El cambio es algo a lo que, por lo general, le tememos. Aunque el ser humano en muchas situaciones se mueve por la curiosidad, tiene miedo de lo que le resulta desconocido o, cuando menos, incierto. Es un sentimiento que aflora especialmente en épocas de crisis, como la actual, en la que la vida nos invita al cambio, a la reflexión, a revisar el rumbo, a explorar nuevos caminos.

Y nos llama la atención, sí, pero casi nunca entramos en acción, casi nunca damos el primer paso. ¿Por qué? “Siento que no es mi momento”, “No tengo el dinero necesario”, “Ahora, justamente, estoy enfocado en otros proyectos”, “Mi familia consume todo mi tiempo”, “Mi trabajo actual me brinda las garantías necesarias” y otras más excusas… Sí, excusas, porque no son razones.

Cuando nos exponemos a una situación de incertidumbre, la mente, que es sabia, pero también, traviesa, activa sus mecanismos de defensa para contenernos, para convencernos de que es mejor seguir postrados en la zona de confort, allí donde, creemos, no hay riesgos. Y, claro, claro que sí hay riesgos: el riesgo de dejar que se te pase la vida sin recibir de ella lo que te mereces.

El problema, porque siempre hay un problema, es que cuando éramos niños nos educaron bajo la premisa del premio/castigo: nos acostumbramos a actuar solo cuando a cambio podíamos obtener algo, en especial, algo que nos interesaba. Un juguete, una salida al parque o a comer helado, ver una película en la noche, en fin. Sin darnos cuenta, entramos en el perverso juego del chantaje.

Entonces, queremos que la vida nos dé antes de darle nosotros a ella. Queremos que la vida nos facilite el camino, que quite las dificultades que puedan incomodarnos, que nos lleve por un atajo que nos permita llegar rápido adonde queremos. Y puede pasar, sí, pero luego nos damos cuenta de que no era lo que deseábamos o, peor, de que el precio que tuvimos que pagar es muy alto.

Son momentos en los que los pensamientos negativos nos invaden y bloquean la mente. “No tengo ganas”, “Hoy no estoy de ánimo”, “No sé por dónde empezar”, “Mejor lo pienso bien y después lo decido”, “No sé, tengo miedo de perderlo todo”, “¿Y si no tengo lo necesario para triunfar?” o “El tiempo y la vida se encargarán de darme lo que merezco; voy a esperar”.

¿Te suena familiar alguna de estas premisas? ¿Varias? ¿Todas? Son esos argumentos que la mente esgrime cuando queremos dar el primer paso, cuando queremos salir de la zona de confort, cuando deseamos emprender una aventura. Frases que nos resultan provechosas, fáciles de digerir y que, de tanto repetirlas, las convertimos en una verdad. Y así se nos va la vida…

Todos, absolutamente todos, pasamos por este proceso alguna vez en la vida. Lo malo es cuando este proceso se convierte en un hábito, en algo recurrente en tu vida. El resultado es que, entonces, jamás vas a conseguir lo que deseas, siempre vas a estar frustrado, mientras lo mejor de la vida se te escapa de las manos como el agua, mientras otros disfrutan de éxito y abundancia.

Esta desagradable situación ocurre, entre otras razones, porque desconocemos lo que valemos, o no sabemos apreciarlo. No sabemos lo que valemos cuando les damos mayor relevancia a las debilidades, a las limitaciones, a lo que nos hace falta. Sucede cuando prestamos demasiada atención a lo que dicen los otros, cuando creemos que necesitamos su aprobación para vivir.

La otra cara de la moneda, es decir, cuando te enfocas en lo positivo, en tus fortalezas, es que rompes los límites, que te despojas de las cargas del pasado, que te liberas de los efectos nefastos del qué dirán, que estás en capacidad de alcanzar tus sueños y hacer realidad tu propósito. Ese, amigo mío, es el primer paso: el siguiente es comenzar a trabajar en ti, comenzar a invertir en ti.

Cuando te enfocas en tus fortalezas te das cuenta del valor que tienes, de que eres alguien único e irrepetible y, en especial, de que con tu conocimiento y experiencias puedes ayudar a otros. Ese, créeme, es uno de los descubrimientos más valiosos que puedes hacer en la vida, una de las certezas más poderosas que existen: poner tu pasión y vocación de servicio al alcance de otros.


Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

Cuando amas lo que haces, cuando haces lo que te apasiona, la vida te recompensará de maneras maravillosas.


Identificar nuestras fortalezas, enfocarnos en ellas y aprovecharlas para ayudar a otros, para transmitir el conocimiento y las experiencias que nos hacen únicos, es la estrategia adecuada para superar el miedo al cambio y a la incertidumbre que reinan en etapas como la actual.


Identificar claramente cuáles son nuestras fortalezas, además, nos permite descubrir para qué somos buenos, nos da la posibilidad de establecer cuál es el propósito de nuestra vida, es decir, para qué llegamos a este mundo. Y, por supuesto, te das cuenta de cuáles son tus puntos débiles y, entonces, puedes comenzar a trabajar en ellos, a desarrollar habilidades para ser tu mejor versión.

En este sentido, hay algo que muchos pasamos por alto: una debilidad no es un obstáculo. No necesariamente. ¿A qué me refiero? A que puedes neutralizarla, restarle poder y, aún así, alcanzar tus sueños, lograr tus propósitos. Además, identificar tus debilidades te ayuda a establecer cuál es el campo de acción en el que debes concentrarte para sacar mayor provecho de tus fortalezas.

La peor tragedia del ser humano en el mundo moderno es aquella de malgastar su vida en un trabajo que no le gusta, vivir con una pareja a la que no ama, estar ocupado en actividades que no le aportan nada positivo, enredarse en situaciones contrarias a lo que lo apasionan y conmueven. ¿Percibes las dimensiones del desastre? ¿Ves lo que puede ocurrir si no tomas control de tu vida?

Durante los últimos meses, impulsados por el confinamiento obligatorio producto de la pandemia, muchos hemos tenido el tiempo y la necesidad de reflexionar acerca de nuestra vida. Sí, revisar si el curso que esta lleva es el que deseamos o, por el contrario, vamos en contravía de nuestros sueños. Por mi parte, hice un autoexamen que me ofreció resultados increíbles, muy positivos.

Para cualquier actividad en la vida, pero especialmente si eres un emprendedor, debes establecer con claridad cuáles son tus fortalezas, para potenciarlas, y tus debilidades, para restarles poder. Y requieres adquirir conocimiento, desarrollar habilidades y generar una red de apoyo. Porque, debes saberlo, nada en la vida es gratis, nada: si quieres algo, primero debes ganártelo. ¡Así es!

Hay tres acciones que utilizo y que pueden ayudarte en este proceso:

1.- Invierte en ti. Lo que sabes y lo que has vivido no es suficiente para sobresalir en un mercado que hoy es muy competido. Necesitas algo más, un plus que te haga único, diferente. Una vez sepas cuáles son tus fortalezas, determina qué conocimiento requieres para potenciarlas, cuáles son las habilidades que debes desarrollar para aprovechar tus dones y tus talentos, tu pasión.

2.- Toma acción. De nada te sirve todo el conocimiento del mundo si no das el primer paso, si no implementas. Olvídate del miedo, olvídate de los errores: siempre estarán, igual que el dolor. Pero, si eres inteligente podrás aprender de ellos y, aunque no lo creas, te harán más fuerte y hasta pueden convertirse en tus aliados. Solo avanzarás si tomas acción, si das el primer paso.

3.- Comparte con otros. Servir, amigo mío, es el mejor negocio del mundo, el más rentable. Los réditos de compartir con otros tu conocimiento y experiencia, de ayudarlos a transformar tu vida, regresan a ti multiplicados y representados en increíbles y poderosos beneficios. La vida me enseñó que lo que no se comparte, no se disfruta: sé una fuente de cambio, de inspiración.

El cambio es algo a lo que, por lo general, le tememos. Es un sentimiento que aflora especialmente en épocas de crisis como la actual. Sin embargo, cuando superamos ese tabú, cuando nos damos la oportunidad de ir por aquello maravilloso que la vida tiene reservado para nosotros, cuando nos enfocamos en las fortaleza descubrimos el infinito poder del “sí se puede” y disfrutamos sus beneficios.


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