El concepto de la productividad está estrechamente relacionado con las leyes de la economía, de ahí que los emprendedores que no nos formamos en esa área académica suframos un poco para entenderlo. El problema es que tenemos que aprender sobre la marcha, lo que implica estar sometidos a cometer errores frecuentes.
Eso no es agradable, por supuesto. Hasta que somos conscientes de que tenemos la clave en las manos. La productividad, en palabras comunes, es el resultado de una serie de procesos diseñados para tal fin. Es un indicador que nos permite medir si ese resultado fue rentable en comparación con los medios que se utilizaron (mano de obra, materiales, tiempo).
Dicho de otra manera, la productividad es fruto de acciones, decisiones, ejecuciones y planes específicos que fueron establecidos conscientemente en procura de un objetivo puntual. Eso me lleva directo al punto que me interesa que entiendas: la productividad es un hábito. ¿Sabes qué es eso, cierto?
Para que no tengas dudas, te digo que el Diccionario de la Real Academia Española define esta palabra como el “Modo especial de proceder o conducirse adquirido por repetición de actos iguales o semejantes”. Los términos clave son ‘especial’, ‘proceder’, ‘adquirido’, ‘repetición’ y ‘actos iguales’.
Bañarte los dientes, cocinar un platillo, practicar un deporte, leer, escribir y conversar con los amigos son hábitos si los haces de la misma manera cada vez, sin los realizas con frecuencia, si los resultados son óptimos y consistentes. Son pequeñas prácticas que llevamos a cabo todos los días, aunque a veces parezca algo inconsciente.
Pelear con un compañero del trabajo, discutir con la pareja, fumar, trasnochar en fiestas y ser sedentario también son hábitos, también son conductas aprendidas, también son actos conscientes que repetimos una y otra vez. Vale la pena aclarar que aprendemos hábitos que son positivos y otros que son negativos.
¿Adónde quiero llegar?, te preguntarás. Mi intención es que comprendas que la productividad es el resultado de tus acciones, de tus decisiones, pero también de tus errores, de tus omisiones. ¿Por qué? Porque con demasiada frecuencia escucho a emprendedores quejarse porque la productividad de su negocio bajó.
Sí, que fue “Por el precio del dólar”, “Por los vaivenes de la economía”, “Por la inestabilidad política”, “Por la amenaza del terrorismo”. Esos factores influyen, pero sus efectos los siente, básicamente, la macroeconomía. Los negocios pequeños y medianos, los emprendedores, de alguna forma estamos inmunes a esa realidad.
¿Por qué? Porque en esencia nosotros tenemos el control del destino de nuestros negocios, más en el caso de los que trabajamos por internet. Es una limitación, de algún modo, pero también es algo que podemos poner a nuestro favor. Además, una de las características del emprendimiento que más me apasiona es que cada día se aprende.
La productividad se aprende
Dado que abarcamos un amplio abanico de actividades, la mayoría de las cuales aprendemos sobre la marcha, somos una esponja insaciable de conocimiento, de experiencias, de vivencias. Y aquello que acumulamos nos permite superar las dificultades, nos fortalece para enfrentar el camino, nos alimenta para alcanzar nuestras metas.
Y en casi veinte años de trayectoria aprendí que lo que tengo, lo que mi negocio me brinda, lo que la vida me ofrece, es fruto de mis acciones, de mis hábitos. Entonces, por supuesto, desde hace tiempo me preocupo por ellos, trato de adquirir los positivos y lucho por erradicar los negativos. Es un proceso interminable, por cierto.
Sin embargo, descubrí que la clave está en mantener la balanza inclinada hacia el lado de lo bueno. Hoy, por supuesto, no soy el mismo que comenzó a hacer negocios en internet por allá en 1998. ¡Soy otro, soy muy distinto! Cuando rebobino la memoria y me acuerdo de esa versión, de ese Álvaro Mendoza de finales del siglo XX, hasta risa me da.
Sí, me desconozco. Antes, vivía en Colombia, era soltero, no tenía hijos, mi negocio era un sueño, mi trabajo era inestable y no me daba felicidad, y había mucho que desconocía. Si bien conservo la esencia, gracias a ese recorrido lleno de dificultades logré convertirme en lo que soy hoy, soy una persona de la que me siento orgulloso.
Y una razón de esa satisfacción es que aprendí a trabajar bien, a aprovechar el tiempo y las capacidades que poseo, a que ya no me equivoco tanto como antes, ni cometo siempre el mismo error. Tengo hábitos consolidados, especialmente en el ámbito laboral, más allá de que mantengo la mente abierta, dispuesta a absorber más conocimiento.
Con frecuencia, emprendedores se acercan a mí y preguntan cómo lo he hecho, como llegué a ser un referente de la industria y, sobre todo, cómo consigo sostenerme en la cima, a pesar de que cada día hay más competencia más calificada. La respuesta, sencilla, encierra algo muy completo: “Tengo hábitos productivos”, les digo.
¿Cuáles? Te compartido algunos indispensables:
Planea: soy el enemigo número uno de la improvisación. Hasta podría decirse que le tengo miedo. Me obsesiona tener control sobre lo que hago y diseño con cuidado los planes de acción, mis sistemas de marketing, mi agenda. Me preocupo por los detalles, procuro que las tareas se hagan bien y se completen, prefiero calidad sobre cantidad.
Delega: es uno de los hábitos más importantes, también de los más difíciles de adquirir. Quizás mi formación como sicólogo me ayudó a confiar en quienes me rodean. Enfócate en 3-5 tareas que requieran tu concurso, que tú y solo tú puedas realizar, y delega el resto. Rodéate de gente buena, positiva, capacitada, proactiva, profesional.
Controla: me refiero a saber qué ocurre en tu negocio, cómo se mueve, qué hace falta, qué funciona mal. A veces se malinterpreta y se asume como querer dominar todo. Mantente informado de lo que sucede en tu negocio, fija directrices, establecer normas, verifica el cumplimiento de las tareas y aplica correctivos. La mejor estrategia: sé un buen ejemplo.
Ejecuta: hace poco leí que el éxito tiene dos componentes: un 20 por ciento de planeación y un 80 por ciento de ejecución. La proporción puede variar, pero la premisa es cierta. La productividad es fruto directo de tus acciones. Entonces, ¡actúa! No esperes réditos si no ejecutas. Si al final los resultados no se dan, que te queden el aprendizaje.
Disfruta: hay vida más allá de tu negocio, más allá del éxito, más allá del dinero. ¡No la desperdicies, no la subestimes! Date tiempo con tu familia, con tus amigos; dales rienda suelta a tus aficiones, a tus gustos; gózate lo que haces y mantente sano, motivado. Tu productividad depende de ello, es resultado de tu felicidad.
Tus comentarios son muy valiosos y acertados. Quiero empezar a emprender