La principal razón por la cual les doy gracias a Dios, a la vida y a las muy pocas personas que creyeron en mí cuando comencé esta aventura de ser emprendedor es que descubrí el propósito de mi vida. Que, honestamente, no fue el producto de una búsqueda, sino más bien un hallazgo fortuito y, sobre todo, muy afortunado. Amo lo que hago y no me veo haciendo algo distinto.

Un día de enero de 1998 armé mis maletas, me despedí de mis padres y abordé un avión con destino a los Estados Unidos. “No te preocupes, vuelvo en un año”, le dije a la señora Julita, mi madre. Mi intención era aprender sobre internet, una tecnología novedosa que había despertado mi curiosidad y de la que prácticamente nadie sabía nada, absolutamente nada, en Colombia.

Ese año se convirtió en dos, en tres y la cuenta ya va en 23. Aprendí mucho acerca de internet, pero, lo más importante, lo que me cambió la vida, fue lo que aprendí de marketing. Que, valga la pena decirlo, no estaba en mis planes. Descubrí que mi propósito de vida, la razón por la que llegué a este mundo, es la de servir a otros a través de compartirles mi conocimiento.

A eso me dedico desde entonces y todos y cada uno de los días de mi vida. Es lo que me apasiona, lo que me hace feliz, lo que haría el resto de mi vida aun cuando no recibiera dinero por ello (que, claro, lo necesito). Cada día, cuando despierto, pido sabiduría para saber guiar a quienes confían en mí, a quienes me dieron el privilegio de acompañarlos en la aventura de cristalizar sus sueños.

Esa es la teoría, porque la práctica es distinta: a lo que me dedico es a ayudar a esas personas a encontrar la solución a los problemas que encuentran en su camino. Problemas que tienen que ver no solo con la concepción, con la puesta en marcha y el funcionamiento de su negocio para que puedan obtener los resultados que esperan, sino también con la mentalidad que requieren.

No tengo varita mágica, es justo decirlo, a pesar de que muchos de mis clientes digan lo contrario. Simplemente, les ofrezco mi conocimiento, el aprendizaje de 23 años de trayectoria y, sobre todo, de los errores acumulados en tanto tiempo. Y, de manera especial, el aprendizaje obtenido de todos y cada uno de mis clientes, así como de mis colegas, colaboradores y de mis mentores.

Uno de esos aprendizajes, uno de los más valiosos, es aquel de entender que mi trabajo consiste no en solucionar la vida de mis clientes, sino en ayudarlos a encontrar la solución a un problema específico que afecta su negocio. Que puede ser de concepción, de formulación, de prospección, de servicio al cliente, de fallas de sus embudos de ventas y estrategias, de cierre de ventas, en fin.

Hago esta salvedad porque son muchos los emprendedores, y no solo novatos, sino también de los que acreditan experiencia, que se obsesionan con solucionar el problema de su cliente. Y cuando digo solucionar el problema me refiero a que pretenden acabar con todas sus preocupaciones, con todos sus dolores, con todas sus carencias, sin darse cuenta de que eso no es posible.

Veamos un ejemplo: llevas varios días en los que te sientes agotado, no duermes bien, no comes igual que siempre lo hiciste, estás irascible y este conjunto de síntomas no solo afecta tu salud, sino también tu bienestar y tus relaciones. Entonces, quieres una solución a este problema, que más bien es un coctel de problemas, y solicitas una cita con tu médico de confianza.

Él te escucha, te realizar unos exámenes primarios, te ordena otros exámenes complementarios (de laboratorio, electrocardiograma) y te cita de nuevo para darte un diagnóstico. Cuando regresas con los resultados, te presenta un cuadro complejo: triglicéridos altos, colesterol alto, glicemia alta, estrés, sobrepeso y algunas complicaciones cardiovasculares que no pueden pasar por alto.

¿Muy exagerado, muy al límite? La verdad, esa es la realidad de muchas personas, y yo fui una de ellas. Hace unos años, por enfocarme en mi trabajo, descuidé mi salud y terminé en un hospital con un infarto. Según el médico, tuve mucha suerte porque fue nada más un primer aviso que me sirvió para cambiar mis hábitos (alimentación, descanso, dejar de fumar) y solucionar el problema.

Por supuesto, no fue posible conseguirlo todo al tiempo. Hubo que fijar prioridades, trazar un plan y diseñar unas estrategias a corto, mediano y largo plazo para medir los resultados, los eventuales avances. Y trabajar con constancia, disciplina y perseverancia, entendiendo que se trata de un proceso y, en consecuencia, hay que ir paso a paso: la solución a cada problema llega a su tiempo.


Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

Los emprendedores somos privilegiados porque podemos ayudar a otros con nuestro conocimiento y experiencias.


Un cambio, uno solo cambio, que sea efectivo y que produzca un impacto positivo en la vida de otro ya vale la pena. No se requiere (y tampoco es posible) generar una transformación de 180 grados para dejar huella, así que no menosprecies el poder que tienes como emprendedor.


Y este es, justamente, el mensaje que te quiero transmitir a través de estas líneas: no puedes, sencillamente no puedes, solucionar todos los problemas de tu cliente. Entre otras razones, porque no estás capacitado para hacerlo, hay áreas de conocimiento se escapan de tu control. Tu tarea como emprendedor, entonces, solo tiene sentido si solucionas el problema que te incumbe.

Por ejemplo: si eres experto en el tema de las campañas de Facebooks Ads, tu aporte será que esas acciones produzcan el impacto requerido y logren el objetivo propuesto. Seguro tu cliente tiene otros problemas de prospección, de fidelización o de cierre de ventas. Sin embargo, lo más probable es que tú no seas el adecuado para ayudarlo en esos temas, no seas una ayuda idónea.

El problema de muchos emprendedores, tanto novatos como experimentados, es que asumen el rol de superhéroes y pretenden ser la solución perfecta a todos los problemas. De nuevo, eso no es posible, menos en este mundo cada vez más especializado. Además, y esto no lo puedes perder de vista, el mercado desconfía de aquellos que dicen solucionarlo todo, las famosas navajas suizas.

Lo que hay detrás de esa actitud es la obsesión por vender, el afán de vender sí o sí, como si no hubiera un mañana. Así mismo, y te lo digo con la autoridad que me confiere el hecho de ser un sicólogo y mi experiencia de más de 23 años en el mercado, también hay una alta dosis de ego. Son personas que creen tener la capacidad para acabar con los problemas que aquejan a otros.

A muchos nos gustaría poder hacerlo, pero no es posible. La vida no es así, simplemente. Por eso, para que no tropieces con la misma piedra una y otra vez, debes entender que no te conviene jugar al superhéroe. De hecho, puede resultar algo contraproducente, porque, aunque le brindes a tu cliente la solución a un problema, también puedes convertirte en una molestia si insistes.

¿Sabes cuál es el origen de este problema? Que tenemos la tendencia a asumirlo todo en términos de absoluto, de radical. Blanco o negro, sin matices, sin darnos cuenta de que hay muchos tonos grises. Si con tu conocimiento y experiencia, con tus dones y talentos, con tu vocación de servicio consigues solucionar uno y solo uno de los problemas de tu cliente, ya hiciste mucho, créeme.

Es un problema menos por el que tendrá que preocuparse, un motivo para sentirse tranquilo y, quizás, feliz. No es necesario que haya una transformación radical, un giro de 180 grados en su vida para ayudarlo, para dejar una huella. Quizás después te dé la oportunidad de ayudarlo de nuevo y el resultado sea otra vez satisfactorio o, de pronto, no puedes hacer nada más por él.

Y está bien, no hay que molestarse, no hay que sentirse mal, porque así es la vida. Cuando tomé la decisión de convertirme en emprendedor, también quería cambiar el mundo, pero tenía una idea errada de lo que ese cambio significaba. Me enfoqué en servir a otros y en construir mi mejor versión, en ser mi mejor versión cada día, y me di cuenta de que ese era un cambio significativo.

Hay personas que quieren ayudar a otros, pero no saben cómo hacerlo o no pueden hacerlo. Los emprendedores, mientras, somos privilegiados: hemos aprendido a utilizar nuestro conocimiento y experiencias, nuestros dones y talentos, para solucionar alguno de los problemas, el que está a nuestro alcance, de quienes nos permiten entrar en su vida y ayudarlos hacerla un poquito mejor.

Un poco bien hecho, créeme, es mucho. Un problema que le soluciones a otro ya es una gran transformación. Y te la agradecerá infinitamente, eternamente. Y tendrás motivos de sobra para sentirte tranquilo y satisfecho porque obraste bien. Entonces, no cometas el error de anclarte donde ya no te necesitan y, por eso, no poder ayudar a alguien más que requiere tu apoyo.

Además, en el momento en que te vendas como la nueva navaja suiza del mercado, como la solución ideal a todos los problemas, te meterás en un lío. ¿En cuál? Cuano no puedas ayudar a esa persona, cuando no puedas solucionar algún problema, te dirán que eres un estafador, que lo engañaste, y te tildarán de vendehúmo. En últimas, por tratar de hacer más, haces mucho menos…


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