Hubo una época de mi vida en la que fui un fumador compulsivo. Fumaba porque estaba nervioso, porque acababa de almorzar, porque tenía sueño, porque me tomaba un café, en fin. Un vicio que arrastré por años y que, aunque varias veces intenté dejarlo, no pude. La verdad, era imposible conseguirlo porque siempre estaba rodeado de otros fumadores.

Fue un grave error incontrolable que por poco me cuesta la vida: hace unos años, antes de tomar un avión hacia Bogotá para dirigir uno de mis eventos presenciales, sufrí un infarto. Terminé de urgencias en el hospital y la orden del médico fue tajante: “Deja de fumar o se muere”. Por supuesto, entendí el mensaje, dejé el hábito y me dediqué a cuidar mi salud.

Sin embargo, el tema no terminó ahí. Tuve que adquirir nuevos hábitos, tanto en la alimentación como en contra del sedentarismo. Aunque en Estados Unidos no es fácil, porque esta es la tierra de los ultraprocesados, comencé a comer más sano. Esto significó dejar de consumir algunos productos que no me hacían bien y cambiarlos por otros saludables.

El tema del sedentarismo para mí es más complicado, dado que nunca adquirí el hábito de practicar deporte. Sin embargo, procuro caminar, bien sea con mis hijas o con mi mascota. Hoy sé que fue un error haber expuesto mi salud durante tantos años. Por fortuna, la vida no solo me dio una nueva oportunidad, sino que me dejó grandes lecciones de esta experiencia.

La primera, que no puedes vivir de espaldas a los errores toda la vida. Tarde o temprano habrá algo que te indique que estás equivocado, algo que te obligue a cambiar el rumbo que llevas. Por eso mismo, no tiene sentido empecinarte en negar tus equivocaciones: todos, absolutamente todos los seres humanos, erramos cada día. Es parte de nuestra esencia.

La segunda, que nunca es tarde para corregir. La vida siempre nos da señales, nos envía mensajes que pasamos por alto (otro grave error), pero siempre nos da otra oportunidad. Esta, créeme, fue una poderosa lección que puse en práctica en todos los ámbitos de mi vida, incluido mi trabajo: cuando eres emprendedor, el error está a la vuelta de la esquina.

La tercera, y la más importante, no podemos evitar los errores. Esto, por supuesto, no significa que nos hagamos amigos del error, que lo convirtamos en algo normal, que lo aceptemos de buena gana. Un tema es que los humanos somos propensos a las equivocaciones y otro muy distinto que nos enamoremos de esas equivocaciones que, a veces, nos causan tanto malestar.

Algo que suelo repetir en mis charlas o en mis asesorías es que agradezco tantos errores que cometí. Sin ellos, algunos de los cuales fueron groseros, no sería quien soy ni como persona, ni como emprendedor. En otras palabras: soy una buena persona y un emprendedor exitoso gracias al aprendizaje surgido de esas equivocaciones, a que tuve la capacidad de corregir.

¿Por qué es valioso esto que te digo? Porque en mi trabajo, día a día, me encuentro con emprendedores valiosas, personas valientes, que no consiguen lo que desean. ¿Y sabes por qué? Porque viven obsesionadas con la idea de no cometer errores. Y ese, a la postre, es el peor de todos, el más costoso, porque te paraliza, porque te llena de miedo y ansiedad.


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Una mala actitud, centrarnos en lo negativo, es lo que impide que aprendamos de los errores.


El miedo a fracasar, que incorpora el pánico al qué dirán (ser juzgados por otros) nos impide entender que cada error que cometemos trae consigo un valioso aprendizaje. Sin embargo, nos enfocamos en lo negativo de la situación y quedamos sometidos a volver a caer. ¿Cómo evitarlo?


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El problema, porque siempre hay un problema, es que desde que nacemos nos inculcan el hábito de tratar de evitar los errores. Nos enseñan que los errores son malos y crecemos convencidos de la carga negativa de los errores, de esas experiencias de la vida que a veces no salen como lo preveíamos. Además, nos venden un modelo de perfección que no existe.

La consecuencia de todo esto es que nos aterroriza equivocarnos. Tanto porque lo percibimos como una debilidad como por el famoso qué dirán, que nos condiciona. Le tenemos el pavor al fracaso, quizás porque no nos damos cuenta de que la vida es un largo camino que se construye de error en error, de fracaso en fracaso. Te lo repito: es algo que nadie puede evitar.

Cuando cometemos un error, por aquello de la carga negativa, asumimos una actitud contraria a la requerida: vemos lo malo, en vez de lo positivo y constructivo que encierra cada error, cada fracaso que sufrimos. Lo primero que debemos hacer (a mí me costó mucho, pero lo logré gracias a mis padres y mentores) es un cambio de chip: aprender a aceptar los errores.

Cuando haces esto, cuando entiendes que el error es más bien una oportunidad que te brinda la vida, cuando impides que las emociones te dominen, puedes obtener grandes lecciones. Hay una frase popular que dice “A veces, se gana y a veces, se aprende”. Y supongo que ya sabes que en la vida, nos guste o no, son muchas más las ocasiones en las que no se gana (se pierde).

Por eso, te ofrezco cuatro claves para que puedas superar los errores que cometes y, lo mejor, que puedas aprender de ellos y no se vuelvan una conducta reiterada:

1.- No puedes huir de algo que está en ti.
Sí, como lo mencioné antes, el error es parte de la esencia del ser humano, viene con nosotros por configuración original. Y si está ahí, créeme, es por algo que va más allá de incomodarnos o hacernos sentir mal. Comprender y aceptar que errar es humano es un buen comienzo, en especial porque te quitas el peso de la carga emocional, que es muy mala consejera.

2.- Si solo ves lo negativo, no aprendes.
Debemos convenir que no es fácil aprender de los errores, sobre todo porque nos enseñan que son malos. Ciertamente, hay algunos que son dolorosos, que son costosos también en término de las consecuencias que debemos asumir. Sin embargo, es menester cambiar la actitud frente a las equivocaciones para poder aprovechar esa lección que siempre incorporan y que es útil.

3.- No esperes que la vida te repita la lección.
“La vida es tan buena maestra, que si no aprendes la lección, te la repite”, es una frase de autor anónimo que circula por las redes sociales. A mi juicio, es una premisa verdadera que, además, he experimentado más de una vez. Hoy, fruto de los errores del pasado, sé que lo malo no es equivocarse, sino reiterar la equivocación una y otra vez porque no aprendes.

4.- Construye tu mejor versión, no una perfecta.
Nadie es perfecto y, mejor aún, nadie puede ser perfecto. Suelta esa carga, libérate de esa responsabilidad y dedícate a disfrutar la vida. Que, por supuesto, significa lidiar y gestionar los errores, el pesado lastre emocional que implican. La tarea encomendada a los seres humanos fue la trabajar para ser mejores hoy de lo que fuimos ayer. Buscar la perfección es un error.

El arte de apreciar, valorar y disfrutar la vida consiste en seguir. Seguir adelante después de superar una etapa, de terminar una relación, de sufrir una pérdida, de cometer un error. Seguir adelante, porque el error más grande y costoso que el ser humano puede es aquel de quedarse anclado en el pasado, atado a un error que ya pasó. Erra, aprende y sigue: esa es la ley de la vida.