios, que son (deberían ser) los mismos de tu marca.
La próxima vez que utilices las redes sociales o la web para comunicarte con el mercado, primero asegúrate de que lo que vas a decir aporta valor. De lo contrario, mejor guarda silencio, pasa en blanco y espera otra oportunidad. Preocúpate porque el contenido que compartes sea educativo, entretenido, inspirador y, sobre todo, que esté enfocado en tu cliente y para beneficio de tu cliente.