“Cuando tu pasión se convierte en proyecto de vida, puedes alcanzar cosas maravillosas”. Alguien podría pensar que su pasión es el baile, pero se queda corto. Otro más puede creer que su pasión es el emprendimiento, pero también se queda corto. Sin embargo, si alguien dice que la pasión de Clemencia Vargas Umaña es transformar vidas y ponerle ritmo a la vida, la define a la perfección.

“Ante toda adversidad, siempre hay una oportunidad”. Cuando apenas tenía 6 años, por motivos personales salió del país con su mamá Beatriz Umaña, rumbo a Estados Unidos. Era solo una niña, pero la vida la desarraigaba de su familia, de su país, de su ciudad, de sus amigos. “Fue un momento muy difícil”, recuerda. Una dificultad que ella convirtió en oportunidad y en fortaleza.

Cuando vivía en Colombia, tomaba clases de ballet, pero lejos estaba de imaginar lo que el baile representaría en su vida. Y menos imaginaba que en ese país extraño, con un idioma que no conocía, esta actividad se iba a convertir “en una herramienta de vida, de superación, de expresión de sentimientos, de creación de identidad, de reconocimiento y de empoderamiento”.

En el vecindario donde estaba su apartamento había una academia en la que daban clases de baile. Todos los días pasaba por ahí, pero nunca entraba. Era un momento (1996) en el que no teníamos la capacidad para pagar la mensualidad, que era de 300 dólares por dos clases a la semana, cuenta. Sin embargo, siempre tuvo la tentación de entrar, y un buen día entró.

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Clemencia Vargas unió su pasión por el baile y por el emprendimiento.

“Fui a una clase de prueba y la profesora, una salvadoreña que hoy es una de mis grandes mentoras, me dijo que tenía demasiado talento y que me iba a conseguir una beca”. Sin querer queriendo, comenzó una ruta maravillosa que hoy la tiene como directora ejecutiva de la Fundación Vive Bailando y, algo más importante, como agente de transformación social.

Su talento, sus ganas, su convicción y su pasión por el baile le permitieron alcanzar grandes logros en corto tiempo. Formó parte de Backstreet Boys, una famosa agrupación urbana surgida en Orlando (Florida) en 1993 que cobró fama tres años más tarde con un álbum del mismo nombre. Es considerada la banda masculina de pop más importante e influyente de la historia de la música.

También abrió conciertos para Black Eyed Peas, Destiny’s Child, ‘N Sync y la mexicana Julieta Venegas, y bailó en la fiesta privada del cumpleaños de Lourdes María, hija de la famosa intérprete estadounidense Madonna. Participó en audiciones, en cástines y se convirtió en bailarina profesional. Sin embargo, siguiendo el consejo de sus padres, ingresó a la universidad.

Eligió Babson College, una casi centenaria y prestigiosa institución privada localizada en Wellesley (Massachusetts), cerca de Boston, y una de las escuelas de emprendimiento mejor calificadas del mundo. Estudió Finanzas y Economía y le agregó otro ingrediente valioso a su perfil, además de sustento académico al sueño que ya, por aquel entonces, daba vueltas en su inquieta cabeza.

Con el diploma en la mano, entró a Delloite & Touch, una multinacional de servicios profesionales, Top-4 de auditoría a nivel mundial, y regresó a Colombia. Esta fue una experiencia que la marcó de muchas formas: conoció las industrias del país, el contexto de los negocios, entendió la realidad nacional y cómo funcionaban los temas laborales, contables y tributarios, entre otros.


Actualmente, la Fundación desarrolla programas en Tocancipá, Fontibón,
Madrid y Mosquera (Cundinamarca); además de Buenaventura, Cali,
Barranquilla, Montería y Cartagena. Y mira más allá de las fronteras.


Poco a poco, tras bambalinas, iba armando el rompecabezas. Fueron tres años y medio de un enriquecedor aprendizaje, de acumular experiencias, de ampliar horizontes y, sobre todo, de fortalecer las convicciones. Por eso, en 2014 renunció y se tiró al agua: creó la Fundación Vive Bailando. “Ese año, hicimos un programa piloto en Puerto Gaitán (Meta)”, dice Clemencia.

Desde entonces, más que la idea, más que la metodología, lo que ha cambiado, lo que ha evolucionado y se ha diversificado es el modelo de negocio. En Colombia, cuando se habla de una fundación se piensa en la filantropía tradicional, en donaciones, en organizar eventos y recaudar dinero para causas benéficas. Este, sin embargo, no es el enfoque que Clemencia anhelaba.

La orientación que requería la encontró en 2015, cuando participó en Oxford (Inglaterra) en el The Skoll World Forum on Social Entrepeneurship, un foro mundial de emprendimiento. Me cambió la visión del modelo de negocio que estábamos planteando: creo que el esquema tradicional filantrópico está mandado a recoger y lo que se impone es el emprendimiento social, explica.

La primera línea de trabajo de la Fundación son las intervenciones sociales. Son programas de alto impacto a través de los cuales no solo generamos beneficios, cambios y transformaciones para los jóvenes, sus familias y la comunidad, sino que cumplimos con los objetivos específicos de empresas privadas, organizaciones de cooperación internacional y otras entidades”.


El 90 por ciento de los jóvenes que reciben el impacto de la Fundación
Vive Bailando son menores de 18 años. Desde 2014 atendieron ya a
unos 4.200 jóvenes en las intervenciones sociales.


La segunda línea son los talleres. Surgen de la expresa necesidad de empresas y comunidades que deseaban implementar la metodología, pero en menor escala. “Son actividades de liderazgo a través del baile, del trabajo en equipo. Somos el segundo país de Latinoamérica con más jóvenes que no estudian, ni trabajan, con problemáticas similares independientemente del estrato socioeconómico.

En un sentido parecido, a la Fundación le solicitaron llevar sus bailarines y coreografías a otras actividades empresariales que se convirtieron en una buena fuente de ingresos que contribuye a financiar los programas y en alternativa para difundir su labor. Son los eventos, actividades de marca para empresas, shows de Navidad o fiestas. El baile como herramienta de recreación.

Finalmente, línea de acción más reciente es la academia. “Es la forma de llegar a personas que sí tienen la capacidad económica para pagar por sus clases. Un porcentaje de este dinero ayuda a la sostenibilidad de la Fundación, pero a largo plazo permitirá financiar programas propios en comunidades que no sean atendidas por empresas, cooperación internacional o el Gobierno.

Lo más importante es que las actividades de cada una de estas líneas se ajustan a las necesidades puntuales de cada comunidad, a su contexto cultural, y de las empresas involucradas. No es un solo programa que se replica en todas partes, sino un marco teórico y una filosofía que se adaptan al mercado específico, a los clientes. Esa, sin duda, es una de las razones los buenos resultados.

Además, se trabaja con Proverty Actions en la implementación de un modelo de medición de impacto que permita garantizar que todas y cada una de las tareas previstas se llevó a cabo con éxito. Una tercera marca de innovación es cómo abordan las comunidades: llegamos como un reallity. No queremos ser una fundación más, sino una que deje huella, que entusiasme, explica.

Finalmente, está la construcción de tejido social. Los cambios más significativos se dan cuando las personas de extremos, jóvenes de estratos 2 y 6 se mezclan y se dan cuenta de que pueden bailar juntos y compartir experiencias. Aprenden que viven problemáticas similares: baja autoestima, mala comunicación con los padres, no tener un plan de vida, ganas de probar las drogas”.

“Cuando tu pasión se convierte en proyecto de vida, puedes alcanzar cosas maravillosas”. Más, cuando esa persona entiende que “ante toda adversidad, siempre hay una oportunidad”. Clemencia Vargas Umaña unió su pasión por el baile y por el emprendimiento y la convirtió en la más impactante herramienta para transformar vidas. ¡Eso sí que es ponerle ritmo a la vida!


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