¡Uf!, pasó Navidad. Coincidirás conmigo en que es la época más alegre del año, pero también una de las que más energía te demandan. Especialmente a nosotros los latinos, que somos dados a una gran cantidad de tradiciones: la comida, las novenas, los regalos, la celebración, las visitas a la familia y a los amigos, las vacaciones y, claro, el trabajo.
¡Uf!, con esa enumeración, quedé cansado. Un cansancio que, en todo caso, se irá rápidamente: una buena siesta es suficiente. Porque, además, me quedan los recuerdos imborrables, los momentos felices vividos con quienes amo y la gratitud eterna con la vida por tantas bendiciones y regalos manifiestos en el cariño de mi familia y de mis amigos.
Fueron días frenéticos, en los que las 24 horas fueron insuficientes para dar abasto con tantos compromisos. Son tantos y tan variados que casi nunca alcanzamos a satisfacerlos todos. Y esa angustia se nos acumula y nos provoca ansiedad y estrés, una mezcla que, tristemente, significa un lunar en las celebraciones porque no nos deja disfrutarlas.
Si eres emprendedor, con seguridad estás identificado con esta situación. Y no solo en esta época de Navidad y Año Nuevo, sino en la cotidianidad. En el trabajo, muchas veces, con demasiada frecuencia, los acontecimientos nos desbordan, superan nuestra capacidad y nos ponen contra la pared. A menudo, estamos al borde de un ataque de nervios.
Son etapas en las que cometemos un error elemental: queremos abarcar más allá de nuestras posibilidades. Es un problema que se manifiesta de diversas formas, pero de una muy especial: nos hace perder el foco. Dado que les apuntamos a tantos objetivos, y tan variados, llega el momento en que no avanzamos en ninguno. Peor aún, retrocedemos.
Esta es una de las situaciones más tóxicas que conozco: no solo no cumples con las metas propuestas, sino que te llenas de frustración, de miedo, y poco a poco se mina tu confianza. Esa es una mezcla explosiva: si no la percibes o si haces caso omiso de ella, tarde o temprano te hallarás en una encrucijada de la que no es fácil salir.
Sí, te metes en un callejón estrecho y sin salida hasta que te estrellas contra un sólido muro, de frente. Espabilas con el golpe, pero no entiendes qué sucede, no sabes por qué llegaste hasta ese punto y, lo peor, no sabes cómo salir de allí. Es, entonces, cuando te das cuenta de todo lo que perdiste o de lo que estás a punto de perder si no reaccionas.
Si te cuesta trabajo enfocarte en un proyecto y le apuntas a todo lo que te
ofrecen, antes de comprometerte tómate un tiempo para ver los pro y los
contra. Analiza beneficios a mediano y largo plazo; y di NO si no te conviene.
Tu tiempo (que nunca se recupera), tus recursos, tus energías. Aquel sueño que forjaste, porque el que estuviste dispuesto a dar lo mejor, se hizo trizas cuando te estrellaste contra ese muro. Y, claro, es doloroso comprobar cuán equivocado estabas, aceptar ese fracaso y encontrar renovadas fuerzas para revertir la situación y resurgir.
Cuando veo un caso como este, recuerdo a un amigo que dejé en Colombia, una persona muy valiosa. Inteligente, luchador, entusiasta, apasionado. Una de esas personas que, sin conocerla bien, te da la impresión de que es capaz de comerse el mundo. Sin embargo, después ocurre justamente lo contrario: el mundo se lo devoró a él, tristemente.
Lo más doloroso es que no aprende: comete el mismo error una y otra vez. No acepta su culpabilidad y siempre apunta a factores externos: la competencia, la falta de recursos, el precio del dólar, los vaivenes de la política, el exceso de impuestos y condiciones para los emprendedores, la invasión de productos extranjeros en un mercado limitado, en fin.
Hace poco, en una corta visita que hice a Colombia, me lo encontré, por pura casualidad. Coincidimos en un evento y tuve la oportunidad de charlar a solas con él durante un rato, apenas 15 minutos. Fue, sin embargo, un tiempo suficiente para escuchar sus problemas y brindarle una voz de aliento para que suelte ese lastre que le impide ser feliz y exitoso.
Tras escuchar su exposición, comprobé que el problema seguía siendo el mismo de siempre, el que lo atormenta desde hace años: su falta de enfoque y su facilidad para tirar la toalla. Y créeme que es una persona con gran talento, con una capacidad de trabajo envidiable, con una creatividad que muchos envidian y con gran pasión por lo que hace.
Sí hay solución
El problema es que hace demasiadas cosas al tiempo. Puede estar comprometido en dos o tres o cinco proyectos, pero si tú le propones otro más que resulte atractivo, él no sabe decir que no. Se embarca y se entrega de lleno, hasta que la situación lo desborda y se mete en ese oscuro callejón sin salida en el que sus sueños se hacen trizas contra el muro.
Aunque en otras ocasiones habíamos hablado del tema, esta vez toqué sus fibras más íntimas y logré que reconociera que esa conducta lo perjudicaba. Ese, sin duda, es un gran primer paso: reconocer el error, admitir su existencia. De ahí en adelante, lo que queda es trabajar, trabajar y trabajar en cambiar el mal hábito y mejorar los resultados.
¿Cómo hacerlo? Lo primero que hay que saber es que, por supuesto, no hay fórmulas exactas, ni pociones mágicas: hay estrategias que ayudan, que a otros nos han ayudado, y que vale la pena probar. De las varias alternativas que le ofrecí a mi amigo, rescato esta tres que, quizás, puedan servirte si tú eres otra de esas personas que pierden el enfoque:
1) Decide: son muchos los caminos que la vida pone ante nosotros, pero no todos están conectados con nuestra pasión, con nuestro talento, con nuestros sueños. Identifica ese que cumple estas características y vete por allí. No será fácil, pero sin duda cuando haya dificultades encontrarás la salida más fácil y la tentación de tirar la toalla es menor.
2) Planifica: de nada te sirve estar enfocado en un proyecto si lo asumes de manera improvisada. El mundo moderno, y más en los negocios, te exige dar lo mejor de ti y eso solo es posible si planificas, si trazas unas tareas con plazo definido, si mides los resultados y si cuidas y potencias tus recursos, tus herramientas.
3) Delega: admitir que no podemos hacerlo todo solos no es una señal de debilidad, como algunos quieren hacernos creer. Es, más bien, muestra de inteligencia: dedícate a las tres o cinco tareas más importantes, a aquellas de las que depende el futuro de tu negocio, y suelta el resto: ponlas en manos de personas profesionales y competentes que te den garantías.
Cuando terminé la charla con mi amigo, hubo dos conclusiones que llamaron mi atención. La primera, que al fin mi amigo había aceptado cambiar su comportamiento y se mostraba dispuesto a trabajar por mejorar su vida; la segunda, que en la próxima Navidad aplicaré estas tres estrategias para poder disfrutar más y estresarme menos…
Muchas veces no logramos lo que nos proponemos porque nos desenfocamos en lo que es realmente importante y lo descuidamos porque queremos abarcar muchas cosas.