Lo hacemos todo el tiempo, aunque la mayoría de las veces es algo inconsciente. Nos miramos al espejo, observamos a otras personas para comprobar cómo nos vemos, buscamos algún referente que nos sirva de modelo. Algunos me dirán que ese es un hábito propio de las mujeres, pero la verdad es que es intrínseco de los seres humanos por igual. ¿Sabes de cuál te hablo?
De esa arraigada costumbre de compararnos, en términos comunes, o de medirnos, en términos de negocios. Sí, queremos saber si somos mejores que otros, si nos vemos mejor que otros, si somos más reconocidos que otros. Es un hábito peligroso, déjame decirte, pues hay una delgada línea que no debemos cruzar, pues si se convierte en una obsesión actúa como un búmeran.
Nos importa mucho lo que otros puedan decir de nosotros. Si les agrada el nuevo corte de pelo, si esa ropa que compramos con tanto entusiasmo nos luce bien, si están de acuerdo con esa decisión que acabamos de tomar, en fin. El qué dirán es un factor que determina nuestra vida y que en muchos casos se convierte en un obstáculo insalvable: dependemos de la aprobación de otros.
Ocurre cuando asumimos la vida como una competencia, y no como una oportunidad para ayudarnos unos a otros, para crecer juntos, para aprender los unos de los otros. Y esa, amigo mío, no es vida. No necesitamos medirnos con nadie, porque como individuos somos únicos, irrepetibles. En los negocios, sin embargo, sí es necesario mirar a la competencia y medirnos.
Uno de los errores básicos de los emprendedores (que también se presenta en las grandes empresas) es la ausencia de un plan de marketing. Se preocupan demasiado por el producto, por la página web, por la presencia en redes sociales, por el precio, por verse diferente a la competencia, pero se olvidan de lo más importante: el marketing, las estrategias de ventas.
Sí, de manera increíble, muchos olvidan lo básico, lo indispensable: si no vendemos, no subsistimos. No es que el plan de marketing sea más importante que el producto, solo que no puede existir el uno sin el otro: si tienes el producto, pero no lo vendes, tarde o temprano tu negocio cerrará; si no tienes producto, no puedes vender. Pero, en la práctica, el marketing manda.
¿Qué pasa si no implementas un plan de marketing? Esa es una pregunta que me formulan con frecuencia, y algunos inclusive me dicen que en sus negocios no lo necesitan, que los resultados son satisfactorios. Están equivocados aquellos que piensan así, y se darán cuenta a la larga o a la corta. Hoy en día, para tener éxito en los negocios es necesario planear, ejecutar y medir.
Ese es el trípode del éxito. Ninguno de esos factores puede estar ausente, ninguno puede fallar. Muchas veces he dicho, y muchas más lo voy a repetir, que el éxito en los negocios no es producto de un acto de magia, tampoco una casualidad. Es, simplemente, el fruto de tu trabajo, de tus acciones, de cómo superas las dificultades, de cuánto aprovechas las oportunidades.
El plan de marketing, entonces, no es un libreto perfecto, tampoco es una poción mágica o una fórmula infalible. Es, apenas, una guía, una especie de GPS que te guía por un camino. Sin embargo, bien sabes que a veces hay que improvisar, hay que dar un paso atrás, hay que corregir un error, hay que innovar, hay que arriesgar. La flexibilidad, por tanto, es una característica necesaria.
¿Lo vas a dejar al azar?
En los negocios, no basta con levantarse cada mañana y persignarse, encomendarse al santo de tu devoción y pedirle que te ayude. Si eres una persona creyente, quizás te ayude a tener una mejor actitud, pero no te generará un solo dólar; ese, precisamente, es tu trabajo. La planificación, entonces, es la primera piedra sobre la que se erige tu negocio, sobre la que se construye tu éxito.
Planear significa que sabes para dónde vas, que sabes qué quieres conseguir y, más importante aún, que sabes cómo hacerlo. Significa que estableces unos plazos de ejecución de las tareas, que fijas unas metas intermedias que te permitan establecer cuánto has avanzado y cuánto te hace falta. Significa que diseñas las estrategias necesarias para alcanzar esos objetivos propuestos.
Lo habitual es que la planeación se haga anual o, cuando menos, semestral. Es una hoja de ruta que te mantiene alerta, que te permite saber si te desviaste del camino, que te brinda la información necesaria para saber cómo avanzas. Un buen plan de marketing incorpora no solo el qué quieres hacer, sino también el cómo (qué acciones ejecutarás) y el cuándo (el proceso).
La segunda pata del trípode es la ejecución, es decir, cuando la letra sale de la presentación de Power Point o de PDF y cobra vida. De nada sirve el mejor plan de marketing del mundo si el siguiente paso no es la ejecución: está condenado, entonces, a ser letra muerta. La ejecución es una dinámica permanente, un aprendizaje continuo, un borrar y corregir, un probar y reforzar.
La validez y el acierto de un buen plan de marketing requiere una adecuada ejecución. Si lo que está escrito en el papel no se respalda con acciones acertadas, no sirve. La ejecución, en ocasiones, se transforma en un obstáculo porque implica la interacción de muchas personas, la coordinación de diversas dinámicas, la superación de incesantes obstáculos.
Una adecuada ejecución significa mentalidad abierta al cambio; madurez para detectar, aceptar y corregir las equivocaciones, la genuina capacidad para trabajar en equipo y privilegiar los beneficios colectivos sobre los particulares. Requiere trabajo en equipo y exige la mejor disposición de todos y cada uno de los actores involucrados, que cada uno cumpla su rol.
En ese punto es que surge el tercer componente del trípode: la medición. En los negocios, cada acción, todas y cada una (así suene redundante), debe ser medida, cuantificada. Más, si se trata del negocio de un emprendedor que necesita ser certero en sus ejecuciones porque no dispone del músculo económico que le dé la posibilidad de dilapidar recursos (tiempo, dinero, trabajo).
Lo ideal es que cada estrategia que implementes y pongas en marcha esté acompañada de un detallado plan de seguimiento. Así como es conveniente que el plan de marketing tenga una proyección anual, lo más adecuado es que el seguimiento se haga, como mínimo, cada mes. Eso, en términos globales, porque a la hora de la verdad hay que medir todos los días, si es posible.
Si no controlas (si no mides), no sabes cómo vas o, peor aún, no sabes para dónde vas. Si no controlas, no sabes qué tan eficientes son tus acciones. Si no controlas, difícilmente te darás cuenta cuando cometes un error y corres el riesgo de corregir demasiado tarde. Si no controlas, no puedes determinar si necesitas reforzar aquí o aflojar allá. Si no controlas, te descontrolas.
Compararnos con otros (medirnos) es una actitud humana que hacemos todos días de manera inconsciente. Medir nuestras acciones en los negocios es algo que deberíamos hacer todos los días (o al menos semanalmente) de manera consciente para garantizar que vamos como queremos y para donde deseamos. Lo demás es dejar el éxito al azar, un riesgo demasiado grande…
Toda idea y/o proyecto debe tener bases sólidas para iniciar, tener un rumbo determinado y esos ingredientes que te permitan implementarlo, toda técnica es válida, siempre y cuando tengamos conciencia de lo que estamos haciendo, los resultados serán la consecuencia de nuestras acciones y es aquí donde tiramos la toalla cuando pensamos que no servimos para eso o aquello, el enfoque y los motivos por lo que iniciamos el proyecto de cambio siempre deben estar latentes.