Una de las razones por las que me siento muy orgulloso de lo que he construido en mi vida laboral es que no fue un camino fácil. Han sido casi tres décadas de constante aprendizaje y, en especial, de un apasionante descubrimiento. Comencé como emprendedor digital cuando internet era de pedal y ahora avanza a las asombrosas velocidades de la inteligencia artificial.

En aquel entonces, finales de los 90, mi objetivo era ganar el dinero necesario para darme una vida tranquila, sin exceso de lujos porque eso no va conmigo. Pero sí con comodidades y con una retribución económica que, después, justificara el trabajo y el tiempo invertidos. La premisa era evitar que sucediera lo mismo que, en Colombia, había provocado mi punto bisagra.

¿A qué me refiero? Por si no lo sabes, me había graduado como sicólogo clínico de una de las mejores universidades del país y comencé a trabajar. Fueron años difíciles, no solo porque el país estaba en medio de la guerra entre los narcotraficantes y el gobierno, sino porque el mundo laboral era cada vez más precario: inestabilidad, bajos salario, pocas oportunidades

Por eso, como apasionado de la tecnología, no pude resistirme al encanto de internet. Este misterioso universo despertó mi curiosidad y tomé la que, sin duda, fue la decisión más difícil y también la más acertada de mi vida: venir a los Estados Unidos a aprender. No resultó como lo esperaba, sino mejor, ¡mucho mejor! Terminé convertido en referente del marketing digital.

Agradezco todas y cada una de las etapas vividas a lo largo del tiempo, más allá de que algunas de ellas fueron incómodas. ¿Cuáles? Las que significaron sendos fracasos. Sí, no creas que, por ser uno de los pioneros del marketing digital en español no fracasé. De hecho, lo hice más rápido que la mayoría y, seguramente, más veces que la mayoría. ¡Tengo maestría en fracasar!

Por aquellas ironías de la vida, no puedo revelarte la ansiada fórmula del éxito (si es que existe), pero seguro sí puedo decirte cuáles serán las razones de tus fracasos. Porque no hay una sola, por supuesto, sino una variedad. ¡Muchas! Dicho de otra manera, hay múltiples instancias en las que, a lo largo del proceso, el fracaso se presenta como un obstáculo.

Que, no sobra decirlo, para algunos es definitivo. Y a veces, aunque se antoje cruel o duro, es lo mejor que les pudo pasar. ¿Por qué? Simplemente porque ese no era el camino de su vida, no era el momento adecuado. Quizás tan solo era un capricho, o la siempre riesgosa intención de cumplir con las expectativas de otros. O, a lo mejor, un impulso emocional por una tendencia.

La realidad, y vaya si lo he visto durante este tiempo, es que muchas personas se lanzan al vacío dizque porque quieren ser “sus propios jefes”, porque quieren “ser dueños de su tiempo” o porque anhelan “transformar el mundo con su negocio”. Son ellas, precisamente, las que tiran la toalla más rápido porque pronto se dan cuenta de que no es la vida que desean.

Y ese, precisamente, es uno de los mensajes que quiero transmitirte en este contenido: ser emprendedor no es una aventura, como cuando en la niñez ibas al bosque o jugabas con tus amigos. Son incontables los riesgos, las dificultades, la competencia y, sobre todo, los caminos que te llevan directo al fracaso. Y no basta con ponerle pasión, con “amar lo que haces”.

Ahora, no cabe duda de que es conveniente hacer la siguiente salvedad: ¡no te obsesiones con la idea de evitar el fracaso, porque no lo lograrás! Y no solo eso: si no fracasas, no aprendes y, si no aprendes, nunca llegarás a ser exitoso. En otras palabras: el camino al éxito está tapizado por múltiples e inevitables fracasos. La idea, entonces, a aprender a fracasar mejor.

Te presento a continuación cinco formas muy comunes de fracasar:

1.- Eres inflexible.
O, de otra forma, te resistes al cambio. Es un hábito cultivado a partir de lo que nos enseñan en la niñez, de lo que copiamos del ejemplo de otros y, por supuesto, de nuestros miedos. “¿Y qué tal si fracaso?”, “¿Qué tal si algo sale mal?”, “¿Qué tal si los demás se dan cuenta de que no logré el éxito?”, son algunas de las preguntas que nos intimidan, que nos atormentan.

Ideas equivocadas que provocan que nos cueste tomar decisiones, que se nos haga difícil dar un giro y tomar un camino distinto. Ese “¿Y qué tal si…?” es una creencia perversa, una de las que, en la práctica, sabotea cualquier intento de éxito. La única verdad irrefutable de la vida, y de los negocios, es el cambio. Si no cambias, te condenas a quedarte rezagado, olvidado…

2.- No fijar objetivos claros.
Si no sabes para dónde vas, ¿cómo pretendes llegar a algún lugar? Muchos se obsesionan con el destino, con el final del camino, y se olvidan de que ese resultado es estrictamente producto del proceso, del camino. Del conocimiento, de las experiencias, del aprendizaje surgido de tus errores, de la compañía que eliges, de las inversiones que realizas.

Cuando voy a elaborar una carta de ventas para ofrecer un producto al mercado, siempre, sin excepción, comienzo por el final. ¿Cuál? La oferta. Es decir, el objetivo que persigo. Y vengo en reversa hasta el punto de partida. En marketing, “lo último es lo primero”. El objetivo que te fijas es la primera decisión que debes adoptar. De lo contrario, lo que hagas te llevará al fracaso.

3.- No asumir riesgos.
Vivir es un riesgo, cada día. Si bien es algo que puede provocarnos prevención o miedo, al igual que los fracasos los riesgos son inevitables. Piénsalo de la siguiente manera: son el precio que debes pagar para conseguir lo que deseas. Y, a mi modo de ver, también son el ingrediente que le da sabor a la aventura, lo que la hace apasionante, algo digno de vivir y de disfrutar.

Los riesgos potenciales no son más que banderas, de diferentes colores, que te avisan que por ahí no es, que hace falta algo, que tienes que avanzar con precaución, en fin. Son como las señales que ves en una vía, en una carretera: están diseñadas para orientarte, para prevenirte. Es decir, no son negativas. Asumir riesgos te pondrá un par de pasos por delante del promedio.

4.- Te crees infalible.
Algo que, en la práctica no es más que la manifestación de tus miedos. Nadie es infalible porque el error es parte de la esencia del ser humano y, como lo mencioné antes, es la más rica fuente de aprendizaje. Creerte infalible es, quizás, la respuesta al temor a que los demás te critiquen, te desaprueben, te descalifiquen. Esos, créeme, son algunos de los riesgos.

Además, en su infinita sabiduría la vida te demostrará que eres absolutamente falible. No solo te pondrá múltiples obstáculos, sino que en la medida en que los ignores, en que no aprendas, los repetirá una y otra vez, mil veces. ¿El antídoto más efectivo contra esta creencia? Sin duda, el aprendizaje continuo. Cuanto más aprendas, más te darás cuenta de cuánto te falta por aprender…

5.- Creerte autosuficiente.
Esta, por si no lo sabías, es la cara amable del bendito síndrome del impostor. En vez de creer que no eres capaz, piensas que eres capaz de lograrlo todo. Y no solo eso: que puedes hacerlo sin ayuda de otros. En la vida, y el marketing no es ajeno a esta premisa, nadie, absolutamente nadie, logró el éxito en solitario. En cambio, la mayoría fracasó porque iba en solitario…

Aunque dispongas de las mejores herramientas, aunque seas el mejor en lo que haces, aunque hayas logrado buenos resultados en el pasado, fracasarás si persistes en la idea de estar solo. Aquello de “cuatro ojos ven mejor que dos” es cierto. Llegamos solos a este mundo y de él nos vamos a ir solos: sin embargo, mientras estemos acá necesitamos de los otros y los otros nos necesitan.

Ahora, me gustaría que lo pienses por unos segundos y, solo para ti, respondas: ¿en cuántas de estas opciones te ves reflejado? Te prevengo: no te afanes si son las cinco. De hecho, pienso que es una buena noticia. ¿Por qué? Porque significa que has identificado el problema y ese es el primer paso para encontrar la solución. Por favor, no te dejes llevar por las apariencias.

Además, debes saber que todos, absolutamente todos los seres humanos, estamos expuestos a estas manifestaciones de los miedos que nos produce la posibilidad de fracasar. En algún punto del camino, en algún momento de la vida, nos enfrentamos a ellas. ¿La diferencia? Los que aprendemos de ellas, los que las superamos, los que fracasamos, logramos el éxito.

Es una ley de la naturaleza: sin día, no hay noche; sin luz, no hay sombra; sin alegría, no hay llanto; sin fracaso, no hay éxito. Y créeme: no son polos opuestos. Se trata, simplemente, de opciones distintas. El resultado, entonces, está determinado por la que eliges, por el camino que transitas. El mío, como mencioné, está repleto de maravillosos y aleccionadores fracasos


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