En su casa paterna, cuando era una niña, estaba prohibido hablar de política. Salvo que fuera época electoral, ese era un tema vedado. Irónicamente, hoy Najat Vallaud-Belkacem es una de las figuras jóvenes más promisorias de la política francesa. De hecho, muchos los ven a ella y a su esposo Boris Vallaud como el nuevo poder de la izquierda gala.
Más irónico, sin embargo, es que Najat haya conseguido surgir y ganarse un lugar de privilegio, y el respeto de sus compatriotas, a pesar de personificar los tres estereotipos más discriminados de Francia: mujer, joven y extranjera. Es la increíble historia de una mujer forjada por sí misma con esfuerzo, sacrificio, disciplina y convicción en su origen.
Najat nació en Beni Chiker, una pequeña aldea rural ubicada en el norte de Marruecos, con menos de 30.000 habitantes. Allí, la naturaleza no fue particularmente generosa con los pobladores, que desde 1940 comenzaron a emigrar a Europa (Alemania, Bélgica, Países Bajos, Noruega y Francia, principalmente, y más recientemente a España).
La economía de la región es muy débil, el Estado brilla por su ausencia y las oportunidades para quienes nacen allí son, francamente, limitadas. Por eso, son muchos los trabajadores que optan por la desesperada: emigrar a trabajar ilegalmente en Europa. Uno de ellos fue el padre de Najat, que llegó a Francia antes de que ella naciera, en 1977.
Ella se quedó en su pueblo natal con su madre y su hermana mayor Fatiha, que no solo fue su apoyo y su amiga incondicional, sino especialmente el modelo que la inspiró a superarse. En 1982, cuando Najat tenía 4 años, desde Francia llegaron buenas noticias: su padre había conseguido un trabajo en la fábrica de Renault y la familia podía reunirse.
Lo hizo en Amiens, en el norte, donde vivieron experiencias agridulces. Por un lado, disfrutar la posibilidad de acceder a una educación pública de calidad, pero, por el otro, saber que se la miraba con recelo por haber nacido en Marruecos y ser musulmana. Además, Francia es para las jóvenes campesinas un mundo completamente distinto.
El modelo de crianza recibido marcó a Najat y le enseñó, justamente, lo que no quería ser cuando fuera mayor. Dado que tenía terminantemente prohibido ligar con niños, tomó un camino sabio: se refugió en los libros. Por fortuna, su padre, muy estricto, les inculcó las leyes de la religión musulmana, el valor del trabajo, la iniciativa y la capacidad de adaptación.
Cuando concluyó la secundaria, ingresó a la universidad a estudiar Derecho. Ejerció durante tres años, en un bufete en París. Su vida, sin embargo, cambió cuando ingresó al prestigioso Instituto de Estudios Políticos, en la capital, reconocido como tierra de cultivo de la élite del país. Allí, entre los libros de la biblioteca, conoció a Boris Vallaud, su esposo.
Cuando ingresó a la universidad, un profesor le dijo a Najat que el Instituto de
Estudios Políticos, no era para ella. Sin embargo, hizo caso omiso, envió la
solicitud y fue admitida. Requirió dos trabajos simultáneos para pagar sus estudios.
Involucrado en el mundo de la política, a la sombra de Arnaud Montebourg, ministro de Economía del gobierno de Francois Hollande, Boris la llevó a trabajar en el sector oficial. Comenzó en la municipalidad de Lyon, de la mano de Caroline Collomb, esposa del alcalde de esa ciudad del oriente francés. Fue el comienzo de su carrera política.
Luego, a finales de 2006, en un vuelo con destino a Oporto (Portugal), conoció a Segolene Royal, por entonces esposa de Hollande. “Estoy para servirla en lo que usted disponga”, le dijo Najat a Royal, con quien comparte el origen: esta nació en Dakar (Senegal), hija de un militar francés. De inmediato, se unió al equipo de trabajo de Royal.
Fue una de sus tres portavoces oficiales y brindó un apoyo decisivo en la campaña presidencial en la que, en 1997, fue elegido Nicolas Sarkozy. Si bien fue una derrota dolorosa, el aprendizaje fue gratificante. Además, se puso en el radar del ámbito nacional y, por eso, asumió como secretaria nacional del Partido Socialista francés.
Allí estuvo hasta que Hollande la reclutó para su campaña. Cuando este fue elegido presidente, en 2012, la nombró en el nuevo ministerio de Derechos de la Mujer. Su labor fue destacada y, por eso, le encomendaron una tarea más importante: las carteras de Urbanismo, Juventud y Deporte, en las que mostró su talante y su valor político.
Pronto, la prensa comenzó a hablar de ella y la llamó la superministra de temas sociales y transversales. Desde esa trinchera legisló por la penalización de los clientes de la prostitución y, sobre todo, impulsó la Ley de Igualdad. Fue uno de los grandes proyectos de ese gobierno, destinado a cerrar la brecha que históricamente limita a las mujeres en Francia.
Que su madre se haya dedicado exclusivamente a la crianza de los siete hijos marcó
a Najat. “Eso no es lo que quiero para mí y para otras mujeres”, dijo. “Era la
imagen de eso en lo que no debíamos convertirnos”. La educación fue su motor.
En 2014, el presidente Hollande la escogió para hacer realidad uno de los proyectos estrella de su campaña: la nombró ministra de Educación. Regir los destinos de 12 millones de estudiantes, administrar el mayor presupuesto estatal y, sobre todo, llevar a cabo la revolución educativa del nivel secundario, fueron las tareas que le encomendaron.
Considerado el eslabón débil de la cadena educativa en Francia, desde hace 20 años se esperaba la reforma del nivel secundario. Sin embargo, uno tras otro, cada gobierno eludió la responsabilidad. Por eso, cuando Najat comenzó a ejecutar, levantó ronchas, se ganó enemigos y sintió en carne propia la discriminación por ser joven, mujer y extranjera.
Era la primera mujer nombrada en este cargo en la historia de Francia, también la primera musulmana, y con tan solo 37 años eran pocos (quizás a excepción de Hollande) los que creían que pudiera cumplir con la tarea asignada. “Soy consciente de mi responsabilidad. Mi desafío es contribuir al logro de la escuela para preparar el futuro de mi país”, dijo.
“En cada misión que me fue confiada, busqué ser lo más útil y pragmática posible, y siempre fiel a mis valores de izquierda. Me rehúso a ver la educación nacional como una cartera difícil de manejar. Prefiero verla como un desafío permanente para nuestro país”, aseguró a la prensa. Y, sin más, se puso manos a la obra y logró coronar la meta.
Ícono de la diversidad y modelo de superación para cientos de mujeres inmigrantes en Francia, Najat es hoy una de las figuras políticas más promisorias de Francia, al punto que el diario Libération, en un escenario futurista fechado en 2053, afirmó que no tendría nada de raro que esta joven alcanzara el más alto escalón de la política: la presidencia.
Nacida en un ambiente hostil, lleno de limitaciones y con escasas posibilidades para surgir, Najat Vallaud-Belkacem hizo de la educación la más poderosa herramienta para derribar esas barreras y construir una vida de éxito al servicio de los demás. Joven, preparada, atrevida y apasionada, esta mujer dará mucho de qué hablar en el futuro próximo.
Muchas veces, nos quejamos del ambiente en que vivimos, del lugar en que nos puso la vida. Y en eso se nos va la vida, sin que demos un primer paso para cambiar aquello que no nos conforma. Najat Vallaud-Belkacem es un inspirador ejemplo de cómo, gracias a la educación, cualquiera puede transformar su mundo, cumplir sueños y ayudar otros.
ACABO DE CONOCER ESTA GRAN MUJER EN TAN CORTA EDAD HA LOGRADO MUCHAS COSAS EN VERDAD ME QUEDE MARAVILLADO DE SUS IDEALES. UNA VEZ MAS LA EDUCACION ES LA BASE Y LA FORTALEZA QUE LE DA A CADA NACION