Como padre de unas niñas, cada día experimento la preocupación de saber qué clase de mundo les vamos a dejar para cuando sean mayores. Aunque presumimos de vivir una época moderna, la realidad nos desmiente: guerras, hambre, discriminación, intolerancia, terrorismo demencial, religiones que nos dividen, un planeta que se muere sin remedio.
Vivir nunca fue fácil, es cierto, y para comprobarlo simplemente hay que leer un poco de la historia de la humanidad. Lo irónico es que hoy, en tiempos en los que lo tenemos casi todo a favor, da la impresión de que estamos peor que antes. Nunca antes la vida fue tan fácil y placentera como ahora, gracias a eso que llamamos progreso.
Sin embargo, nunca antes fuimos tan infelices, nunca estuvimos tan amenazados. ¡Qué ironía! Porque así me lo enseñaron mis padres y porque lo he experimentado en carne propia desde que tomé la decisión de convertirme en emprendedor, sé que lo más valioso que poseemos, lo único que no podemos perder, es la libertad.
Más que un derecho, es un privilegio que a través de la historia tuvo heroicos protagonistas, héroes inmortales. Uno fue Abraham Lincoln, el decimosexto presidente de los Estados Unidos. ¿Por qué te hablo de él? Porque fue el padre de la libertad o, dicho en otras palabras, el responsable de que se aboliera ese abominable mal llamado esclavitud.
El primero de enero de 1863, promulgó la Proclamación de la emancipación y decretó que todos los esclavos de los Estados Confederados de América debían ser liberados. No fue tan fácil como decir y hacer, pero fue el comienzo. Algunos estados como Kentucky (donde nació Lincoln), Misuri, Delaware o Maryland hicieron caso omiso.
Sí, mantuvieron este flagelo hasta el 18 de diciembre de 1865, cuando se promulgó la Decimotercera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos. Irónicamente, Lincoln no vivió para ver hecho realidad su sueño, pues había sido asesinado meses antes, el 15 de abril. Sin embargo, su legado se mantuvo y su nombre quedó inscrito en la historia.
Lincoln nació el 12 de febrero de 1809 en una familia con ancestros ingleses. Su niñez y adolescencia estuvieron marcadas por carencias materiales y cambios de residencia. Nunca acudió a una escuela formal y fue autodidacta. “Sé leer, escribir y contar, y hasta la regla de tres, pero nada más. Lo que poseo en materia de educación lo he recogido aquí y allá”, decía.
Esa primera mitad del siglo XIX fue crucial en la historia de Estados Unidos. Era un país dividido por visiones del mundo y de la vida opuestas: el norte, influenciado por la Revolución Industrial importada de Inglaterra, y el sur, gobernado por una clase aristocrática de terratenientes que usaba la esclavitud de los negros para favorecerse.
Eran días en los que el país crecía hacia el occidente, a tierras inexploradas. De hecho, nueve estados se habían sumado a la Unión antes de que en 1820 Misuri hiciera su solicitud. Pero, era un estado esclavista y su ingreso rompía el delicado equilibrio del senado federal, un problema al que se le debía dar solución sí o sí.
¿Por qué? En aquel tiempo, se estableció que debía haber igualdad de fuerzas (miembros) entre quienes apoyaban la esclavitud y quienes la combatían. Tras muchos ires y venires, hubo salida: el llamado ‘Compromiso de Missouri’, que permitió el ingreso a la Unión no solo de Misuri, sino también de Maine, como estado libre. Así, se mantuvo el equilibrio.
Un gran revolucionario
Además, se estableció una línea imaginaria en el paralelo 36° 30’, que dividió al país: en el sector norte, la esclavitud quedó prohibida. Fue, sin embargo, un convenio frágil que poco duró y a nadie gustó. Por debajo de la mesa, los antagonismos fueron alimentados y a mediados del siglo XIX, los ánimos estaban más caldeados que nunca.
Para los estados del sur, una eventual abolición de la esclavitud significaba el final de su reinado en el comercio mundial del algodón y de su opulento estilo de vida. En el norte, mientras, había un creciente descontento porque eran conscientes de que aquellos no cumplían con los compromisos. Así entonces, se llegó a una situación de no retorno.
Así se llegó a las elecciones presidenciales de 1860. En la sombra, sin hacer ruido, Lincoln logró que el Partido Republicano lo escogiera como candidato y, aunque era muy poco conocido, logró sumar adeptos en los estados del norte. Entre los demócratas no hubo acuerdo y se presentaron con dos candidatos: uno por el norte y otro por el sur.
Pero aún había mucha tela por cortar. Su elección generó más división y antes de asumir el 4 de marzo de 1961, seis estados del sur abandonaron la federación. «En vuestras manos, y no en las mías, está el tema de la guerra civil. El gobierno no os atacará. No puede haber conflicto sin que vosotros seáis los agresores», dijo en su posesión.
Finalmente, la guerra estalló. Al sur le preocupaba su futuro y confiaba en su poder militar. No deseaba invadir los territorios del norte, sino evitar ser invadido. El conflicto cobró más de un millón de víctimas. Comenzó el 12 de abril de 1861 cuando los sureños atacaron Fort Sumter, enclave federal que defendía la entrada a Charleston (Carolina).
En medio de la guerra, en junio de 1964, Lincoln fue reelegido presidente. Finalmente, el 9 de abril de 1965, el general Robert E. Lee, en representación de los estados sureños, firmó la rendición. Su ejército estaba dividido y debilitado por las deserciones y los pobladores no soportaban más los rigores de la guerra. Pero, la paz iba a ser esquiva.
Lincoln se convirtió en una víctima más, ante el temor de que sus revolucionarias ideas se hicieran realidad. Cinco días después, mientras se encontraba en el palco del Ford’s Opera House de Washington, el presidente recibió un disparo en la cabeza por parte del actor John Wilkes Booth, un declarado seguidor de la causa sudista.
Lincoln agonizó durante toda la noche y finalmente murió poco después de las 7 de la mañana, la hora a la que acostumbraba iniciar sus labores diarias. Falleció sin ver concretado su sueño de libertad. Lo cierto es que en la historia de Estados Unidos hay un antes y un después de Abraham Lincoln, el padre de la libertad.
Creer en la libertad para todos por igual, trabajar para que los negros dejaran de ser esclavos, proponer que esta población tuviera derecho al voto, igual que las mujeres, fueron ideas revolucionarias que, si bien tiempo más tarde se concretaron, resultaron inaceptables en aquella turbulenta época. Y eso, tristemente, le costó la vida.
Quizás de una forma diferente a esa primera mitad del siglo XIX, el mundo otra vez está amenazado. Por eso, a veces reflexiono para ver desde mi labor como emprendedor cómo contribuyo a dejarles a mis hijas un mundo mejor en el que sean libres y, a diferencia de Abraham Lincoln, pueda disfrutar de sus sueños hechos realidad. ¿Te unes conmigo?
Interesante artículo, lectura fluida con los detalles precisos que a veces buscamos.Me Encantó.