Siempre hay una buena disculpa. Somos expertos, con maestría incluida, para justificar por qué no asumimos las riendas de nuestra vida y luchamos en serio por aquello que deseamos. Es, sin duda, una consecuencia del caduco modelo educativo en el que nos criamos, aunque valga decir que esa no es una excusa. Afortunadamente, esa, como todas las reglas, tiene su excepción.
A los 19 años, con toda la vida por delante y los sueños haciendo fila para alzar vuelo, a Flavio Augusto Da Silva la vida parecía cerrarle todas las puertas. Vivía en Río de Janeiro (Brasil) en una época en la que la crisis económica golpeaba con dureza y no había demasiadas oportunidades para los jóvenes. Él, sin embargo, no podía darse el lujo de cortarles las alas a sus ilusiones.
En casa no sobraba nada y, más bien, de cuando en cuando escaseaba lo básico. Así que no había otra opción que aportar su granito de arena. Como no había forma de pagar unos estudios, salió a buscar un trabajo y, oh sorpresa, lo consiguió. Esa tarde, cuando regresó con la sonrisa dibujada en el rostro a contarle a la familia la buena nueva, un pequeño detalle le amargó el rato.
El trabajo que había conseguido era como vendedor de cursos de inglés, por telemercadeo. ¿Cuál era el problema? Que en casa no había línea telefónica. Aunque cueste trabajo creerlo, en 1991 eran muchas las familias brasileñas que, en la mismísima Río de Janeiro, la ciudad de las playas de ensueño y las garotas deslumbrantes, no podían darse el lujo de contar con una línea propia.
¿Por qué? Porque la instalación costaba 960 dólares y, para rematar, la capacidad de instalación era precaria: había que inscribirse en una lista de espera y rezar para que los técnicos llegaran en no más de dos años. ¡Sí, había que aguantar hasta dos años! Por supuesto, esa no era una opción para el joven Flavio, que tuvo que recurrir a su ingenio para encontrarle una solución al problema.
Mucho menos podía pensar en un teléfono móvil, que por aquel entonces comenzaba a aparecer en el mercado con dos características: tanto los aparatos como los planes de conexión eran muy costosos. ¡Opción descartada! Decidido a no desaprovechar la oportunidad, a Flavio se le ocurrió que podía usar los teléfonos públicos de aeropuerto Santos Durmont, que estaba cerca de casa.
Así, entonces, cada mañana, como cualquier ciudadano de bien, salía de casa y se iba para la oficina, solo que la suya no era una convencional. Y no era fácil hacer el trabajo, porque si hay algo que caracteriza a una terminal aérea, y más a una que tiene el flujo de pasajeros de esta, la segunda más grande la ciudad, eso es el desorden y el excesivo ruido. ¡No había alternativa!
“Es un emprendedor audaz, especialmente por la capacidad de planificar sus pasos
con anticipación. Esa es la técnica que le ha permitido hacer que sus empresas crezcan
más rápido que las demás del mercado”, asegura Richard Motta, analista de negocios.
Una vez más, el joven Flavio se sobrepuso a las condiciones adversas, superó el obstáculo y continuó su camino. Pronto descubrió que tenía talento para las ventas y sus resultados fueron mejores que las del resto de compañeros. Y pronto también ascendió hasta convertirse en el director comercial de la compañía. Sin duda, una recompensa a su compromiso y sagacidad.
Sin embargo, al poco tiempo, apenas cuatro años más tarde, volvió a sentir que le cortaban las alas. Y, por supuesto, no estaba dispuesto a permitirlo. Se dio cuenta de que ya había aprendido los secretos del negocio y ya había eliminado los miedos, así que decidió renunciar y formar su propia compañía. Pudo haber sido un salto al vacío en un profundo precipicio, pero alzó vuelo.
Como director comercial, Flavio quiso darle un impulso a la compañía, a sabiendas de que el mercado pedía a gritos productos de mejor calidad. Pero sus jefes pensaban distinto: a sus propuestas de inversión recibió un NO rotundo como respuesta y el consabido “Si no está conforme, puede retirarse cuando lo desee”. Y se fue por el camino del emprendimiento.
Le costó trabajo arrancar, porque había dos obstáculos importantes que debía superar. El primero era que no sabía inglés y, por lo tanto, él mismo no podía desarrollar los cursos. El segundo era que requería una inversión importante y no tenía el dinero. Fueron momentos difíciles en los que se cuestionó su decisión y estuvo cerca de tirar la toalla, porque no encontraba una salida.
Aunque sabía que el riesgo era elevado, tomó un crédito en el que le cobraban un 12 por ciento de interés mensual, a cambio de los 5.500 dólares que requería para comenzar. “Sentí que estaba listo y, dado que conocía el producto, me lancé a producirlo”, explica. Contrató a 18 personas para que desarrollaran el material didáctico y él se encargó de la metodología pedagógica.
Más allá de la pasión por el fútbol, característica de cualquier torcedor, lo que impulsó
a Flavio Da Silva a comprar el equipo Orlando City es que en esa ciudad es el destino
turístico más visitado por brasileños. Su compatriota Kaká es la figura del conjunto.
Por aquel entonces, mediados de los años 90, Brasil ya había sorteado lo peor de la crisis económica y comenzaban a aterrizar las multinacionales que entendían que en ese país había grandes oportunidades. “Sabía que el inglés iba a ser un factor determinante en el proceso de selección de los empleados, así que entendí que había una oportunidad para mi curso”, afirma.
Para su sorpresa, más de mil personas se inscribieron en su academia Wise Up, Inglés inteligente en el primer año y poco después tenía una red de 24 escuelas en el país. ¿Cuál fue la clave del éxito? Que su producto era diferente a lo que ofrecía el mercado. Las demás escuelas de idiomas se enfocaban en los niños y los viajeros que iban al exterior de vacaciones y requerían el inglés.
Flavio, mientras, puso sus ojos en un nicho que estaba desprotegido: el de los adultos que ya estaban en el mercado laboral y que necesitaban el segundo idioma para aspirar a mejores oportunidades o, cuando menos, a un ascenso. En 2012 llegó a 400 sucursales en el país gracias al esquema de franquicias, un logro espectacular para un negocio que nació en medio de las dudas.
Tiempo después, sintió que necesitaba nuevos retos y vendió su empresa, por 240 millones de dólares, al grupo Abril. Utilizó ese dinero para invertir en su otra gran pasión: el fútbol. ¡Claro, como buen brasileño, Flavio es un gran fanático de este deporte! Compró el Orlando City de la Major League Soccer estadounidense, por 120 millones de dólares; hoy el club vale 490 millones.
Wise Up, sin embargo, no prosperó en las manos de sus nuevos dueños. En vista de que las pérdidas se acumulaban y los clientes se iban con la competencia, le propusieron a Flavio que readquiriera la compañía por menos de la mitad del precio que le habían pagado. Bajo su mando, la empresa se recuperó y la actualidad tiene 440 escuelas en Brasil, México, Argentina y Colombia.
Flavio combina, entonces, sus dos pasiones: su escuela de idiomas y el fútbol, ya tiene oficina propia, ya no hace negocios por teléfonos públicos. Su próxima meta es contar con mil filiales en Latinoamérica y se mantiene atento a nuevas oportunidades de negocio. “No me siento mejor que otros por los resultados que obtuve. Simplemente, yo encontré la forma adecuada de hacerlo”, concluye.
como hago para estudiar en Argentina
Que buenos artículos