Soy un apasionado de la tecnología, quizás lo sabes. Lo soy desde mi adolescencia, cuando la tecnología (por allá en los años 80 del siglo pasado) era bien distinta a la actuar. Es decir, un nuevo radio, un nuevo televisor, un refrigerador o un utensilio para la cocina eran la tecnología. Acaso un reloj o algún dispositivo para escuchar música (una grabadora).

¿Internet? No existía. ¿Redes sociales? Nadie las imaginaba. ¿Inteligencia artificial? Eran un privilegio de libretistas de las películas de ciencia ficción o de escritores del mismo género. El mundo era un sinfín de aldeas incomunicadas. La vida era tranquila, apacible, y había muchos misterios por desvelar, muchas preguntas por responder, muchos sueños por vivir.

Hoy, más de un cuarto de siglo después de comenzar mi trayectoria como emprendedor digital, el mundo es muy distinto. Aunque parezca increíble, aunque a algunos les resulte perturbador, nueva vida hoy, en el siglo XXI, gira alrededor de la tecnología. Dependemos de ella para muchas actividades y no hay una de ellas que esté libre de su poderosa influencia.

Utilizo, aprovecho y disfruto la tecnología todos los días. ¡Sin excepción! Y no solo en mi trabajo, sino también en labores cotidianas. No soy un esclavo de ella, pero me cuesta concebir mi vida sin la tecnología. ¿Lo mejor? Facilita mis tareas y me libera de tiempo que utilizo para estar con mis hijas, que son lo más importante de mi vida. ¡Es una maravilla!

Como mentor y guía de empresarios y emprendedores, como organizador de eventos, como cabeza de distintas comunidades, promulgo el uso de la tecnología. Los invito a utilizarla de manera racional, sin que se convierta en lo más importante de su trabajo o, peor, de su vida. Y les enseño cómo la utilizo en el día a día para potenciar mis estrategias y mejorar mis resultados.

Hoy, tristemente, se ha popularizado la versión de que eres mejor o vas a ser más exitoso si hace uso de tal o cual herramienta, de tal o cual tecnología. ¡No es así! Las herramientas y la tecnología solo son eso, intermediarios, agentes externos que nos permiten sacar un mayor provecho de lo que es realmente importante: tus dones y talentos, tu capacidad de hacer.

Por lo que he aprendido de la vida, por lo que he vivido a lo largo de mi trayectoria, tengo perfectamente claro, al mil por ciento, que la diferencia no está en la tecnología. De hecho, siento un poco de nostalgia de aquellas épocas de hace dos décadas cuando la diferencia estaba en la capacidad de cada uno para ofrecer algo mejor, para dar algo distinto.

La premisa no es, como pregonan los vendehúmo y aquellos que quieren quedarse con tu dinero, “la tecnología o tú”. Se trata de “la tecnología a tu favor, para tu beneficio”. Es decir, la idea es que tú hagas uso de la tecnología y no al contrario. ¿Entiendes? Sin embargo, no quiero que te concentres en la tecnología, sino en lo que el buen uso de ella te permite hacer.

Durante mucho tiempo, en el comienzo de mi aventura digital, éramos la tecnología y yo. Una tecnología precaria, en la que el email me permitía difundir mi mensaje y, de manera remota y virtual, conectar con otras personas. No las veía, no las conocía, no conversábamos: solo había un intercambio de correos electrónicos, la tecnología al servicio de las relaciones humanas.

Con el paso del tiempo, por fortuna, la tecnología evolucionó. Lo hizo a pasos agigantados, acelerados. Su velocidad es tal que a veces, muchas veces, no nos da la oportunidad de conocer una herramienta, adaptarnos a ella y aprovechar, cuando surge otra, distinta o mejor, distinta y mejor. Sin embargo, lo recalco, lo más importante sucede entre seres humanos.

En el pasado, la mayoría de las personas que se acercaban a mí lo hacían con un objetivo claro: querían que les revelara mi fórmula del éxito. Y lo hice, claro que lo hice. La salvedad es que no era lo que ellas esperaban, no era una fórmula, o una poción o un libreto: se trata de un método, de la creación e implementación de un sistema para producir y replicar resultados.

Un proceso en el que, no sobra decirlo, la tecnología es fundamental, indispensable. Sin ella, tal y como sucedía hace dos o tres décadas, es imposible conectar con otras personas que están del otro lado del mundo o en lugares apartados de tu país. La clave para conseguir las transformaciones que reflejan mi éxito como mentor y emprendedor son diferentes.

El secreto, si lo quieres llamar así, proviene de la filosofía budista. Se trata de las tres joyas del budismo: el Dharma, el Buda y la Sangha. ¿Habías oído de ellas? Lo primero que tengo que decir es que soy católico y del budismo poco o nada sé. Este contenido que te comparto es fruto de mis aventuras digitales por internet, en las que suelo encontrarme algunos tesoros.

Dharma es el camino de enseñanzas y prácticas compartido por el Buda, el maestro que ayuda a cada individuo a llegar a ese logro establecido. La Sangha, mientras, es la relación de amistad que tienen aquellos que siguen el camino del Dharma, es decir, ese hilo invisible que une a las personas que están en la misma búsqueda. Pura sabiduría de marketing, aunque no lo creas.

¿A qué me refiero? A diferencia de lo que pregona el mercado, de lo que gritan a los cuatro vientos los vendehúmo, ser un emprendedor exitoso no se determina por las herramientas o la tecnología que utilizas en tu trabajo. Como mencioné antes, son solo eso, herramientas, unos valiosos y poderosos intermediarios que, si los sabes usar, te brindarán grandes resultados.

El Buda es el maestro correcto para ti. Es decir: no cualquier maestro te ayudará o te servirá. Se necesita que haya más que un interés mutuo para que se produzca el efecto que esperas. Tienes que estar identificado con él, comulgar con sus principios y valores, identificarte con la forma en que expresa y comunica sus ideas, conectarte con su propósito y su misión de vida.

Conozco a muchos emprendedores y empresarios que trabajaron con mentores reconocidos, los referentes del mercado, no lo lograron resultados. ¿El motivo? No había conexión entre ellos. En marketing vas a encontrar muchos expertos que te dicen cómo llegaron a la cima, pero que no están en capacidad de enseñarte y, mucho menos, de acompañarte hasta allá.

Son los que te venden la fórmula, reciben tu dinero y desaparecen. Les da lo mismo si tienes éxito o no. Les da lo mismo si implementas o no. No están para ti cuando requieres alguna ayuda adicional, ese plus del acompañamiento que urge cuando estás atascado y no sabes qué hacer. Son exitosos, son admirados, pero no son el Buda que te guíe a donde quieres ir.

El Dharma es la enseñanza que vas a recibir. El trabajo de un mentor consiste tanto en compartir contigo su conocimiento, sus experiencias, el aprendizaje de sus errores, como saber transmitírtelo. Parece fácil, pero es algo complejo. Podría hacer una larga lista de personas brillantes que fracasaron como maestros, como mentores, a pesar de su esfuerzo.

¿Qué sucedió? No basta con querer enseñar, con diseñar un curso o escribir un libro. Si no estás en capacidad de transmitir ese conocimiento, esas experiencias, no basta. Y cuando digo transmitir me refiero a comunicar, a transferir, a dar, a contagiar, a inspirar a través de tu mensaje. ¿La clave? No solo que tú transmites, sino que la otra persona recibe, se hace cargo.

Transmitir es el primer paso del camino y recibir, el último. Sin embargo, lo que une estos dos puntos es la conexión que se dé entre las personas involucradas. El mejor mentor del mundo no te servirá si no confías en él, si no crees en él, si no lo admiras genuinamente (sin envidia), si no te inspira. No te servirá si tú no estás convencido de que es la personas adecuada.

El Buda, un verdadero mentor, sabe cuál es el conocimiento que requieres para cumplir tus sueños. Y no solo eso, porque cualquiera puede tenerlos: también sabe cómo transmitirlos, cómo empaquetarlos para tu aprendizaje sea más fácil. Y algo más, muy importante: sabe cómo enseñarte a implementar, a llevar a cabo, a través de la mejor estrategia: el ejemplo.

Porque, no sobra decirlo, el mejor mentor del mundo no te puede enseñar algo que no sabe o, mejor, algo que no ha vivido. Y como emprendedor, te lo aseguro, apreciarás más aquello que te enseñe alguien que pasó por las mismas situaciones que tú, que enfrentó los mismos miedos que tú, que fracasó quizás más veces que tú, y llegó a donde tú quieres estar.

Y falta el último componente del trípode: la Sangha. ¿Sabes qué es? El entorno o, como lo conocemos en marketing, la comunidad a la que perteneces. Aunque estés bajo la égida del mejor mentor del mundo, no lograrás los resultados esperados si no eres parte de una comunidad que te impulse, que te anime, que te exija, que te obligue a sacar lo mejor de ti.

“Solo llegarás más rápido; acompañado irás más lejos”, reza un refrán africano. Por supuesto, la clave es que esa compañía sea la adecuada: personas que están en el mismo proceso que tú, en la misma búsqueda que tú y con las que te identificas a partir de principios, valores y sueños. Una comunidad que, sobre todo, te impulse a salir de la zona de confort y superar miedos.

En internet, si sabes buscar, lo encuentras todo. Hay excelentes mentores, conocimiento de calidad a solo unos cuantos clics y cientos, miles de personas que transitan caminos parecidos al tuyo. Sin embargo, recuerda: no cualquiera te ayudará, no cualquiera te llevará a donde quieres ir, no cualquiera está en capacidad de transmitirteconocimiento a través del ejemplo.

Moraleja: el mejor consejo que puedo brindarte es que no tomes decisiones a la ligera. Es decir, que no caigas en la trampa del número de seguidores o de los supuestos miles de millones de dólares vendidos. Y no olvides que, en el fondo, de lo que se trata es de lograr conexiones poderosas con personas con las que puedas obrar maravillosas transformaciones


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