¿Alguna vez te preguntaste qué hace un deportista de élite cuando no compite, cuando no está en la pista o la cancha? La realidad, que muchos desconocen, es que realiza el trabajo sucio que le permita mantenerse en la cima, volver a ganar. Por supuesto, no es una sola tarea, sino un conjunto de actividades, profesionales y personales, tendiente a garantizar tener el control.

No es el talento, porque todos los seres humanos, sin excepción, disponemos de él. No son las habilidades, porque cualquier ser humano las puede desarrollar y aprovechar. No es el conocimiento acumulado y el aprendizaje de las experiencias, porque todos vivimos algo parecido. Además, no hay que olvidar que, antes que campeones, son seres humanos comunes y corrientes.

Eso que llamamos éxito, que muchas veces nos cuesta definir con exactitud, es esa gran porción del iceberg que no se ve. La que está bajo la superficie y llega hasta las profundidades. La que determina tus resultados, más allá de las circunstancias, de las dificultades, de las excusas. Eso que llamamos éxito es producto de esos miles de pequeñas acciones que hacen la gran diferencia.

El mensaje que te quiero transmitir es que eso que llamamos éxito, cualquiera sea la idea que tengas de él, no es casualidad, no es algo fortuito. Es causalidad, es producto del trabajo sucio. Y cuando digo trabajo sucio me refiero a todas aquellas acciones que son necesarias, que son determinantes, pero que muchos se resisten a realizar. Las que a algunos les produce asco.

¿Por qué? Porque son las que más te exigen, las que te ponen a prueba todo el tiempo, las que implican una dosis se sacrificio, de disciplina, de tolerancia al error y al fracaso. Cualidades que, no sobra decir, no abundan por ahí. Y no se trata de disfrutarlas, sino de cumplirlas a sabiendas de los beneficios que proporcionan. Son el plus que otros no están en capacidad de aportar.

Cuando no está en competencia, un deportista de élite entrena en procura de reforzar lo que hace bien y de corregir lo que le da problemas. Cuida su salud con ejercicio (gimnasio) y alimentación, además de descanso. Atiende asuntos relacionados con su actividad (entrevistas, patrocinadores). Y, por supuesto, vive la vida, la disfruta. Con su familia, con sus amigos: viaja, se divierte…

Como cualquier ser humano. Y también sufre, se equivoca, llora, tiene problemas… Algunos, sin embargo, sucumben a ellos. Tristemente, la presión del entorno es más poderosa que su deseo de triunfar, que su trabajo, disciplina y dedicación. Los demás, unos pocos, la élite, se sobreponen a esos obstáculos, los transforman en oportunidades y los aprovechan para volver a ganar.

Es decir, sus resultados (excelentes o paupérrimos) son fruto de lo que son como seres humanos integrales. Dentro y fuera de las canchas, de los campos de entrenamiento, de las competencias. Así sucede con todos, sin excepción, sin importar en qué disciplina se desempeñen, de qué país provengan o su raza o edad. En estos aspectos, las diferencias entre uno y otros son mínimas.

Lo que marca la gran diferencia, lo que convierte a unos pocos en talentos superlativos, en supercampeones, ¿sabes qué es? Que piensan estratégicamente y actúan en consecuencia. No dejan nada al azar. El pensamiento estratégico no solo consiste en planificar la ruta que queremos seguir, sino también de comprender dónde estamos, adónde queremos llegar y cómo vamos a hacerlo.

No hay casualidad, más allá de que es imposible controlar al ciento por ciento lo que haces y lo que sucede. Es pura causalidad, más allá de que siempre hay un componente indescifrable que puede cambiar los resultados. Además, se respaldan con el equipo adecuado, expertos en una variedad de disciplinas, que no solo potencia sus fortalezas, sino que minimizan sus carencias.

La estrategia es el motor que te lleva al éxito. O al fracaso, también, si no la tomas en cuenta o si la que utilizas no es la adecuada. Implica un componente teórico y otro práctico, la variedad de acciones que debes realizar para llegar a la meta prevista. Y algo muy importante: no hay leyes, no hay fórmulas perfectas, no hay libretos ideales, no hay una estrategia que garantice el éxito.

El pensamiento estratégico tiene cuatro componentes:

1.- El enfoque.
¿Qué quieres?, ¿adónde vas?, ¿qué estás dispuesto a hacer para lograrlo? Estos y otros son los interrogantes que debes responder antes de comenzar. Un objetivo, uno solo, para no dispersarte, para no distraerte, para no desviarte. El enfoque te da la fuerza para persistir ante las dificultades, para resistir a las adversidades. Es entender que el resultado es consecuencia de tus acciones.

El enfoque exige paciencia, una cualidad que no abunda, y que, en últimas, es la que te permite aceptar el proceso. Y disfrutarlo, por supuesto. El enfoque, asimismo, se requiere en momentos en los que los resultados son esquivos o si algo que te impide obtenerlos. En la práctica, el enfoque evita que te deslumbres con el nuevo objeto brillante, que caigas en la trampa de las tendencias.

2.- La dirección.
Tomar decisiones, acertadas o no, es una de las habilidades más difíciles en la vida. Y, por supuesto, en el mundo de los negocios. Dentro o fuera de internet. ¿Por qué? Porque no solo nos exige conocimiento, sino también criterio, otra cualidad escasa. Y nos obliga a ver la situación en perspectiva, que en la práctica significa no dejarnos llevar por las traicioneras emociones.

Un aspecto clave de este puntal es entender que no se trata de ir del punto A al punto B, como si fuera un solo paso. A veces, seguro lo sabes, también es necesario retroceder, tomar aire y recomponer. La dirección, asimismo, establece puntos de referencia en el camino que te dan la posibilidad de medir no solo cuánto has avanzado, sino también si vas en el camino correcto.

3.- La estructura.
Este es un aspecto quizás no olvidado, pero sí menospreciado por muchos. O malinterpretado. En algunos casos, porque se asume el rol de “lo puedo hacer todo solo” con la intención de reducir costos. En otros, porque se piensa que se cuenta con las habilidades necesarias. En unos más, porque las personas encargadas de ejecutar no son idóneas, carecen de la preparación adecuada.

La estructura implica también, y de manera especial, las herramientas y recursos de que dispones. Que no harán magia si no las utilizas bien, o las dilapidas. Debes rodearte bien, de personas que hagan lo que tú no sabes o no quieres hacer, de personas mejores que tú. Es clave que esas personas se identifiquen con tus principios y valores, tu propósito y, claro, tus objetivos.

4.- La medición.
Lo que no se mide, no se controla; lo que no se controla, no proporciona resultados. Así es en la vida, así es en los negocios. Antes, hace 15 o 20 años, esta era una tarea complicada porque eran pocas las herramientas y no siempre eran confliables. Hoy, la situación es distinta: en especial en internet, cada clic queda registrado y, en consecuencia, puede ser medido. ¡Es una maravilla!

“Si no conoces los números, tomarás decisiones con los ojos cerrados, con el corazón”, es una frase que acostumbro decirles a mis discípulos. En la práctica, para mí la medición es la un asistente que me proporciona valiosa información en tiempo real. Y con las herramientas actuales, tengo la posibilidad de interpretarla y, a partir de esto, ajustar y tomar decisiones correctas.

Como ves, el pensamiento estratégico no es una habilidad extraordinaria, no necesitas ser un genio y tampoco debes cursar maestrías o doctorados. Todos los seres humanos, sin excepción, contamos con lo necesario para aprovecharlo, pero para hacerlo es necesario aprender y, claro, ponerlo en práctica. Una advertencia: el temible prueba y error está incorporado en el proceso.

No soy un fanático del deporte, ni siquiera conozco los nombres de los mejores deportistas. Sin embargo, entiendo que el mundo del deporte es una fuente ilimitada de aprendizajes valiosos para quienes hacemos negocios dentro o fuera de internet. O, quizás, los deportistas más destacados han aprendido del marketing y de los negocios para convertirse en reconocidos campeones.

Vivimos la era de la tecnología, de las más increíbles herramientas de la historia de la humanidad. Hoy podemos realizar de manera sencilla y efectiva tareas que hace poco era un dolor de cabeza. También podemos ser más productivos y eficiente, algo que para mí redunda en algo crucial: me da la posibilidad de disfrutar la vida, de estar con mis hijas y acompañarlas en su crecimiento.

El pensamiento estratégico por sí mismo no te convertirá en el mejor, no te proporcionará resultados mágicos. Sin embargo, su ausencia te limitará y, a a largo plazo te frenará. En la práctica, el pensamiento estratégico es el diferencial que establece una raya invisible entre los mejores, los referentes, y los demás, los que dejan su vida y su trabajo al capricho de la suerte.


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