No es el miedo a comenzar, sino el miedo a tropezar, a caer una y otra vez, a fracasar. Ese es el gran freno para aquellos que en algún momento de sus vidas toman la decisión de convertirse en emprendedores. A nadie le gusta tropezar, a nadie le gusta caer una y otra vez, a nadie le gusta fracasar, pero ese es el proceso, así es el proceso.
Afortunadamente, digo yo. Y digo afortunadamente porque la vida nos enseña que solo de los errores se aprende. El éxito nos nubla la mente, nos ciega los ojos y nos impide ver algo que eventualmente se pudo hacer mejor, o que no se debió hacer. Es una actitud característica del ser humano, pero un hábito muy riesgoso cuando hablamos de negocios.
Cuando era niño, recuerdo que me tomó un tiempo armarme de valentía para montarme en una bicicleta y dar los primeros pedalazos. Dado que nunca fui afecto a los deportes, tenía pánico de sufrir una dura caída. Entonces, siempre encontré la disculpa perfecta para postergar ese momento, hasta que un día la presión de los primos me hizo ceder.
Y me monté en el caballito de acero, como se le llama en Colombia, y me eché a rodar. ¿Me caí? ¡Claro que me caí!, pero el dolor por los golpes y los raspones en diversas partes del cuerpo fueron menos impactantes que la experiencia. Sentir el viento golpeando mi cara, la adrenalina provocada por la velocidad y el frenazo en seco eran incomparables.
Así, la vida me dio una gran lección. Una que hoy reconozco me sirvió mucho para los negocios, porque entendí que el error es parte fundamental del proceso, puede de él se desprenden los grandes aprendizajes. Y no es que me guste equivocarme, por cierto, pero ya sé que este mal momento me puede servir.
Como hombre de negocios hace casi veinte años y sicólogo de profesión, soy sensible a esos miedos que atormentan al ser humano en situaciones en las que se siente en desventaja o en riesgo. Una de ellas, por supuesto, es comenzar un negocio. Si bien existe la ilusión de obtener un resultado positivo, la incertidumbre es inevitable.
Y más que incertidumbre son sus variadas manifestaciones: por el dinero que se puede perder, por el tiempo que se puede desperdiciar, por la eventual respuesta del mercado, por la actitud de la competencia, por el vaivén de los precios, en fin. La lista es más larga todavía. Y esa sumatoria de incertidumbres se resume en una palabra: miedo.
Que a veces, valga decirlo, es pánico. Ese, por supuesto, es el peor de tus enemigos. El que te bloquea la mente, el que te nubla la vista, el que te paraliza los músculos, el que te induce al error. Recuerdo que hace veinte años, cuando comencé, mis miedos eran terribles. Sin embargo, fueron desapareciendo paulatinamente, a medida que avanzaba.
Sí, descubrí que el miedo es muy miedoso, si vale la expresión. Sí, que los miedos salen despavoridos cuanto tienes éxito, cuando superas dificultades, cuando alcanzas tus metas, cuando tus clientes te reconocen, en fin. Al miedo le da miedo que tú le pierdas el miedo, y aunque suene a trabalenguas ese es uno de mis mayores aprendizajes.
Sumatoria de incertidumbres
Como cuando decidí montarme en aquella bicicleta y comencé a pedalear, después de 100 metros, de 500 metros, me di cuenta de que el miedo había desaparecido o, cuando menos, se había refugiado lejos de mi vista. Y en los negocios fue igual: empecé con miedo, con mucho miedo, pero con la primera venta, con la quinta, se desvaneció.
¿Cuál es el problema?, te preguntarás. Que el miedo nunca desaparece o, dicho de otra forma, se convierte en esos errores que te incomodan en el camino. Lo importante es reconocer que nadie está exento de cometerlos y que solo sale airoso aquel que tiene la capacidad para aprender de ellos, superarlos, dejarlos atrás y seguir adelante.
Imprescindible es comprender que por más experiencia que acumules, por más años que lleves en el mercado, por más reconocido que seas, por más éxito que hayas experimentado, estás propenso a cometer errores. Esa es la condición humana y no la podemos cambiar. Pero, sí podemos prepararnos para evitarlos, para superarlos.
Especialmente cuando se está en la etapa inicial de un negocio, los emprendedores estamos sometidos a errores que pueden dar al traste con nuestra ilusión. Hay tres, sin embargo, que considero los más frecuentes y también los más difíciles de corregir y, por ende, los que más problemas nos ocasionan. Veamos cuáles son:
1) Obsesión por los clientes: garantizar el sustento económico de tu negocio es, sin duda, la mayor preocupación en el comienzo. Esa etapa demanda altas inversiones económicas, de tiempo, de recursos y de energías y todos queremos recuperarlas lo más pronto posible. Es entonces cuando caemos en la trampa de buscar más y más clientes.
Esta práctica no solo nos debilita, mina nuestras energías, sino que nos conduce a un error más grave y costoso: dejar a un lado a los clientes que ya tenemos, a los que ya nos compraron. Conocer tus posibilidades, aceptar cuál es tu límite y enfocarte en esos clientes a los que puedes atender a cabalidad es el camino para evitar este tropiezo.
2) Todos son mis clientes: una variación del anterior. No sabes quiénes son tus verdaderos clientes, es decir, quiénes sí están interesados en el producto o servicio que ofreces, aquellas personas dispuestas a darte su dinero a cambio de ese beneficio. Y como no sabes, vas como un ciego, tropezando con lo que hallas en el camino, sin rumbo fijo.
El tiempo, el dinero y los recursos que desperdicias en estas circunstancias es algo incalculable (afortunadamente, digo yo). Y es un error que se evita fácilmente: con el consabido estudio de mercado previo al lanzamiento de tu oferta. Si conoces el mercado, si estableciste cuál es tu nicho, no solo obtendrás mayores réditos, sino que te ahorrarás estrés.
3) Descuidar tu imagen: he visto a muchos emprendedores picar este anzuelo y pagar caro las consecuencias. Creen que es suficiente con tener una bonita foto, un logo moderno y una llamativa presencia en internet, además de autoproclamarse expertos en su materia. Sin embargo, a la hora de la verdad falla en los básico: la credibilidad.
Recuerda que tú eres la marca personal de tu negocio, el goodwill que te posiciona en el mercado. Entonces, enfócate en demostrar lo bueno que eres, en ayudar a los que necesitan esa solución que ofreces, en ganarte la confianza del mercado. Luego, sin que te des cuenta, el propio mercado te señalará como una marca poderosa.
No es el miedo a comenzar, sino el miedo a tropezar, a caer una y otra vez, a fracasar. Ese es el gran freno para aquellos que en algún momento de sus vidas toman la decisión de convertirse en emprendedores. Aprende, entonces, que los errores son parte del proceso, aprende ellos, supéralos y sigue adelante. ¡El éxito y la felicidad te esperan!